'127 horas', una amputación, seis desmayos... ¿y un Oscar?
El último filme de Danny Boyle ('Trainspotting', 'Slum Dog Millionaire') se perfila como una de las grandes favoritas a las estatuillas de 2011
Aron Ralston (1975, Indiana) era un aventurero amante de las emociones fuertes. En 2003 decidió ir a darse un paseo por Blue John Canyon , una zona montañosa de Utah. Ralston, un solitario de tomo y lomo, no informó a nadie de su intención de "explorar" la zona así que cuando quedó atrapado en una pared de roca supo -instantáneamente- que la única ayuda que iba a tener para escapar de aquel paraje iba a ser la que emanara de sus propios recursos.
Después de cinco días y después de haber grabado en la pared de roca su fecha de nacimiento y la de su -más que presumible- fallecimiento, Ralston entendió que solo había una salida y procedió a seguirla con la disciplina de un militar atrapado en el frente, agarrado a una última bala.
127 horas, la última película de Danny Boyle , se centra en las peripecias de Ralston en Utah, siguiéndolo desde el inicio de su viaje hasta el accidentado final, en la que muchos consideran ya una de las grandes candidatas a los Oscars 2011 y en especial para su protagonista, James Franco, que al parecer clava al aventurero descarrilado en su propia aventura.
Los detalles los carga el diablo, y Boyle sabía que el filme no iba a funcionar si no reflejaba de forma concienzuda lo acontecido aquellos días en las montañas de Blue John Canyon, cuando Ralston (y el que no quiera saber más que no siga leyendo) decidió amputarse su propio brazo con el objetivo de sobrevivir a una muerte segura.
El de Indiana prescindió de su miembro con la precisión de un cirujano, rompiendo primero los huesos y procediendo después con las zonas blandas con la única ayuda de una navaja multiusos en una maniobra que oscila entre la locura y el milagro, pero que obtuvo el resultado esperado.
La película ha respetado de tal forma la crudeza de los hechos que en sus primeros pases para el público ha causado no menos de media docena de desmayos, concentrados en el transcurso de la citada escena, aquella en la que Ralston sacrifica su brazo para salir vivo de allí. La aventura posterior, que incluye un descenso de otra pared vertical y una caminata con temperaturas de canícula, tampoco es manca (con perdón por la expresión), pero el momento de tensión no repara en gastos y le da al espectador una idea muy exacta del espíritu de supervivencia que es capaz de poseer un ser humano y que sale a la luz cuando la desgracia asoma la cabeza.
El diario Los Angeles Times contaba hace unos días que dos miembros de la audiencia en el Festival de cine de Telluride tuvieron que ser atendidos en el mismo hall de la sala después de caer a plomo en el interior del recinto tras el visionado de la película. Lo mismo sucedió en la última edición del festival de Toronto (tres casos más) y este fin de semana en Nueva York y Los Ángeles, donde la película se proyectó en algunos cines, con colas kilométricas en todos los casos y una recaudación por sala que superó los 50.000 euros de media por pantalla. La cifra, inaudita para un filme independiente, asegura a 127 horas una recepción descomunal (de momento rottentomatoes.com , una página que recopila las críticas de las películas estrenadas en Estados Unidos, le otorga un porcentaje de satisfacción que supera el 92%) y una presencia casi segura en la terna de los Oscar con una de esas historias de superación que tanto gustan a los académicos. Los productores, mientras tanto, ya se friegan las manos después de haber hecho una inversión que no llega a los veinte millones de dólares (unos catorce millones de euros) y que van a ver multiplicada en breve y amplificada por lo de "basado en hechos reales". Lo de los desmayos, según admitían en The New York Times los responsables del marketing del filme, "también ayudará lo suyo". Ralston, obvia decirlo, sigue vivito y coleando.
Babelia
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