"Escribo tirando de los errores"
Una butaca negra, una mesa llena de cachivaches musicales, un gran ventanal y una hoja en blanco. Éste es el estudio que el músico Jorge Drexler tiene en su casa de Chueca, en Madrid, y éste es su método a la hora de escribir letras: sentarse ante un folio en blanco. Puede tirarse dos años sin escribir nada y en dos semanas, con el apremio para cerrar el disco, es capaz de componerlas todas. "Lo que más me gusta y lo que más me asusta es la hoja en blanco", dice, abrazado al termo rojo y a la taza de mate. Drexler es un amante de las palabras y le encanta jugar con ellas; no sólo al escribir, también al hablar. Ha abierto las puertas de su casa para hablar de Amar la trama, su nuevo disco.
En el salón, una guitarra roja sobre el sofá, un xylomatic (juguete de los años 70), un DVD con lecciones para aprender a dominar el Theremin y un aparador con, entre otros libros, El Aleph de Borges, las obras completas de Onetti y todo Paul Auster. "Yo escribo tirando de los errores y de la casualidad", explica. "Hay tres fenómenos fisiológicos que no se pueden forzar: la relajación, la inspiración -artística- y la erección. Son tres objetivos que se obtienen cuando no los miras de frente".
A sus 45 años, el compositor de Al otro lado del río, canción con la que ganó un Oscar, ha dado un golpe de timón en su recorrido musical. Tras años envolviendo sus canciones de arreglos de electrónica que le ayudaran a sacudirse la etiqueta de cantautor, apuesta ahora por un sonido orgánico, por captar la interacción de nueve músicos tocando en directo, por el aquí y el ahora, incluidas (y bienvenidas) las imperfecciones. Un trío de vientos peina un disco para el que el autor de Eco se encerró cuatro días con sus músicos en un estudio de televisión reconvertido en estudio de grabación.
Su entorno más cercano está presente en el álbum: Leonor Watling, su pareja, canta en Toque de queda; al hijo que han tenido, Luca, le dedica una canción, Noctiluca; en la que toca la cajita musical Pablo, su hijo mayor. "Hay que disfrutar del hecho de hacer las cosas más que de la finalidad hacia la cual vas", expone sobre la idea que vertebra el álbum -amar la trama más que el desenlace, dice un estribillo-. Su fascinación por las leyes de la química y la física -es médico- está presente en sus composiciones. "Veo el mundo con los ojos de un neurofisiólogo", reconoce. "La neurofisiología y la biofísica me dieron una visión del mundo; de pronto el mundo tenía una lógica. La neurofisiología es increíble como herramienta poética si no te la tomas al pie de la letra".
Cuando era pequeño, su madre le aconsejó que aprendiera a hacer algo con las manos para ganarse la vida. Drexler muestra sus manos. La izquierda es de pianista; la derecha, de guitarrista, con sus uñas largas y cuidadas. "Cuando uno empieza a usar la mano para tocar a otras personas, se da cuenta de que la derecha tiene uñas, o sea que me ha acompañado durante toda mi vida lo de tocar con la izquierda", dice entre risas.
Cuenta que se crió entre dos visiones del mundo casi opuestas: la de su padre -judío alemán nacido en Berlín que emigró a Uruguay-, más intelectual; y la de su madre -descendiente de asturianos que se crió en una escuela rural-, más apegada a la tierra. "Los músicos no somos intelectuales", dice, "trabajamos con las manos y con la voz".
Drexler está soliviantado con la falta de respeto que hay en estos días a las ideas y sus creadores. "Los contenidos son ideas. El derecho de autor está más vigente que nunca. Las empresas de telefonía se están forrando con las ideas de los autores". Como miembro de la SGAE, se lamenta de que esta entidad no haya sabido defender su imagen ni explicar que si se acaban los autores, se acaban las canciones. "Hemos sido tan ingenuos de pensar que las ideas bonitas se defienden a sí mismas. La SGAE tiene peor imagen que Hacienda. Y los músicos somos los últimos pelotudos a la hora de organizarnos".
Babelia
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