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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un 'thriller' turístico

La casa Rusia está lejos de ser una de las grandes novelas del escritor británico John Le Carré y cerca de ser una de las peores suyas , al menos una de las que tienen las tripas más endebles: casi una improvisación tan oportuna que, torciendo la palabra, resulta algo oportunista (aprovechamiento a toda velocidad del clima de expectación creado en el mundo por la perestroika soviética para urdir dentro de ella un thriller de espías con resonancias más líricas de lo que habitualmente suele caracterizar a los relatos que expresa ese intraducible término inglés) y también algo epidérmica.

Aplastante vulgaridad

La casa Rusia

Dirección: Fred Schepisi. Guión: Tom Stoppard, basado en la novela de John Le Carré La casa Rusia. Fotografía: Ian Baker. Estados Unidos, 1991. Intérpretes: Sean Connery, Michelle Pfeiffer, Roy Scheider, James Fox, Klaus Maria Brandauer, John Mahoney, Michael Kitchen, Ken Russell. Estreno en Madrid: cines Imperial, Duplex, Minicines, Excelsior, Los Angeles, Ideal, La Vaguada y (en versión original) Renoir Cuatro Caminos.

Es posible que por ello John Le Carré no haya atendido mucho a la redacción del guión por su ilustre colega y compatriota Tom Stoppard, que en general se atiene -aunque su composición resulta el ocasiones confusa argumentalmente- al pie de la letra a la novela pero que al final inventa un happy end de aplastante vulgaridad y adultera con él una de los mejores pasajes de Le Carré, que es su bello desenlace, agridulce y entrañable, al mismo tiempo doloroso y esperanzador.Una rica ambivalencia que el guionista Stoppard y el realizador Schepisi (que rueda la abominable escena con cámara lenta, para mayor inri) destrozan y convierten en una rutina de vulgar cine adocenado.

Y es una pena, porque ésta y otras escenas de La casa Rusia podrían haber resultado convincentes con mejor pluma y mejor ojo detrás de la cámara. Aunque, al menos en el caso de del director Fred Schepisi, pedirle que tenga buen ojo equivale a pedir peras a un olmo, pues hasta el momento, y por ahora no se le ven síntomas de mejora a este director australiano, es bastante miope.

A la confusión del guión hay que añadir la superficialidad de la realización, que se limita a ofrecernos un agradable paseo turístico por preciosos rincones de tres bellísimas ciudades: Moscú, Leningrado y Lisboa, sin otro mérito visible y menos aún no visible.

El único mérito cinematográfico de La casa Rusia hay que buscarlo en sus maravillosos intérpretes.

Pero incluso éstos denuncian, probablemente de manera inconsciente y por tanto sin percatarse bien de ello, la mediocridad del asunto en que los han metido: comienzan bien, con entusiasmo incluso, pero poco a poco van apagando sus ganas iniciales -la película tiene pinta de haberse rodado casi toda ella en continuidad argumental- hasta acabar su trabajo con ostensible aburrimiento, sin creerse nada de cuanto hacen y dicen.

Sean Connery y Michelle Pfeiffer, con su sola presencia, dan fuerza y luz a una película endeble y opaca. Ella es una muy buena y muy bella actriz, y él un gigante del cine actual. La película se sigue con comodidad, simplemente porque ellos están dentro de la pantalla y esto basta, es casi un fin en sí mismo.

Personaje tópico

Pero no es menos cierto que el tedio invade a los dos intérpretes, y éstos se lo contagian no sólo a sus excelentes compañeros de reparto, que parecen momias empeñadas en gesticular con aire de marionetas, sino al espectador.Roy Scheider se defiende con oficio. Michael Fox hace otro tanto. Solo Karl Maria Brandauer quiere ir algo más lejos, y aunque se esfuerza no lo consigue: no podía hacerlo, dada la condición tópica de su personaje, muy diferente y muy inferior en el filme al ideado en la novela por Le Carré.

La casa Rusia, filme rutinario, bonito a causa de los incomparables paisajes urbanos donde fue rodado y de sus intérpretes, pero que se derrumba una vez visto. No deja ni una huella en la memoria.

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