La Islandia literaria pugna contra la económica en Fráncfort
El país nórdico es el invitado en la 63º edición de la feria.- Unos 39 autores islandeses estarán hasta el domingo explicando la riqueza y sensibilidad de su longeva tradición literaria
Aunque parezca imposible, Islandia, país invitado de honor este año en la Feria de Fráncfort, ha conseguido alejar por unas horas el obsesivo fantasma del libro digital. Su pabellón es uno de los más bellos de las últimas ediciones. Y no porque no hayan muchos libros, como sorprendentemente ocurre. La puesta en escena es genuina y ha apostado por lo que es bien propio de la isla: unas pantallas gigantes muestran parajes naturales del país en los que, de golpe, aparecen casi camuflados libros. En otras, se ve a islandeses de todas las edades y condición leyendo en sus frondosas bibliotecas domésticas, desprendiendo una enorme calidez. También de improviso, lentamente, esos lectores anónimos (seleccionados previamente tras un concurso fotográfico nacional en que se les pedía que se retrataran en su rincón de lectura favorito) cobraban vida y leían en voz alta fragmentos de autores de su tierra. Todo muy acorde a un país con una media por persona de ocho libros leídos al año, que cuenta con unas 170 editoriales y donde se venden 2,5 millones de ejemplares. Todo entre apenas 320.00 habitantes.
Un país de apenas 320.000 habitantes, con una media por persona de ocho libros leídos al año, que cuenta con unas 170 editoriales y donde se venden 2,5 millones de ejemplares
Exactamente 39 de esos autores islandeses estarán hasta el domingo explicando la riqueza y sensibilidad de su longeva tradición literaria, que en el siglo XIII recopiló buena parte de la tradición narrativa oral nórdica y cuyas sagas inspiraron desde a Tolkien hasta a Borges. Una buena muestra ya la proporcionó ayer Arnaldur Indridason, padre desde 1997 de la novela negra islandesa con títulos tan emblemáticos como La mujer de verde y El hombre del lago, el autor que más vende dentro y fuera del país y que ha sido el encargado de inaugurar oficialmente la feria con su discurso.
Ante un selecto auditorio a rebosar, sus palabras fueron dulcemente contundentes, de plena reivindicación de lo pequeño y lo minoritario. De entrada, recordó a sus ancestros literarios, los de "un pueblo de recién llegados a un lugar donde nada tenía nombre". Quizá esto les llevó, "por miedo a olvidar" a la "constante urgencia de hacer la crónica de nuestra historia", evocando así las famosísimas sagas de sus latitudes.
Fundamentado lo estético, Indridason sacó a relucir la razón de fondo, como hace siempre con los motivos de sus criminales. "Todos los países, grandes o pequeños, tienen algo único que ofrecer a la aldea global y en nuestro caso es nuestra lengua y nuestra literatura, que nos sigue formando como pueblo; aún hoy lidiamos nuestros problemas contemporáneos a través de nuevos libros". Y aún es más importante en los tiempos que corren, esos en los que "el mundo se sigue encogiendo y las características que nos diferencian tienden a desaparecer con cada nuevo Facebook. Nuestra literatura testifica la importancia de lo pequeño. Y eso no es poco en tiempos de grandes papeles sin valor", citó jugando con la grave crisis económica que sufre su país desde 2008. Entre el discurso y el ambiente del pabellón islandés, una invitación única a la lectura.
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