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'Operación cuadro grande': 30 años ya

Los protagonistas del viaje del 'Guernica' a España evocan su rocambolesca aventura

Javier Rodríguez Marcos

Un día de principios de septiembre de 1981 dos funcionarios españoles viajaron en secreto a Nueva York para encargarse del traslado del Guernica a España. Eran Álvaro Martínez Novillo, subdirector general de Artes Plásticas, y José María Cabrera, director del Instituto de Restauración, que viajó con su esposa. Una tarde, al salir del MoMA, depositario del mural de Picasso, los tres españoles se encontraron en unos grandes almacenes con Luis García Berlanga. El cineasta atribuyó la cara de incómoda sorpresa de su amigo Martínez Novillo, a que no acompañaba su mujer, a la posibilidad de que anduviera metido en un lío de faldas. Sin soltar prenda, se fueron todos a cenar a un restaurante en el que Berlanga bromeó con un camarero: "Trate bien a estos señores, que vienen a llevarse el Guernica". Los comensales que estaban en el secreto se miraron con estupor. "Eso no lo verán ni mis nietos", fue la respuesta del mesero. Días más tarde, el jueves 10 de septiembre, a las 7.45, el cuadro aterrizaba en Madrid dentro de las bodegas de un jumbo de Iberia llamado Lope de Vega.

El entonces director de Bellas Artes, Javier Tusell, fue uno de los artífices
Berlanga estuvo a punto de descubrir en Nueva York los planes del traslado

"Habíamos estado toda la noche embalando el cuadro", recuerda Martínez Novillo. "Cenamos un bocadillo y al día siguiente salimos por la trasera a la calle 54. Todos los semáforos de Manhattan se habían estropeado y era el caos". Volvieron con la obra en un vuelo regular. Ninguno de los pasajeros sabía nada. Se lo anunció el comandante después de aterrizar. "Berlanga me quería matar cuando supo la verdad", continúa el experto. "Me dijo que podía haber alquilado un equipo de 16 milímetros para grabar la operación de desmontaje y el viaje. Fue una pena, pero teníamos orden de no decir nada". Martínez Novillo participó ayer en un coloquio organizado por el Museo Reina Sofía, casa actual del cuadro, en el que Genoveva Tusell recordó que el secreto de la misión tenía un punto cómico por su nombre en clave: Operación cuadro grande.

La hoy profesora de Historia del Arte de la UNED, que tenía cinco años en 1981, recuerda que durante meses pensó que el Guernica lo había pintado su padre. "Llegué a esa conclusión porque en mi casa no se hablaba de otra cosa". Su padre era Javier Tusell, por entonces director general de Bellas Artes, que también viajó con el cuadro. Muerto en 2005, el historiador fue el más incansable artífice del traslado de la obra -no vuelta, porque nunca había estado aquí- según todos los que anduvieron en la discreta cocina de unas negociaciones que pudieron naufragar más de una vez. "Tusell era así". Así son dos golpes tozudos que da sobre la mesa José Lladó, embajador en Washington en aquel tiempo. "Él fue el encargado de recoger los frutos de la simpatía americana". Pero subraya que no todo es literatura de Hemingway. Junto a la buena voluntad expresada por el Senado estadounidense recomendando la devolución del cuadro, Lladó señala los intereses del presidente del patronato del MoMA, William S. Paley, y los del influyente patrono David Rockefeller. Paley, fundador de la CBS, estaba en tratos con Juan Tomás de Salas, responsable de Cambio 16 y su grupo, en vistas a una posible apertura en España de canales de televisión privada. "Eran hombre de negocios y buscaban nuevos lugares donde mereciera la pena invertir", resume el exdiplomático y exministro, que más tarde se convertiría en el primer presidente del patronato del Museo Reina Sofía y, de paso, en el artífice del último traslado del Guernica: el que en 1992 lo llevó -sin enrollar esta vez- del Casón del Buen Retiro al Reina.

Pero la llegada al Prado no fue un camino de rosas. Los primeros contactos habían empezado en 1968 por orden de Carrero Blanco, pero a la resistencia del pintor se le sumó el ataque con ácido que tres años más tarde sufrió en Madrid una exposición de sus grabados a manos de los Guerrilleros de Cristo Rey. En 1977, el Congreso de los Diputados votó una resolución para que se repatriaran los restos de Alfonso XIII, los de Azaña y el Guernica. La diplomacia se puso a funcionar para convencer a los herederos de Picasso, fallecido en 1973, y para sortear los reveses de la actualidad. El golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 había llenado de sombras la imagen exterior de España. "La prensa francesa hablaba de democracia acuartelada", señala la historiadora Josefina Cuesta. "En agosto nos fuimos de vacaciones alicaídos", corrobora Martínez Novillo. "Pasamos de la playa a Nueva York". Pocos días después de la llegada del cuadro, Iberia publicaba un anuncio en el que hablaba del Guernica como "símbolo de paz". Con el anuncio en la mano, Santos Juliá recuerda el efecto que produjo en España ese viaje. Y los titulares: "el último exiliado"; "el fin de la Transición".

Una imagen de la llegada del <i>Guernica,</i> de Pablo Picasso, al museo Reina Sofía de Madrid en 1992.
Una imagen de la llegada del Guernica, de Pablo Picasso, al museo Reina Sofía de Madrid en 1992.

El último exiliado

- 1968. Carrero Blanco da órdenes para que se intente el traslado del cuadro desde el MoMA a España. Picasso se niega.

- 1977. El Congreso promueve el traslado.

- 1981. El 10 de septiembre aterriza en España tras un viaje secreto. Se instala en el Casón del Buen Retiro.

- 1992. Es trasladado al Museo Reina Sofía.

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Sobre la firma

Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.
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