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UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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Malos tiempos para visionarios

Diego A. Manrique

Estos días, rondan por mi cabeza los versos de Kiko Veneno, versión Camarón: "Enamorado de la vida / aunque a veces duela". Duele escribir necrológicas sobre gente de tu quinta. Además, asusta percibir el silbido de la guadaña: el tiempo, tu tiempo, se agota.

Murió Mario Pacheco y palpo la colosal ingratitud del país. Tiene lógica que las televisiones ignoren el óbito, dado que en general despreciaron la música que él patrocinó; asombra más que las instituciones callen. Hace poco, cacareaban felices con una declaración de la Unesco a favor del flamenco. ¿Han leído algo, han escuchado alguna declaración respecto a la inminente desaparición de la principal productora de flamenco durante las tres últimas décadas?

Aquí creemos que la música brota sola, que no requiere inversores visionarios
El flamenco necesitaba embajadores, traductores, intermediarios

Son las aberraciones del pensamiento mágico. Aquí creemos que la música grabada brota sola, que no necesita inversiones. Los centinelas de la cultura no leen la letra pequeña: solo cuenta el artista, aparentemente un fenómeno natural e inevitable. Se está extinguiendo la industria fonográfica nacional y ni siquiera quedará constancia escrita de sus afanes. Como si fuera una extraña artesanía tercermundista, a explorar por futuros mu-sicólogos de Ohio o Nanterre.

Los obituarios de Pacheco se centran en su obra magna, el catálogo de Nuevos Medios, esencial para entender la evolución del flamenco, la emergencia del jazz español, la introducción de músicas hispanoamericanas. Pero nuestras biografías apresuradas se quedan cojas, necesitan humanizarse.

A Mario le conocí en Madrid allá por 1968. Pertenecíamos al club de Caravana, el programa radiofónico de Ángel Álvarez. "Era un poco como el Frente de Juventudes", ironizaba Mario la última vez que hablamos. Cierto: en sus boletines, deploraban como poco respetuosa la versión de All along the watchtower, de Dylan, realizada por Jimi Hendrix. Y censuraban enérgicamente a Jim Morrison por algo que había pasado en Miami, mal ejemplo para la juventud. Pero Caravana conseguía puntualmente los lanzamientos de Elektra y otras compañías esenciales, así que había que estar atento.

Yo ignoraba que Mario vivió una breve militancia política, junto a Enrique Ruano, miembro del Frente de Liberación Popular que, en 1969, fue "suicidado" por la Brigada Política Social. En la Universidad mandaba el PCE pero Pacheco no constituía material maleable: "Desconfiaban de los pelos largos, de los fumetas". Aunque clandestino, el partido y sus aledaños constituían un poder fáctico, recordaba. Mario se presentó al hospital militar para justificar una enfermedad imaginaria que le zafara de la mili. Se encontró con Eduardo Haro Ibars, que no se cortó en sus alegaciones: "Soy homosexual, drogadicto y delincuente". Cuando entró Mario, el médico murmuraba: "No quiero problemas con su padre".

Ambos se libraron. El verano de 1970, Mario acudió al festival de la Isla de Wight. Allí se topó con Félix Tusell, productor cinematográfico. Estaba rodando La larga agonía de los peces fuera del agua, película de Rovira Beleta a mayor gloria de Serrat. Joan Manuel encarnaba a un pescador mediterráneo que, arrastrado por la ola hippy, triunfaba como espontáneo en el festival. El disparate del argumento no le impresionó tanto como los medios: "Tenían hasta un helicóptero, para tomas aéreas".

En Londres, Mario las pasó canutas. "Me quedaba en habitaciones de esas que debes meter monedas para la calefacción o mueres de frío. Vendía fotos y reportajes para revistas españolas pero pagaban tan poco que también me tocó limpiar casas y oficinas. El único círculo del exilio que me acogió fue el de los gais, divinamente introducidos en las artes escénicas.

Recuerdo a Celestino Coronado, que ya trabajaba con la compañía de Lindsay Kemp. Participaban en los espectáculos de David Bowie, que entonces era un cantautor alternativo que quería reciclarse en rockero ambiguo".

Pacheco se negaba a aceptar el papel de Zelig. Aseguraba que se perdió ocasiones extraordinarias: "Yo, que he vivido tanto en Mallorca, no coincidí con Hendrix. Por las filmaciones que se conservan, parecía estar feliz". Igual que cuando Taj Mahal cayó por Madrid, "para tocar al aire libre en un proyecto urbanístico de Ricardo Bofill". Especulaba que el bluesman llegó de la mano de Toti Soler. "La semilla de Nuevos Medios como sello flamenco la puso Toti. Andaba fascinado por el flamenco profundo y me puso discos, me grabó casetes, me adoctrinó. ¡El guitarrista de Pic-Nic me llevó hasta Terremoto!".

Le costó introducirse en el ambiente. "Los gitanos lo consideran patrimonio propio y desconfían de la presencia de payos, a no ser que repartan billetes. Más que una hostilidad manifiesta, eran miradas que te congelaban. Hasta Morente lo sufrió". Con todo, Mario intuyó que aquella música secreta necesitaba embajadores, traductores, intermediarios. "Mira el caso del reggae. Chris Blackwell metió dinero, potenció producciones modernas, explotó el potencial estelar de Bob Marley. Chris era blanco y rico, un intruso colonial. Aunque, de no haber intervenido, puede que el reggae sería hoy otro ritmo caribeño más, para consumo interno, como el kompa haitiano".

¿Para qué evocar estas anécdotas? Si les parece exótico lo de hacer la crónica de la agonizante industria discográfica, otra opción: hay una apasionante historia del underground español por contar. Pero, como ya avisó el replicante de Blade Runner, "todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia".

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