Guerra de sexos

En el cartel de Le déclin de l´empire américain -censurado en diversos países, probablemente por lo que es, pero sobre todo por lo que parece- se resume perfectamente lo que es la película: gente elegante, cultivada y más o menos rica habla de sus fantasmas sexuales como de una cuestión intelectual asumida y bajo control. Eso sí, sus confidencias se hacen siempre siguiendo la lógica de la guerra entre hombres y mujeres, de espaldas los unos de las otras, aprovechando instantes de franca (?) camaradería entre personas de un mismo sexo. En el cartel las cabezas de los personajes aparecen borradas, y pintados sobre la fotografía destacan, provocativos, los trazos que dibujan los pechos de ella por encima de un suave jersei de angorina o un enorme pene en erección saliendo de la bragueta del caballero. Es un cartel que recoge una tradición obsesa, reprimida, de graffitis callejeros, manos anónimas cuya única idea es ésa: genitalizarlo todo.Le déclin de l'empire américain es una comedia de costumbres. Sus protagonistas son dos pequeños grupos que durante la primera hora de proyección viven en paralelo y sólo se encuentran a través de flash back, para después reunirse todos alrededor de una mesa. El primer grupo es el de los hombres, sintomáticamente aplicados a preparar una cena exquisita, y el segundo es. el de las mujeres, no menos significativamente entretenidas en fortalecer sus cuerpos en un gimnasio. En ambas reuniones se habla casi exclusivamente de sexo, y se hace desde puntos de vista radicalmente opuestos: machista uno, feminista (el adjetivo, libre de connotaciones organizativas y militantes) el otro. Son pequeños fragmentos en los que la palabra lleva casi todo el peso de la acción.

Conducido por ese flujo verbal ingenioso, divertido y convincente, con muy pocas concesiones a la autocomplacencia, el filmé cambia de tono en el momento en que se reúnen los dos mundos. Ahí aparece el tabú y la violencia, el autocontrol y las buenas maneras de la vida social, cargando de tensión la cena entre amigos. La emoción, hasta el momento ausente de la película, va impregnándola, y los grandes discursos resuenan huecos ante la soledad de los personajes y la impasibilidad de la naturaleza.

Le déclin de l'empire américain tiene una vertiente de retrato que la acerca a espectadores no canadienses. Los protagonistas son parte del imperio, de ese imperio americano del que también formamos parte aunque sea como ciudadanos de segunda. Y la preocupación última de la película cuando reflexiona y se despega de lo que muestra es certificar hasta qué punto estamos viviendo el período inmediatamente anterior a la arribada de los bárbaros. Vamos, que Reagan es nuestro Diocleciano, y el creciente poder femenino y la masiva falta de ideales, así como la neurótica búsqueda de la felicidad, son síntomas transparentes que acompañan la caída de todos los imperios, incluido el masculino.

Este efecto de espejo múltiple que tiene el filme para el espectador que tanto se puede reconocer en el cinismo de quienes han abandonado cualquier sueño como en la desorientación de los personajes más jóvenes, silenciosos y menos amargos, es uno de sus grandes atractivos.