El envío masivo de inmigrantes de Texas a Chicago pone a la ciudad contra las cuerdas
El traslado con fines políticos de más de 40.000 migrantes sin papeles a la capital de Illinois desde finales de agosto de 2022 sobrepasa la capacidad de acogida de la ciudad
Antonio Contreras no sabe lo que ha sucedido en el último año y medio en la ciudad que ahora es su casa. Tampoco los dramas que han pasado en el galpón industrial donde duerme con su familia y mil migrantes más desde hace dos meses. Sentado a las puertas del albergue para migrantes más grande de la ciudad, donde vende bebidas y galletas de manera informal para sacarse un dinero, a él solo le cabe en la cabeza su propia odisea, tan parecida a la de tantos venezolanos pero a la vez tan única. En la travesía en la que fue protagonista hay algo parecido a un final feliz, pero su desenlace es el comienzo de otra historia en la que no es más que una ficha que el gobernador republicano de Texas mueve a su antojo. Desde finales de agosto de 2022, Greg Abbott ha enviado a cientos de miles de migrantes desde su Estado a algunas de las ciudades a priori más progresistas del país. El mensaje es claro: si tanto quieren a los migrantes, háganse cargo.
Ninguna ciudad está preparada para recibir de golpe y de manera desordenada tal flujo de migrantes. Chicago, que tiene 2,6 millones de habitantes, ha recibido más de 40.000, cerca del 2% de su población original. Con estos números, la maniobra de Abbott ha cosechado los frutos deseados: ha puesto en entredicho la histórica identidad acogedora de la capital de Illinois; ha exacerbado las existentes tensiones políticas en la ciudad, muchas de ellas raciales y ha obligado a la administración local a improvisar, en ocasiones de mala manera, una respuesta para la cual no hay precedentes.
Ha sido la escenificación de una guerra partidista entre republicanos y demócratas, y otra más sobre las competencias migratorias estatales frente al poder federal. En conjunto, el último año y medio de esta crisis impulsada por las políticas de Abbot y la improvisación de Chicago ha alimentado la imagen de una migración descontrolada e imposible de manejar, puesto que ni siquiera los que la defienden saben cómo hacerlo.
Las “ciudades santuario” en el ojo del huracán
El caos comenzó el 31 de agosto de 2022. Ese día llegó a Chicago sin previo aviso un autobús privado con alrededor de medio centenar de migrantes latinos, principalmente venezolanos, provenientes de Texas. Al bajar en una calle cualquiera del centro de la ciudad, contaron cómo en el Estado sureño, una vez se habían entregado a las autoridades tras cruzar la frontera, les preguntaron a qué ciudad preferían ir: Nueva York, Washington —a dónde Texas ya llevaba meses enviando buses de migrantes— o Chicago. Según la respuesta, motivada porque allí tenían algún familiar o amigo o porque simplemente habían oído algo bueno del lugar, los montaron a un bus u otro. Luego, más de mil millas al norte con la incertidumbre de compañía.
Para finales de septiembre habían llegado más de 70 buses con alrededor de 9.000 migrantes y Abbott no disimulaba su estrategia. “He ordenado a la División de Gestión de Emergencias de Texas a que despliegue autobuses adicionales para enviar a estos migrantes a las ciudades santuario autodeclaradas y proporcionar un alivio muy necesario a nuestras ciudades fronterizas invadidas. Hasta que el presidente Biden cumpla con su deber constitucional de asegurar la frontera sur de Estados Unidos, Texas continuará desplegando tantos autobuses como sean necesarios para aliviar la tensión causada por la oleada de cruces ilegales”, decía el gobernador de Texas el 22 de septiembre de 2022.
En aquel momento, y hasta el día de hoy, que la práctica sigue viva como parte de la política migratoria del Estado de Texas llamada “Operation Lone Star”, el foco ha recaído principalmente sobre el demócrata Joe Biden. El presidente ha tomado nota y ha impuesto normas migratorias cada vez más restrictivas, cuidadoso del impacto de la migración en las elecciones. Sin embargo, han sido las “ciudades santuario” —a las que Abbott apunta con la intención de exponer una supuesta hipocresía moral, ya que esa autodenominación implica un compromiso de proveer refugio y alimento a migrantes así como de no colaborar con agencias migratorias para deportaciones— las que, sin ayuda sustancial del Gobierno federal, se han enfrentado al problema.
