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Reportaje:55º Festival de Cine de San Sebastián

Terremoto Richard Gere

El actor estadounidense desata la locura en San Sebastián, donde ayer recibió el Premio Donostia

Rocío García

Fueron cien metros de delirio. Los que recorrieron a pie Richard Gere y su mujer, Carey Lowel, ante miles de emocionados seguidores, desde el hotel María Cristina, de San Sebastián, hasta el teatro Victoria Eugenia, donde presentó en la sección Zabaltegi su última película, La gran estafa. Gritos, aplausos, carreras y piropos acompañaron el recorrido del actor, que ayer vivió una jornada apoteósica. El día se le puso de cara. Había dejado de llover, salió el sol y parecía que toda la ciudad estaba en la calle. Gere, un hombre que gusta a abuelas, madres e hijas, cumplió con todas las expectativas y desató la locura. Tuvo un día grande y se dejó querer. Fue una verdadera romería, con la gente siguiéndole en todas sus apariciones. La emoción que encontró en la calle la revivió por la noche cuando en el Kursaal recibió el Premio Donostia de manos de la actriz Aitana Sánchez-Gijón. El público lo aplaudió en pie durante más de cinco minutos y Richard Gere acabó la recepción del galardón arrodillado en el escenario como muestra de agradecimiento.

"Me encantaría el éxito de China, pero no lo tendrán si siguen abusando de los derechos humanos"
"El Premio Donostia supone un extraordinario aliento para ser y trabajar mejor en el futuro"

Los veteranos del festival no recordaban una acogida así, que había comenzado el día anterior. Era ya de noche y la gente esperó durante horas a las puertas del hotel. Habían anunciado su llegada para la mañana del sábado. Que llega a las 11.30. Que no, que se retrasa una hora. Que el avión no puede despegar de Nueva York. Que parece que llega por la tarde. Así hasta seis cambios a lo largo de toda la jornada. Por fin apareció ya muy entrada la noche, de madrugada, con más de 12 horas de retraso sobre el horario previsto. Dio igual. En los aledaños del hotel, la muchedumbre no desesperó. Fue el terremoto. Gere, acompañado de su mujer, no defraudó.

Paseó lentamente por delante de las barreras de seguridad instaladas, con una enorme sonrisa, y fue uno por uno dando la mano a todos aquellos, más bien aquellas, que habían podido situarse en las primeras filas. Incluso el director del festival, Mikel Olaciregui, se quedó sorprendido. Nada más bajar del coche que le traía desde Bilbao, donde aterrizó en avión privado, el actor se fundió en un cálido abrazo con Olaciregui. "Me quedé hasta cortado", confesó horas después Olaciregui, que sólo había hablado con él por teléfono una vez.

"Llevo mucho tiempo viviendo este tipo de situaciones", aseguró Gere, en un encuentro reducido con la prensa ayer por la tarde. "No esperaba esta recepción tan generosa, las caras de la gente tan abiertas, tan alegres, con tanto cariño. ¿Cómo no voy a responder a esto?". A sus 58 años, Gere recordó que en los inicios de su carrera, cuando vivía estas situaciones su respuesta era "casi animal". "Quería escaparme, ahora estoy madurando y veo que así es la vida".

Tranquilo, sonriente y con la pulsera tibetana en la muñeca, Gere negó que él hubiera pedido el boicoteo a los Juegos Olímpicos que se celebrarán el año próximo en China. "China está viviendo un momento decisivo en su historia, pero puede tomar diferentes caminos. Obviamente, la grandeza económica debe ir acompañada de la grandeza moral y humana. Los Juegos Olímpicos son una oportunidad fantástica, con la llegada de atletas, periodistas y gente del mundo entero, para demostrar su grandeza humana. Me encantaría el éxito de China pero no lo tendrán si siguen abusando de los derechos humanos, de los tibetanos y de otras minorías. Tenemos que asociarnos todos para conseguir la grandeza de China, en beneficio no sólo de los chinos, sino del mundo entero".

No pidió nada especial. Ningún capricho. Ni siquiera mayores medidas de seguridad. Sólo un té verde durante la rueda de prensa, una de las más multitudinarias en la historia del festival, que se retransmitió en directo en una gran pantalla instalada en la plaza de Oquendo. El actor, que se dio a conocer en American gigoló y Oficial y caballero, se comportó como todo un seductor. Recordó su infancia en un pequeñísimo pueblo del Estado de Nueva York donde sólo había una sala de cine y donde disfrutó de la experiencia mágica de ver y compartir sueños y experiencias. "Somos más semejantes que diferentes y eso el cine nos lo demuestra día a día". Allí, en esa pequeña sala de pueblo, pudo admirar a todos aquellos grandes actores que le han precedido en los premios Donostia. "Sigo teniendo la actitud de no saber lo que hacer cuando crezca. El premio me llega en un momento raro de mi vida. Siento que ni siquiera he llegado a la mitad de mi carrera. El premio supone un extraordinario aliento para ser y trabajar mejor en el futuro. Me hace sentir humilde y muy agradecido".

Hubo un momento especialmente simpático en la rueda de prensa cuando una periodista se levantó para hacerle una pregunta. Sin haberla entendido, Richard Gere se levantó, se acercó a ella y la abrazó. La periodista, una vez repuesta, le dijo: "Es usted mucho más guapo en persona, permítame que se lo diga. Gracias por el abrazo".

"Yo elijo abrazar", respondió Gere. "Todos participamos de esta experiencia orgánica de buscar el amor y la sabiduría. No me veo como algo especial. Noto esa conexión íntima con la gente y me llega al fondo del corazón".

Y mientras Richard Gere se convertía en el gran personaje de la jornada -los gritos y aplausos desvelaban por dónde pasaba a cada momento-, su mujer, Carey Lowel, también actriz y madre de su único hijo, paseaba tranquila por el bulevar donostiarra, con gafas de sol y sin que nadie la reconociera. "No sé lo que es ser una estrella. Me supera todo eso. Es sólo una pequeña parte de mi vida", había advertido el actor.

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