La España sin complejos lo hace otra vez: cae Alemania y cita final contra Italia
Granollers y Martínez deciden la penúltima serie en el dobles, tras la victoria de Carreño y la derrota de Munar. Este domingo (15.00), cara a cara con la anfitriona


En un deporte de naturaleza individual como el tenis, un canto a lo colectivo. Manda el grito: “¡La Davis del pueblo!“. Sucede en la invernal Bolonia, bastión obrero (ayer, hoy y mañana) en tiempos oscuros, y lo coronan de la mano dos trabajadores de pura raza, Marcel Granollers y Pedro Martínez; o sea, el tenis llano, el tenis más real. La vida más allá del foco. El equipo español hizo otra vez gala de su competitividad y la plasmó frente a la Alemania de Alexander Zverev, que se revolvió y aun así terminó chocando contra el muro, 2-1: a cabezonería, a empeño y a resistir, pocas como esta España rojilla y guerrillera, presente por undécima vez en el desenlace de la Copa Davis y aspirante a su séptima Ensaladera. La última la alzó en 2019, Madrid. Para lograrla, este domingo (15.00, Movistar+) exigirá un baile definitivo con la anfitriona Italia. Es decir, el más difícil todavía.
El triunfo inicial de Pablo Carreño (6-4 y 7-6(6) a Jan-Lennard Struff, en 1h 45m) y el del dobles al cierre de la penúltima serie (6-2, 3-6 y 6-3 a Kevin Krawietz y Tim Puetz, después de 1h 44m) neutralizaron la réplica intermedia de Zverev contra Jaume Munar (7-6(2) y 7-6(5), en 1h 59). En consecuencia, premio para este grupo de contestatarios y decididos a llevarle la contraria a la teoría: sin Carlos Alcaraz en la nómina, poco menos que imposible. Frente a ello, un levantamiento orgulloso: “Algo de crédito hay que darnos, ¿no?”. Retumbaron esas palabras de Carreño en el preámbulo y a base de creer, de contrarrestar e ir a lo suyo, el juego, España reaparecerá de manera insospechada en el epílogo de una competición muy esquiva últimamente.
La llaman (con sorna y no sin cierta adecuación a la realidad) la selección de los olvidados, del pueblo, la de los currantes. Un plantel de carne y hueso frente a la idealidad que proponía el primer escenario, hasta que el isquio de Alcaraz se resintió a última hora y lo cambió todo. De repente, una España en paños menores, sin su líder, terrenalizada y a la baja, alicaída. Se decía. Escepticismo (pesimismo) y dudas fuera. Sin embargo, coraza y una piña de puertas adentro. Conjura el martes en la intimidad del Hotel Carlton: ellos al frente, sin escudo, a por todas. Resulta que detrás de esa apariencia liviana —el 36º del mundo como bandera y un doblista de casi 40 años en labores de guía— había argumentos sólidos para confiar, repetían. Y no iban de farol.

Ko el jueves de la República Checa, anulado ese arsenal, y más de lo mismo contra esta Alemania compacta que amenazaba con un gigantón dispuesto a rebajarse. ¿Él aquí? ¿Qué se le había perdido en la Emilia Romagna a estas alturas, después de una temporada tan dolorosa para él? ¿Por qué, si tanto afea, critica y reniega del formato? “Hago esto por el equipo, esta no es la Davis de verdad”, esgrimía Zverev. Sea como fuere, entre esas sienes rubias existía la voluntad, pero enfrente se encontró con ese grupo de hombres de fe que resolvieron antes, durante y después, lo mismo en Biel (contra Suiza), que Marbella (ante Dinamarca) que la gélida Bolonia, donde la historia empezó extraña y torcida por la desaparición repentina de Alcaraz e independientemente de cómo se resuelva, nada se le podrá reprochar a España.
Trabajo (y algo más)
En esto de remar, pocos tan entregados a la causa como los chicos de Ferrer, aplicados y reivindicativos en dosis iguales. Trabajadores, sí, pero buenos tenistas, también. Ahí está la escalada de este nuevo Munar, la demostración marbellí de este otro Martínez —siete tropiezos sucesivos en el circuito desde el increíble capítulo de septiembre en la arena de Puente Romano— o la valiosa experiencia de Carreño o Granollers, bregadores de mérito que también supieron cómo generarse un espacio propio entre los éxitos. A coro, entre todos, encontraron la vía el jueves y dieron otra vez con el camino en el cruce con Alemania, rendida finalmente ante la obstinación. Tan aparentemente simple y tan difícil a la vez: competir.
Pusieron el broche los doblistas con otra actuación plausible, al igual que dos días antes contra la República Checa. Prevalecieron sobre una pareja de oficio —Krawietz y Puetz conquistaron hace un año la Copa de Maestros— y definieron una serie que se había complicado a mediodía con la irrupción poderosa de Zverev, el representante con mejor ranking (3º) de la fase final. El único entre el top-10. “No he podido jugar mi mejor tenis en los tie-breaks. Nada más, cabecita baja y a currar… Esto es un juego de errores, no de aciertos. Y se trata de mantenerse”, razonó Munar.