El invierno en las comisarías
Desde ese primer día ha sido cuestión de improvisar. Verónica Román Saldaña, una de las coordinadoras de la Pilsen Food Pantry, una despensa comunitaria, recuerda cómo fueron esos momentos iniciales. “El concejal local nos buscó cuando los buses empezaron a llegar. La directora de nuestra despensa, la doctora Evelyn Figueroa, ya había manejado un refugio para personas sin hogar durante la covid, por lo que tenía experiencia. Así que la eligieron para organizar un albergue pequeño y temporal. Pero lo que sucedió es que después de un rato, el dueño del edificio, que era prestado, lo necesitó de vuelta”.
La solidaridad de los ciudadanos de Chicago con los migrantes, que ya estaba movilizada tras la pandemia y el reciente influjo de afganos y ucranianos, además de una historia de inmigración de larga data, dio un paso al frente. Pero la solidaridad da para lo que da. Los buses seguían llegando y la idea de los albergues municipales manejados en conjunto con organizaciones benéficas no despegó; en parte por dificultades logísticas, en parte por trabas legales y burocráticas. Así que se tomó una decisión rápida y supuestamente fácil: realojarían a los migrantes en las estaciones de policía de la ciudad.
Durante muchos meses, de las 12 comisarías habilitadas, algunas llegaron a albergar a más de 200 personas. La gente dormía en sacos de dormir en los vestíbulos y en carpas de plástico en el exterior. Además, al ser espacios de trabajo y no de residencia, no había acceso a duchas, ni cocinas. De la mano de la ausencia de planificación, las primeras tensiones empezaron a surgir. El cuerpo de policía, que tiene un historial manchado de escándalos y brutalidad policial, se comenzó a rebelar. Algunos agentes estaban entregados a la labor de apoyo a los migrantes, pero muchos otros elevaron la voz al verse obligados a caminar de puntillas para esquivar los cuerpos hacinados en sus oficinas; sin hablar de que la situación hacía imposible que cumplieran con sus responsabilidades habituales. De parte de los migrantes, siempre agradecidos de que por lo menos les estaban dando techo y comida, surgieron algunas quejas del trato y las condiciones; también se presentó por lo menos una denuncia de un presunto abuso sexual por parte de un agente, aunque el caso no ha sido resuelto y avanza lentamente.
Para diciembre de 2022 el invierno estaba a la vuelta de la esquina, que en Chicago significa temperaturas de hasta -22°F (-30°C). Se adecuaron edificios municipales como centros sociales y comunitarios y polideportivos ubicados en parques de la ciudad. Parecía una mejor solución porque eran espacios más amplios, con buena calefacción y baños con duchas. Pese al enorme gasto que supuso poner en marcha estos albergues, el obstáculo del invierno se superó.
Se redoblan las apuestas
Cuando la primavera llegó, muchos de los migrantes de los primeros meses ya habían sido realojados en viviendas temporales o se habían ido a otras partes del país donde tenían conocidos o alguna oferta de trabajo, aunque fuera sin papeles. Pero no significó una gran diferencia, especialmente con lo que estaba por venir. Con la mejora del clima, los cruces fronterizos volvieron a aumentar. Además, un nuevo alcalde reemplazó a la demócrata moderada Lori Lightfoot: Brandon Johnson, un progresista que inició su carrera política durante una huelga sindical de profesores de la ciudad en 2012. También por esas fechas se anunció que la ciudad iba a ser la sede de la Convención Nacional Demócrata en 2024. En cuestión de semanas, un foco se fijó sobre Chicago. Abbott y el Partido Republicano redoblaron sus esfuerzos para retratar a la ciudad como ejemplo de la disfuncionalidad de los políticos progresistas.
Para Johnson era necesario idear una estrategia nueva que sacara por fin a los migrantes de las comisarías y ahora también de edificios municipales en los parques, que dejaron de cumplir con sus cometidos originales para las comunidades locales, lo que generó tensiones entre los ciudadanos, que sentían que estaban siendo desplazados. Pero antes de que se pudiera planear nada, llegó una nueva ola de migrantes desde Texas.
