El arrepentimiento y el destino
Hay que decirlo en buen comienzo: Posiblidad de escape es un filme excelente, casi una obra maestra, la mejor película hasta la fecha en la zigzagueante pero siempre apasionada carrera de Paul Schrader. Y lo es por varias razones: porque muestra un guión sencillamente perfecto, lleno de agudas pinceladas y descripciones extraordinariamente sutiles; porque sus actores, todos ellos, están en un mismo y riguroso registro interpretativo; porque, en fin, se permite hablar de ternas mayores como la droga, la redención y el arrepentimiento -que el conocedor de Schrader reconocerá como consustanciales a su cine, desde Blues Collar y Hardcore, entre los por él realizados, hasta sus guiones para otros: Toro salvaje, sin ir más lejos-, sin catequizar ni vender grandes remedios, pero con una inflexibilidad moral que lo hace una rara avis en el panorama del cine norteamericano contemporáneo.El filme es una suerte de parábola que muestra el declinar de un pequeño dealer (Dafoe, espléndido) metido en él mundo de los adictos a la cocaína de alto nivel económico. Sin subrayados inútiles, Schrader aporta poco a poco datos esenciales sobre el traficante: es de buena familia; ha tenido grandes problemas con su madre, ya muerta, y en cierta forma, su relación con su ya algo madura proveedora (Sarandon, cuyo dominio del personaje debería ser mostrado en toda escuela de interpretación. que se precie) tiene mucho de materno-filial, primero, y una sorprendente, turbadora vuelta de tuerca, después; arrastra un amor frustrado por una ex yonqui (Dana Delany, sorpresa muy grata) con la que el destino se empeña en hacerlo tropezar una y otra vez; y en fin, acumula en su interior suficientes fisuras como para no estar nunca cómodo consigo mismo.
Posibilidad de escape (Light Sleeper)
Dirección y guión: Paul Schrader. EE UU, 1993. Intérpretes: Willem Dafoe, Susan Sarandon, Dana Delany, David Clennon, Mary Beth Hurt, Víctor Garber. Estreno en Madrid: Ideal multicines.
Pero este privilegiado personaje, atalaya y lazarillo, no es más que la excusa para que a partir de él, Schrader conduzca al espectador por todos los peldaños de la pirámide social, desde la cumbre hasta los bajos fondos, para recordarle que la droga la recorre toda, ventralmente, y casi nadie está libre de su influencia, de los círculos concéntricos que sus tentáculos mueven. Filósofos, contables judíos ortodoxos, representantes de la ONU, hombres de negocios, todos bailan la misma danza macabra por las calles de una ciudad fantasmal, una Nueva York en huelga de basureros, fetidez física que acompaña la fetidez moral que las imágenes sugieren, nunca subrayan.
Con un tono narrativo que busca crear una sutil poética de la desolación, Paul Schrader fotografía en tonos ocres, mantiene en muy ortodoxo y al tiempo personal despojamiento su puesta en escena, y emplea con acusada maestría la banda sonora para hacerla exquisitamente partícipe de las peripecias que el filme muestra.
Es una película rigurosa y valiente, el producto de un hombre que rara vez se aparta del camino de reflexión que se ha marcado desde que debutara como director y guionista, allá por 1977: la descripción de unos personajes -desde Taxi driver, otro de sus grandes guiones, hasta La costa de los mosquítos o American Gigolo que son, en sí mismos, el reflejo del progresivo desquiciamiento de un país, los Estados Unidos, siempre sacudido por la pulsión dle la violencia. Que no es otra cosa que la cara oculta, pero cierta, de la muerte.
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