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Reportaje:El porvenir de una feria herida

Arco, renovación... o muerte

La última edición plantea muchos enigmas y una certeza: el modelo debe replantearse

Borja Hermoso

Acúdase una y otra vez a las fuentes clásicas, que merecen seguir siéndolo por lúcidas aunque mucho aspirante al Olimpo de la pos posmodernidad se empeñe en obviarlas: "Arte es lo que los artistas dicen que es arte" o "El artista tiene que comer" (Ernst Gombrich, autoridad indiscutida, autor del indispensable Arte e ilusión). "El arte es una actividad que consiste en producir relaciones con el mundo con la ayuda de signos, formas, gestos u objetos" (Nicolas Bourriaud, ex director del Museo de Arte Contemporáneo de París, en su complejo tratado Estética relacional). Bien. Pues si el artista (y su galerista) es capaz de sentenciar unilateralmente lo que es arte, y si además tiene que comer con ello, o dicho de otro modo, establecer relaciones con el mundo (o sea, vender ese arte que él -y su galerista- ha decidido que lo sea)... entonces habrá que desembocar en lo inevitable: la gran falacia de las creaciones culturales y su puesta en sociedad, y de ahí las ferias de arte. Y de ahí, Arco.

¿Qué pinta el gran público, que no compra, en un salón comercial? Miami se centra en Latinoamérica. Londres en lo nuevo. ¿Y Madrid?
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Un marco ampuloso relleno de... nada: ésa es la imagen que sugiere no ya la última edición de Arco, sino el devenir de la discutida y muy publicitada cita madrileña en los últimos 10 años.

Reflejo fiel del país que la acoge, la Feria de Arte Contemporáneo de Madrid cerró sus puertas el domingo pasado en medio de acusaciones mutuas, triunfalismo en el balance (sin cifras oficiales una vez más, por supuesto) y un nuevo ejercicio de mezclar churras con merinas: por un lado, una feria comercial protagonizada por mercaderes cuya única misión debería ser vender sus mercancías, y en ese sentido, Arco no es ni más ni menos que otras citas que viven bajo el tejado de Ifema, léase Feriarte (antigüedades), Iberjoya (joyería) o Intergift (decoración); por otro, una imagen de gran evento cultural fabricada artificialmente por unos (las instituciones), por otros (los galeristas) y por los de más allá (los medios de comunicación aún no hemos caído en la cuenta de que Arco es el no-evento periodístico).

Al contrario de lo que sucede en otras ferias internacionales con bastante más calado económico y creativo que Arco, como Basilea, Miami Art Basel o el energético Frieze londinense (todas ellas con modelos infinitamente más claros y agresivos que el de Arco), esta feria madrileña, que vivió sus días de vino y rosas en los ochenta y noventa y que deambula desde hace ya demasiado tiempo moribunda entre los interminables pabellones de Ifema, tiene vocación de túrmix. Se coge la túrmix, se meten en ella dos días dedicados a los profesionales y tres días dedicados al gran público y...

Preguntas: ¿qué pinta el "gran público" (que no compra, o casi no compra) en una feria comercial? ¿Quiénes son los mejores compradores de arte contemporáneo en un país sin cultura coleccionista o donde los nombres de los escasos grandes coleccionistas son de sobra conocidos? Respuesta a esta última pregunta: los mejores compradores son las instituciones públicas, esperadas como agua de mayo por los dueños del arte -los galeristas-, que ven en Manuel Borja-Villel, director del Reina Sofía, a una especie de arcángel salvador con la espada de fuego en la mano, llévese estos cuatro oscardomínguez que me salva usted la feria, y en ese plan. Problema: hay crisis. Consecuencia del problema: el presupuesto del Reina Sofía y de otros museos públicos para la compra de arte en una feria como Arco y en otras (pero básicamente en Arco) se ha reducido a algo así como la mitad. Más preguntas: ¿por qué hay tanta gente criticando megáfono en mano la baja calidad y la nula capacidad de innovación de este último Arco (dos extremos por otra parte indiscutibles) si no van a comprar? Está claro: porque una institución como Ifema, por una parte, y los propios galeristas, por otra, se han empeñado en que además de una feria comercial, Arco sea un evento cultural, y eso tiene un margen de crítica mucho mayor que el de una cita de profesionales.