Los sistemas de recibimiento, los cuales debían incluir un chequeo médico y la matriculación prácticamente inmediata de los menores en colegios, se tensionó más, hasta el borde del colapso. Tampoco había espacios adecuados para alojar a la gente, que comenzó a dormir y vivir en las estaciones de bus, y al poco tiempo en los dos aeropuertos, pues también empezaron a llegar en aviones. Durante el verano y el comienzo del otoño de 2023 se dio el mayor pico de llegadas de migrantes.
La debacle de “Tent City”
El pasado septiembre se presentó el plan para el invierno siguiente: se construiría una “Tent City”, un campamento de carpas enormes con calefacción y demás adecuaciones para albergar hasta 2.000 migrantes; algo parecido a los hospitales de campaña que se erigieron en diferentes ciudades del mundo durante la pandemia de la covid. Este sería flexible y podría adaptarse a las necesidades de cada momento. Para la municipalidad era la solución perfecta.
Fue el segundo gran quiebre en el tejido social de la ciudad. De inicio, la opinión pública rechazó la idea de albergar a los migrantes en carpas durante el recio invierno que se vive a las orillas del lago Michigan, poco convencidos de la capacidad de climatizar unas carpas en temperaturas tan extremas. A pesar de esto, el proyecto avanzaba en el sur de la ciudad.
El sur de Chicago es una zona conocida por su históricamente alto índice de pobreza, carencia de servicios básicos e indigencia. Se calcula que la gran mayoría de las 60.000 personas sin techo en la ciudad habitan principalmente en el sur. Se correlaciona con un tema racial: los barrios del sur de Chicago son desde hace mucho tiempo predominantemente negros. La idea de que se pretendía invertir para los recién llegados lo que nunca se había invertido en los que llevan décadas viviendo allí reverberaba por los comercios locales o las aceras del barrio, y eventualmente se colaba a las oficinas municipales. Los nervios estaban disparados.
El episodio era una victoria para la estrategia de Abbott, pues evidenciaba fallas en las relaciones dentro de la ciudad, que solían estar minimizadas por una coalición progresista, pero que en esta situación empezaba a flaquear. El concejal Byron Sigcho-López, un aliado importante del alcalde Johnson en una de las localidades más latinas de la ciudad, expone esta lectura con convicción. “Nos hemos vuelto un blanco y quieren destruir coaliciones como las nuestras para hacer de nosotros un ejemplo de lo que pasa cuando la gente cree en la democracia”. El concejal agrega que la migración no debería ser algo negativo, sino que, de hecho, se necesita porque hay muchos trabajos vacantes en todo el país, el problema es cuando toda la migración se concentra en el mismo lugar y se sobrepasan las capacidades de absorción de la nueva población.
Durante el otoño, Johnson hizo lo posible por mantener vivo el plan de la “Tent City”, pero entre la oposición ciudadana y el resultado de los estudios de suelo, que encontraron altos índices de sustancias tóxicas en el predio donde se iba a levantar el campamento, para principios de diciembre se anunció que el contrato se cancelaba. Entonces, se doblaron los esfuerzos para reubicar a la gente que estaba en las comisarias y los aeropuertos en albergues temporales, que para ese momento ya eran alrededor de 30, incluyendo hoteles reconvertidos o galpones industriales además de algunos edificios municipales, con un promedio de medio millar de ocupantes cada uno. Para el 17 de diciembre, unos días antes del comienzo oficial del invierno, se había logrado sacar a todos los que seguían en estaciones de policía y los aeropuertos. Se cantó victoria —demasiado pronto.
El sarampión
Efectivamente, se había logrado reubicar a cientos de personas, pero las condiciones en los albergues ahora era de absoluto hacinamiento; exacerbado por el clima que mantenía a todos dentro a todas horas. Las quejas de los migrantes por el trato y la calidad de la comida se dispararon. Y como última consecuencia, con las lecciones de la pandemia sobre distanciamiento y contagios olvidadas, en el albergue más grande de la ciudad, una nave en la zona industrial del barrio de Pilsen donde estaban viviendo unas 1.200 personas, se dio un brote de sarampión.
