Ofelia Esparza, la maestra chicana que transformó el Día de Muertos en Los Ángeles
El Vincent Price Art Museum rinde homenaje a la altarista, que fue asesora para la película ‘Coco’, con una muestra con más de 80 obras que celebran su legado artístico y comunitario


Ofelia Esparza (Los Ángeles, 93 años) nació en el seno de una familia mexicana que mantenía vivas las costumbres de su tierra. Hija de migrantes de Huanímaro, un pequeño pueblo entre Guanajuato y Michoacán, creció entre relatos, altares y flores de cempasúchil. Sin saberlo, esas historias que su madre repetía una y otra vez sobre abuelos, vecinas, almas que regresaban cada noviembre serían el origen de una vocación que la acompañaría toda su vida: la de preservar la memoria a través del arte.
“Para mi mamá no era solo una tradición, era una obligación”, recuerda. Esa enseñanza marcó el inicio de una trayectoria que transformó el Día de Muertos en Los Ángeles y convirtió a Esparza en una de las altaristas más reconocidas de Estados Unidos, distinguida incluso por el National Endowment for the Arts con el premio de Herencia Nacional.
A mediados de los años setenta, mientras trabajaba como maestra en una escuela primaria de City Terrace descubrió un cartel que cambiaría su carrera profesional. La organización Self Help Graphics & Art buscaba artistas para impartir talleres comunitarios en octubre, para esperar la llegada del Día de Muertos. Curiosa y decidida, Esparza se presentó. La recibió la hermana Karen Boccalero, una monja católica que promovía el arte chicano como herramienta de justicia social. “¿Sabes algo del Día de Muertos?”, le preguntó. Ofelia respondió: “Sí. Mi mamá lo practica, y todo lo que sé, lo aprendí de ella”.
Ese encuentro selló una gran alianza. En Self Help Graphics, Esparza empezó elaborando penachos de cartón y papel maché. Luego, a crear altares. Su obra, siempre efímera y simbólica, unía lo sagrado y lo cotidiano, con fotografías, velas, frutas, papel picado y objetos que contaban vidas. “El arte no solo está en los museos”, explica en entrevista para EL PAÍS. “Está en los mercados, en las calles, en las manos de la gente que decora su carrito de frutas en los tianguis”.
Esa visión popular y profunda del arte la acompañó también en las aulas. En su escuela enseñó a los niños a hacer ofrendas con papel, flores y recuerdos familiares. Invitaba a los padres para que conocieran el valor de recordar juntos. Así, cada año su salón se convertía en una pequeña galería donde la tradición mexicana dialogaba con la vida de familias migrantes que, como la suya, habían cruzado la frontera.
Con el tiempo, sus altares trascendieron el ámbito local. En 1988 fue invitada por primera vez a exponer fuera de su comunidad. Su trabajo atrajo la atención de galerías y museos, y con ello llegó el reconocimiento a una trayectoria que combinaba arte, docencia y activismo. “El arte cuenta los temas sociales que necesitan atención o justicia”, afirma. Esa convicción tiene sus raíces en el movimiento chicano, del que Esparza fue testigo y participante. En la ciudad angelina, el arte se convirtió en un lenguaje de resistencia, un modo de denunciar desigualdades y afirmar identidad. “Los artistas del este de Los Ángeles siempre tuvieron esa voz”, explica. “Self Help Graphics fue instrumental en apoyar a quienes usaban el arte como activismo”. En ese entorno, Ofelia encontró su lugar: un puente entre la tradición mexicana y la lucha social estadounidense.

Pero su legado no se limita a los altares. Es también una maestra de generaciones, madre de nueve hijos y una mentora para artistas jóvenes chicanas que ha convertido su vocación en una herencia familiar. “Me da tanto gusto ver a mis hijas, nueras y nietas haciendo arte. Así lo pasan a sus hijos, y eso asegura que no se pierda”, dice emocionada. “Siempre les digo que conocer nuestras raíces no solo nos da poder, sino que evita que se borre de dónde venimos. En este país muchas culturas se diluyen, y es una lástima. Por eso hay que seguir contando nuestras historias”.
Para Esparza, la memoria es una forma de resistencia. “Yo siempre les decía a mis alumnos: ustedes son alguien importante, son lo que son sus padres. Aquí hay raíces, pero ustedes también tienen raíces profundas y merecen todos los beneficios de este país. No pierdan su cultura por vivir aquí; háganla más fuerte”.
Esa fuerza cultural cruzó fronteras con Coco, la película de Disney inspirada en las tradiciones del Día de Muertos. Ofelia y su hija Rosanna participaron como asesoras culturales. “Fuimos parte de un grupo de artistas chicanos que dieron su opinión sobre cómo representar el Día de Muertos. Muchas de nuestras ideas quedaron reflejadas en la película”, explica Rosanna. Entre ellas, el puente de cempasúchil que une el mundo de los vivos y los muertos. “Ese concepto nació de una entrevista que hicimos con el Smithsonian Latino Museum, donde hablamos del altar como un puente entre generaciones. De ahí vino la inspiración”.
Rosanna recuerda también una enseñanza que ha pasado de generación en generación: “Nuestra bisabuela (mamá Pola) y mi abuela Lupe decían que todos sufrimos tres muertes: la primera, cuando damos el último suspiro; la segunda, cuando nos entierran y la tercera, la más temida, cuando nos olvidan. Por eso, recordar es vivir”.
Esa memoria familiar también se materializa en las ofrendas. “Una ofrenda no necesita mucho: una vela, un vaso de agua, flores y, si hay, una foto. Lo importante es la intención”, dice Ofelia Esparza. “Una flor en la calle o un altar en un museo tienen el mismo valor si se hacen con amor. No hay reglas. Cada altar refleja la esencia de quien lo hace y de quien se recuerda”.
El Vincent Price Art Museum de Los Ángeles presenta actualmente Ofelia Esparza: A Retrospective, la primera gran exposición dedicada a la vida y obra de la altarista. Curada por Joseph Valencia y Bruce Venegas, la muestra reúne más de ochenta piezas, entre pinturas, grabados, objetos personales y siete altares que recorren su evolución artística desde 1945 hasta la actualidad. La exposición, abierta al público hasta marzo de 2026, no solo celebra su legado visual, sino también su papel como maestra, activista y transmisora de memoria colectiva.

El curador Joseph Valencia explica que la muestra “abarca toda su vida, desde sus primeros dibujos de 1945 hasta obras recientes. Es una exposición dinámica que refleja sus intereses, su espiritualidad y su compromiso con la comunidad. Hay más de 80 obras y siete altares que actúan como anclas temáticas, conectando familia, docencia, arte y justicia social”.
Durante la inauguración, más de mil personas asistieron al museo. “Fue un momento muy emotivo”, dice Valencia. “La comunidad la recibió con amor y orgullo. Ofelia representa lo mejor del arte chicano: identidad, justicia, espiritualidad y memoria”. Al final de la conversación con este diario, Ofelia afirma que el arte abre una ventana al mundo. “A través de él mostramos quiénes somos, nuestra historia y nuestra humanidad. Estoy muy orgullosa de ser mexicana, de mi cultura, y de que nuestras raíces sigan floreciendo aquí, en este lado del río”.
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