Y una última pregunta en la que casi nadie parece reparar en este tema: ¿por qué el Estado, a través del Ministerio de Exteriores en su irrefrenable empeño de hacer "acción cultural en el exterior" en pugna con el de Cultura, tiene que subvencionar cada año a algunas galerías de arte (a unas sí y a otras no, claro, sin que nadie hasta la fecha haya explicado el criterio) si los dueños de esos establecimientos son eso, propietarios de tiendas que venden cosas, aunque esas cosas sean pinturas, esculturas, instalaciones o videoarte? ¿Por qué un empresario privado, algunos empresarios privados, recibe dinero público por exponer sus obras en una feria de arte de otro país, y por si fuera poco esas obras ni siquiera son de artistas españoles?

Pero volviendo a Arco, multitud de voces procedentes de viejos conocedores no sólo de esta feria, sino del mundo de las ferias de arte contemporáneo en general, recomiendan una urgente remodelación del peligroso e hipócrita modelo híbrido que viene sustentando la feria madrileña. "Una de dos: o feria comercial, con expositores pagando un dineral por el metro cuadrado de expositor, los seguros y el transporte, o acontecimiento cultural con su consiguiente ingrediente educativo y, por tanto, apoyado claramente por el Ministerio de Cultura y demás instituciones públicas cuya responsabilidad sea la de atraer y educar al gran público", comenta un veterano en el campo de las ferias de arte.

Miami Art Basel se ha llevado definitivamente el gato al agua en lo relativo al arte contemporáneo latinoamericano. El Frieze de Londres tiene clara su apuesta por el arte emergente y menos evidente: ídem de ídem.

¿Qué le queda a Arco, incapaz de forjar un modelo sólido y claro? ¿Por qué hay mirós y boteros en Arco y los hay también en Feriarte? ¿Vale todo en el totum revolutum en que se ha convertido? Parece indispensable un cambio de rumbo que, al menos, se sustente en un modelo claro, ya sea en lo económico (comerciantes) o en lo cultural (expositores). Si no, es mejor que esta feria muera y renazca... si es imprescindible.

La semana próxima, Luis Eduardo Cortés, presidente de Ifema, y Lourdes Fernández, directora de la feria -aunque según casi todos los implicados con fecha de caducidad-, se sentarán para reflexionar sobre el futuro. Las relaciones entre ambos han llegado a un punto casi crítico, pero están obligados a buscar soluciones colegiadas. Quizá deberían empezar por responder a algunos de esos interrogantes.

<i>59 cráneos,</i> instalación de Javier Pérez, que la galería suiza Guy Bärtschi expuso en su <i>stand</i> de la última edición de Arco.
59 cráneos, instalación de Javier Pérez, que la galería suiza Guy Bärtschi expuso en su stand de la última edición de Arco.LUIS SEVILLANO

30 años de desafíos

- 1982. Arco celebra su primera edición bajo la dirección de la galerista Juana de Aizpuru.

- 1985. Más de 20 galerías piden la dimisión de De Aizpuru como directora de Arco por el conflicto de intereses que plantea y amenazan con no acudir a la cita en 1986.

- 1986. Juana de Aizpuru dimite en medio de fuertes críticas. Rosina Gómez-Baeza, profesional de Ifema sin vínculos con el mercado del arte, asume la dirección la feria.

- 1992. La crisis económica hace peligrar la continuidad de la cita.

- 2006. Lourdes Fernández toma las riendas de Arco con el reto de competir con ferias nuevas como Miami Art Basel o Frieze.

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Sobre la firma

Borja Hermoso
Es redactor jefe de EL PAÍS desde 2007 y dirigió el área de Cultura entre 2007 y 2016. En 2018 se incorporó a El País Semanal, donde compagina reportajes y entrevistas con labores de edición. Anteriormente trabajó en Radiocadena Española, Diario-16 y El Mundo. Es licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra.

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