Esplendor y oquedad
Kundun relata los acontecimientos por donde discurrió la niñez y juventud del último guía espiritual y jefe político del Tíbet, desde que a los 12 años, en 1937, fue designado décimocuarta reencarnación de Buda y nombrado Dalai Lama, hasta que a los 24 años, en 1950, se vio forzado a salir de su país -al que no ha vuelto: sigue aún exiliado en India- por el Ejército invasor de la China de Mao Zedong. El relato de estos acontecimientos se atiene en lo esencial a lo ocurrido, veracidad de la que da garantía el guión de Melissa Mathison, que costó a su autora siete años de trabajo y nada menos que la escritura de 13 versiones previas a la definitiva.Pero que un guión sea veraz y concienzudo no quiere decir que sea bueno como tal guión. Éste no lo es y la película paga caro transitar sobre sus oquedades, que son graves y se resumen en una gravísima: el relato nos hace conocer con abundancia de detalles las cosas que rodearon y los sucesos que vivió el joven Dalai Lama, pero no nos proporciona ni el más mínimo acceso a su identidad, ni un rasgo preciso de su carácter, ni una sola luz con que explorar su interioridad. Martin Scorsese, otras veces un contundente y atrevido constructor de personajes, que incluso osó indagar rincones oscuros de la personalidad de Cristo en La última tentación, da esta vez por buena una presencia desdibujada y amorfa, a la que vemos saltar sucesivos escalones temporales desde la niñez a la madurez, sin que la cámara atraviese nunca la piel de esa presencia, que así no logra ser la de un personaje y se queda en estatua, en icono, en porcelana viviente.
Kundun
Dirección: Martin Scorsese. Guión: Melissa Mathison. Fotografía: Roger Deakins. Música: Philip Glass. EE UU, 1997. Intérpretes: Tenzin Thuthob Tsarong, Gyurne Thetong, Tulku Jamyang Kunga Tenzin, Tenzin Yeshi Paichang. Madrid: Colombia Multicines, Conde Duque, Fuencarral, Palacio de la Música, Benlliure, Morasol, Novedades, Cartago, Aluche, Liceo y (en V. O.) Rosales.
Un eje lleno de vacío
La película se resiente de la renuncia de Scorsese a luchar contra la oquedad vertebral del guión y a buscar en el hombre eje del relato claves de comportamiento, pautas de conducta, signos de individualidad, mecanismos de flaqueza y de fortaleza, de alegría y de congoja. Ignoro si esa pasividad es un acierto en los ojos de un creyente budista, pero en los de un espectador cinematográfico común es un desacierto tan grueso que huele a suicida, porque el resultado es un filme de primorosa hechura, lleno de imágenes elegantes y a veces fascinadoras, pero que gira alrededor de un eje lleno de vacío. Y es una pena, porque en Kundun aparece de cuando en cuando la mano -el poderoso toque de Scorsese- y esta nos conduce con suave autoridad a momentos de esplendor visual y a juegos de tiempo -¡aquel estremecedor, veloz barrido premonitorio sobre la casa natal del niño cuando éste la abandona, que luego vuelve a repetirse, y así se convierte en movimiento inverso, en reminiscencia, en la secuencia del desenlace!- propios de un virtuoso, de un superdotado de su oficio.El talento del director aflora en la zona de la niñez del Dalai Lama, porque su eje no es aquí una oquedad, sino la plenitud de los rostros de un niño de dos años y después otro de cinco de extraordinaria viveza, que no actúan para la cámara, sino que juegan divinamente con ella y la cautivan. Pero con el tercer niño (el Dalai Lama, adolescente), un muchacho que compone y actúa, pero sin la capacidad de seducción no fingida de los niños anteriores, el imán de la pantalla pierde aquel vigor del arranque y el primer signo de endeblez del guión asoma, para salir del todo a la luz cuando llega el relevo del cuarto intérprete (el Dalai Lama, joven adulto), actor limitado, que no da cuerpo al personaje creíble que la película pide y ni él, la guionista y el director le dan.
Sólo en momentos aislados -encuentro del Dalai Lama con Mao Zedong y la escena en que su hermano le confiesa que le han encargado asesinarle- Scorsese recupera la firmeza inicial. Pero estos destellos no bastan para alzar la película a la altura de su ambición. Scorsese, como en El cabo del miedo y Casino , sigue aquí metido en calles ajenas, donde es una sombra de sí mismo.
Babelia
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