Afganistán en la mirada de un niño
Andrea Busfield, que narró como corresponsal la caída del régimen talibán, vuelca su experiencia en 'Bajo un millón de sombras', su primera novela
La periodista y escritora británica Andrea Busfield (Warrington, 1970) decidió que, para contar el Afganistán que vio en sus viajes, no había nada mejor que la mirada de un niño. Su primera novela, Bajo un millón de sombras, al igual que Cometas en el cielo (el libro de Khaled Hosseini con la que la comparan) o que la película Buda explotó por vergüenza, utiliza ese recurso de la infancia como elemento de expresión dramática. La autora se justifica: "Mi perspectiva se parece a la del niño que aún está aprendiendo".
Busfield llegó a Kabul en 2005 con todo el desparpajo bajo el brazo: el que había adquirido entrevistando a famosos de la televisión para un tabloide londinense. No tenía miedo, y descubrió que Afganistán era algo más que el país de la guerra permanente: "Es el lugar más bello que se puede imaginar. Los lagos, las montañas, el encanto de la gente...", comenta. Ésa había sido su impresión en 2001, cuando cubrió la caída de los talibanes para News of the world; y se reafirmó cuatro años después, al regresar como editora de un diario de la OTAN. Entonces percibió cierto desarrollo, un paisaje de mujeres sin burka y hombres con la cara afeitada. No conocía ningún libro que captara "esa calidez" y decidió escribir Bajo un millón de sombras (Ediciones B), que acaba de publicarse en España.
"Antes o después los talibanes moderados se sentarán a negociar"
Su intención es desmontar tópicos. Como el de que ser mujer (más aún: blanca y occidental) no está bien visto: "En realidad te abre más puertas", sostiene. "Me puedo sentar con afganos, entrar en sus casas y conocer a sus familias, cosa que si fuera hombre no me permitirían". Le bastó con respetar las normas de vestir, como taparse los hombros. No necesitó ponerse un burka, que considera un "símbolo de la opresión" que todavía pervive. Esos tres años de convivencia supondrían el germen de su novela. Sin embargo, no pretendía escribir un texto autobiográfico, ni periodístico, ni mucho menos "atado a la historia o a la política". Quería adentrarse en la ficción. Y escogió la vida de Fawad, un niño huérfano de padre que trapichea en la calle hasta que se traslada a vivir con unos extranjeros para los que su madre hace las labores del hogar. Allí se da de bruces con Occidente, donde se aceptan la homosexualidad o el ateísmo, que le parecen de locos, pero acaba comprendiendo sus semejanzas.
En cuatro meses, Busfield elaboró una obra que aporta una visión más optimista de Afganistán. Cuando menos, introduce el humor negro. Una muestra: "Somos afganos, disparar un arma debe resultarnos más natural que montar en bici", dice uno de los personajes.
Andrea Busfield, que ahora vive en Chipre, prepara su segundo libro. En agosto, cuando se mude a Viena con su novio -un capitán del Ejército austriaco-, se celebrarán en Afganistán las elecciones presidenciales. La periodista considera que "antes o después los talibanes moderados se sentarán a negociar".
De momento, aunque asegure que ir a Kabul fue la mejor decisión de su vida, no tiene pensado volver. En la tierra que sufrió el azote de rusos, talibanes y la era Bush, ella no cierra los ojos ante la violencia y la miseria, pero prefiere reflejar el deseo de paz de los habitantes. Que es el suyo: "Si la comunidad internacional trabaja conjuntamente, el país prosperará. La clave es no rendirse".
Babelia
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