Nunca hubo cifras exactas de cuantos contagios hubo, de hecho durante un buen tiempo se negó que hubiera pasado. Pero la muerte evitable de una niña de cinco años por complicaciones respiratorias en marzo hizo imposible disimular la gravedad de la situación. El concejal López, en cuyo distrito está el albergue, volvió a buscar ayuda de la Pilsen Food Pantry, pues su directora también había ayudado a coordinar los esfuerzos de vacunación contra la covid. En menos de una semana habían inoculado a todos los residentes del albergue y el equipo médico voluntario asociado a la despensa solidaria empezó a hacer rondas por el resto de los albergues de la ciudad para vacunar y hacer chequeos médicos regulares.
Fue uno de los peores momentos para la administración. “Sus necesidades básicas no estaban siendo cubiertas. Nadie está pidiendo que les pongan una alfombra roja ni que estén en hoteles cinco estrellas, pero por lo menos darles lo básico, tratarlos como seres humanos. Es difícil, hay mucho que hay que hacer. Por lo menos ahora la ciudad ha cambiado los procedimientos en las zonas de llegada: ahora se vacunan inmediatamente y se les hace un reconocimiento médico”, explica Verónica Román Saldaña quien, junto al resto del equipo de la despensa solidaria y otras organizaciones civiles, le ha salvado el día en muchas ocasiones a la municipalidad durante el año y medio de crisis.
Lecciones aprendidas y una solución
En todo ese tiempo, a pesar de la sucesión de crisis e improvisación, se han aprendido lecciones y a día de hoy, el manejo de los nuevos flujos ha mejorado sustancialmente. Sin embargo, desde el principio ha habido una aversión a admitir errores y todavía hay retos que enfrentar. El presupuesto de la ciudad está desbordado, incluso a pesar de recibir ayudas importantes del Gobierno estatal de Illinois, y de cara a lo que queda de año las cuentas no están nada claras.
Con el objetivo de vaciar los albergues se puso en marcha el mismo sistema de Nueva York, que limita los tiempos de estadía hasta 30 días para adultos solteros o 60 para familias. En Chicago, se anunció a principios de marzo y se comenzó a implementar en abril, pero las excepciones a familias con niños escolarizados, la inmensa mayoría, y personas con condiciones médicas, significa que para mediados de mayo solo unas 700 personas han sido sacadas de los albergues. Además, con la nueva llegada del buen tiempo, se espera que el flujo de migrantes provenientes de Texas vuelva a aumentar; aunque eso depende de los cruces en la frontera, que ahora mismo están en niveles relativamente bajos para la época del año, principalmente por la cooperación acordada con el Gobierno mexicano.
Pero en Chicago no se fían de esa tendencia. Saben que tienen la convención demócrata a finales de agosto, y creen que Abbott va a querer sembrar el caos migratorio para generar la imagen de un partido incapaz de gobernar. El alcalde Brandon Johnson considera que solo hay una solución rápida y efectiva para la situación: otorgar permisos de trabajo para los migrantes. A principios de abril lideró una petición con varios otros alcaldes de ciudades más pequeñas dirigida al presidente Biden precisamente en esta línea.
Paseando por la ciudad es evidente que hay trabajo, abundan los letreros y anuncios que ofertan empleos de conductor de autobús o tren, de cocinero, de personal de aseo, de repartidor, de constructor, y un largo etcétera. Tampoco faltan las ganas de trabajar, de perseguir el sueño americano. Antonio Contreras es el ejemplo perfecto. Desde temprano monta su negocio informal en las puertas de aquella nave industrial que es el albergue más grande de la ciudad. Vende refrescos, jugos, galletas, papas, chicles y dulces desde que llegó a Chicago hace tres meses. Con sus ganancias convertidas en ahorros, y reconvertidos en inversión, ya se compró un coche. A él le da igual no saber lo que pasa en los despachos de alcaldes, gobernadores o presidentes. Pero en su reflexión condensa la sencillez y complejidad del problema: “Yo solo quiero trabajar y sacar a mi familia adelante”.
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