Esperando a Roussel
Cuando el ahogo este verano de la gran ola de calor y la visita a Madrid del Papa, me hallaba en Dublín, donde pasé unas semanas sin apenas noticias del ruedo ibérico. Allí la temperatura era bien distinta, la máxima no alcanzaba 15 grados y todo parecía más razonable. Los informativos de la BBC giraban básicamente alrededor de Libia y de las secuelas de los disturbios londinenses, pero un día dieron una noticia de 20 segundos acerca de la visita papal a Madrid. Solo dos imágenes: una de la Puerta de Alcalá con abundante curia al sol y otra de jóvenes bailando sevillanas cerca del tablado papal. Por si aún no lo sabía, me di cuenta en 20 segundos de que puede que en el exterior llegaran a tener alguna vez noticia de que España se había modernizado, pero hoy en día perciben, no sin lucidez, que todo aquello fue solo un espejismo. Suponiendo que algún día hubiéramos salido del franquismo sociológico, hemos vuelto a caer en el mismo pantano de siempre. Aquellos años que arrancaron con la creatividad de las Ramblas barcelonesas y la movida madrileña y durante un tiempo fueron vertiendo una imagen diferente del cine de barrio de nuestra realidad han quedado muy atrás. Hoy no es que a España no la reconozca ni la madre que la parió, sino que, por los mismos saraos patéticos de siempre, se la reconoce a la legua.
Quizás nuestro infantil destino ibérico consista en tener que resignarnos a ser los más conservadores
Tal vez no sea nada sorprendente que esto ocurra, pues todos sabemos que a fin de cuentas nadie cambia y que el ser humano, ya de niño, es básicamente de una forma y no pasa a ser de otra muy diferente más tarde. Quizás nuestro infantil destino ibérico consista en tener que resignarnos a ser más conservadores que nadie. Y quizás sea verdad que el primer paso de la sabiduría sea criticarlo todo y el último soportarlo todo. Aun así, me temo que lo que se nos viene encima buscará ser tan insufrible que no lo podamos soportar.
Pero no quiero presentar más un ánimo decaído, así que diré ahora que aún no está nada perdido y que para finales del mes que viene, por ejemplo, se prepara en Madrid, en el edificio Sabatini del Reina Sofía, una gran muestra dedicada a la figura del poeta y novelista francés Raymond Roussel y a su influencia en el arte contemporáneo. Dadas las circunstancias, parece insólito que esa muestra se dé en el país del mismo pantano de siempre, pero seguramente, como suele suceder en estos casos, habrá sido idea de unos pocos: gente todavía optimista, que aún cree que la tendencia humana a interesarse en minucias puede conducirnos a grandes cosas.
Locus Solus. Impresiones de Raymond Roussel reunirá pinturas, fotografías, esculturas, ready mades, instalaciones, vídeos y numerosa documentación sobre la gran influencia que ejerció este autor sobre algunos movimientos de vanguardia, sobre Dalí, por ejemplo, pero muy especialmente sobre Marcel Duchamp, que dijo admirar de este excéntrico autor y gran loco solitario (un juego amable con el título de su genial novela Locus Solus) lo poco que se parecía su obra a la de cualquier otro artista, vivo o muerto: los métodos literario-cibernéticos de Roussel se basaban en juegos de palabras muy elaborados y disparatados y eran consecuencia de su idea extrema de que una obra literaria no tenía que contener nada real, ninguna observación acerca del mundo, nada salvo combinaciones de objetos totalmente imaginarios.
¡Nada real! Imagino que a muchos les parecerá angustiante, pero desde Roussel esa idea no ha dejado de abrir caminos seductores muy próximos, además, a lo que es el arte en sí y que parece que un día olvidamos y que Roussel sabía recordar y encarnar muy bien; lo personificaba a la perfección cuando ponía en movimiento con sus textos lo que Duchamp llamó "la locura de lo inesperado": textos impensados que salían de la nada y mostraban cómo era posible una obra de arte libre de influencias, producto tan solo de la imaginación fulminante del artista solitario.
www.enriquevilamatas.com.
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