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Cesaria Évora vuelve a seducir a su público en los Veranos de la Villa

La música de la cantante de Cabo Verde se afrocubaniza

Cesaria Évora, la voz de Cabo Verde que años atrás inundó Europa de nostalgia, cantó anoche en Madrid en un concierto que su público recibió con entusiasmo y despidió, todo él en pie, con profundo afecto. La gran caja del escenario de los Veranos de la Villa de la Puerta del Ángel, en la ahora destartalada Casa de Campo y tan a trasmano de los madrileños, la cantante africana congregó a miles de sus leales y les dió solo un poquito más de lo que le demandaban: voz, sentimiento y arte.

Su música, que colmó la noche de palabras dulcemente enunciadas envueltas en notas puras, confirmó su avanzar por una senda nueva que va dejando atrás la guitarra de la morna caboverdiana, mengua también un ápice el piano, para dar más vuelo al violín y el saxo, en dirección impetuosa hacia sones afrocubanos con certeza más comerciales que las añorantes canciones marineras de su isla de San Vicente natal.

Pero fueron, precisamente, esos temas teñidos de "dolor de patria" hoy un poco a poco arrumbados los que cautivaron un día a sus públicos francés y español y los retienen desde entonces presos de su voz tan nítidamente grave y sincera. Fueron ellos quienes la bautizaron como la "cantante de los pies desnudos" por su costumbre -respetada anoche en Madrid- de comparecer descalza ante el público en solidaria actitud con los desheredados de su dolorida África insular.

Évora demostró de nuevo su temple frente a los ocho músicos que impecablemente la acompañaron, desde el violín hasta el saxo y el cavaquinho -una especie de cuatro venezolano-, exhibiendo en su garganta el instrumento más perfecto de cuantos se hallaban sobre la escena. Lo más emotivo fue cuando de manera espontánea dirigió, con aplomo y firmeza, sin pestañear siquiera, el compás de la percusión y del bajo en una de sus interpretaciones.

Tras presentar algunos de sus últimos éxitos, Cesaria cantó un Saudade reinventado y siempre deslumbrador, eso sí, con más marcha y teñido por ese aterciopelado fondo de guitarra que suele envolver al fado. Su Angola, Angola, en trepidante versión, encendió ya como una tea el ánimo del anhelante público, algo contrito ante el trabajoso desplazarse de la cantante de Mindelo por el escenario, tal cual si se encaminara hacia un ambulatorio. Pero Évora, a sus 68 años, compareció en Madrid, transgredió el códido al fumar sobre el escenario, incitó a bailar, regaló un par de bises y mantuvo el tipo porque cumplió ante todos con esa voz prodigiosa que se encarama por encima del sonido y lo guía con dicción suave hasta donde ella quiere llegar. Y su voz, también anoche, llegó lejos, muy lejos, hacia lo más hondo del corazón de cuantos la escucharon, siempre deseosos de más entrega, todavía.

La cantante, en un momento de su actuación este sábado.
La cantante, en un momento de su actuación este sábado.EFE

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