A pesar de la derrota, el mallorquín (28 años y 36º de la ATP) demostró de nuevo el plus de confianza que envuelve su juego gracias al crecimiento sostenido de esta temporada. Paso regular y firme, también perceptible en un marco tradicionalmente áspero para el tenis nacional. Resistió y replicó de tú a tú a Zverev, garantía de los suyos. Cumplió el alemán hace dos días frente al argentino Francisco Cerúndolo y aseguró otro punto para enmendar de nuevo la caída de Struff. Jerárquico y sin vértigo, se irá de vacío. No ha sido su año, sin duda; para borrar este 2025. Pese a su desafección hacia el nuevo formato, quería esta Davis. Sin Alcaraz, ni Sinner ni los estadounidenses o los australianos veía una ventana. Pero ni por esas.
Antes, el instinto partisano de Pablo Carreño predominó en el primer cruce y el equipo español comenzó, esta vez sí, corriente a favor. Por fin. El asturiano, un veterano ya de vuelta, siguió a la perfección las líneas maestras del guion y redujo a Struff merced a un ejercicio de maduración. Esto es, la fórmula eficaz que le ha llevado lejos: esa mezcla de ardor y templanza, de buen hacer y paciencia; de estirarlo todo hasta que el de enfrente, registro único siempre, cayera una y otra vez por su propio peso. Todo el poso que él tiene lo añora el alemán, un pistolero que no se lo piensa: ante la duda, pegar. Demasiado básico. Solo a los muy buenos les sale. En consecuencia, España por delante.
Bendita ‘pesadez’
Carreño es la perfecta encarnación de las virtudes de este equipo que propone desde la humildad, pero de apariencia engañosa. “Saben competir”, advertía Ferrer. Y así es. Lobos disfrazados de corderos. Él, Granollers, Martínez, Munar. El tenis no es tanto un deporte de virtuosismo (que también) como de saber interpretar qué conviene en cada circunstancia, y lo tenía más que claro el asturiano, paradigma de pelearlo, de rebelarse, de estar siempre ahí. Benditos sean los pesados. De eso sabe un rato el capitán, quien a la hora de confeccionar la última lista, dijo en alto: Carreño, dentro. Esto no va de egos. “El grupo por encima de todo. Importan todas las piezas”. Y rara vez él no responde.

La mano de obra suele ser fundamental, y lo de Struff (35 años y 84º del mundo) iba de arremangarse y poner bolas dentro. Lo dicho: estar ahí. Que el otro lo sepa. He aquí una muralla. La receta que tan lejos le hizo llegar. Muy agresivo, el alemán tiende a cortocircuitar si la cosa no le sale y todo empezó torcido para él, break a favor en la primera manga e incapaz de salvaguardar el saque a continuación. Por ahí, malamente, o desde la otra óptica un inmejorable indicio para el español, muy convencido de lo suyo. Fe y más fe. Hace no tanto pasaba por un quirófano, luego empleaba la rampa de los challengers para reinsertarse y aportar. Este sábado, bola, bola y bola, kriptonita contra el pegador. Tarde o temprano, se quebraría.
“Hay que aceptar que hoy por hoy, hay jugadores por delante de mí. Pero yo espero mi oportunidad”, diría después. Borrada de la mente la derrota del primer día contra el checo Jakub Mensik, gasolina de la buena. “Ponía la bola en juego y desde el fondo me sentía poderoso”, retrataba mientras Munar debatía con Zverev. Para rematar, la entereza. 6-1 abajo en el tie-break del segundo set, se recompuso y lo levantó. Algo así como una proeza. “A veces hay milagros. Intenté soltarme, jugué valiente y él falló”. Efectivamente, en cada instante delicado a Struff se le encogió el brazo y finalmente se disolvió. En contraste, Carreño procedía y, ya vencedor, abundaba con un mensaje premonitorio y de corte divino, refiriéndose tal vez a los dioses: “Es un poco milagroso”.
Así es. De complejos, nada. La épica no pertenece solo a las estrellas. Puño en alto, reforzada y con todo merecimiento, asoma en la final una España de tres sílabas. Ni Alcaraz ni Davidovich, ni siquiera Ferrer. Simplemente: e-qui-po.
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