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El faro mexicano en el corazón de ‘Xicágo’

El Museo Nacional de Arte Mexicano, ubicado en el barrio de Pilsen de la Ciudad de los Vientos, es un hogar con las puertas abiertas para la comunidad local y las innumerables maneras de vivir la identidad transfronteriza y migrante

El nuevo director del museo, José Ochoa, en su detenidamente decorada y colorida oficina.
El nuevo director del museo, José Ochoa, en su detenidamente decorada y colorida oficina.Mustafa Hussain
Nicholas Dale Leal

En Pilsen, en la zona central de la ciudad de Chicago, las esquinas de las aceras son enormes calendarios aztecas de hierro. Le recuerdan a la gente de dónde vienen los pies que los pisan. Y en el corazón del barrio, bordeado por casas bajas de fachadas sencillas y pequeños porches desgastados, el discreto parque Harrison. En sus pelados campos de béisbol juegan los equipos juveniles, custodiados por un colorido mural de Quetzalcóatl —la serpiente emplumada de la mitología mesoamericana— y por un edificio que se erige con una resistencia desafiante. Las grecas oaxaqueñas que adornan su fachada lo delatan con orgullo desde lejos: es el Museo Nacional de Arte Mexicano, pero es mucho más que un museo.

fotografías villa ignacio allende
Una exposición con fotografías sobre la pequeña villa de Ignacio Allende. Mustafa Hussain

El nuevo director, José Ochoa, que reemplazó al principio de este año a Carlos Tortolero, quien fundó y lideró el museo desde sus comienzos más humildes, tiene su propia metáfora para describir el lugar que ahora maneja. “Yo hablo del museo como un faro. Como si estuvieras perdido en el mar y hay una luz que te trae a casa. Da igual que hayas vivido en México toda la vida; o seas primera generación mexicano-americano, o quinta generación; o que hables español o no; o hables inglés o no; cuando llegues aquí te vas a reconocer en las paredes… Hay una parte de todas las versiones de lo que somos”.

Este mensaje reverbera en una ciudad tan segregada como Chicago, que tiene una población dividida prácticamente en partes iguales —30% blanca, 30% latina, 30% afroamericana— y en la que los barrios tienen dueños evidentes. Cesáreo Moreno, el curador jefe del museo desde hace tres décadas, bautizó su ciudad con una palabra nueva por allá en 2002, cuando a una exposición de artistas mexicanos asentados en la ciudad le puso el nombre de Xicágo. Desde entonces, esta curiosa ortografía sincrética condensa elegantemente el fulgor del faro.

En ese momento ya llevaba alumbrando unos 20 años. Comenzó tenuemente en 1982, hasta que abrió sus puertas de manera definitiva un lustro después. Tortolero recibió como donación de la ciudad un cobertizo para embarcaciones, donde algunas de las personas más adineradas resguardaban sus barcos de los recios inviernos del Medio Oeste. Una sencilla reforma le dio aires de museo a esta bodega-taller y la convirtió en el custodio de una identidad que son muchas a la vez.

En ese entonces, alrededor de 1990, la localidad de Pilsen tenía una población 88% latina, la gran mayoría descendiente de migrantes mexicanos que en los años sesenta empezaron a cambiar un distrito originalmente checo —por eso ese nombre en honor a una ciudad del este de Europa conocida por darle cerveza al mundo—, desafiando un fuerte racismo hasta hacerse con el alma misma del lugar. Pero también en ese momento, cuando Pilsen fue más mexicano que nunca, Tortolero vio la necesidad de que la inercia de la asimilación no se llevara por delante la esencia del barrio.

Museo de Chicago
El mural de Quetzalcóatl pintados por los jóvenes del programa Yollocalli en una casa en la acera opuesta del museo.Mustafa Hussain

Fue visionario. Precisamente desde ese momento la gentrificación comenzó a acechar. Las incontables taquerías que no envidian en nada a los establecimientos “auténticos” al sur de la frontera se volvieron cool. Su buena ubicación, apetecible. Lentamente, los precios de los alquileres fueron subiendo. Muchos vecinos se desplazaron más al oeste o al sur de la ciudad, barrios en los que la vida es menos amable y transcurre codo a codo con la pobreza y la violencia. Ahora, Pilsen es 70% latina, que no es poco, pero no es lo mismo. Y el museo, tras una importante renovación en 2001, se transformó en otra metáfora: un muro de contención.

Se construyó a través de la educación, el hábitat natural de Tortolero y quienes lo acompañaron desde el principio. Se diseñaron programas y alianzas con los colegios locales y a través del arte los jóvenes de la zona aprendieron a expresarse, a descubrir quiénes son. Se terminó de cristalizar en 1997 con la creación de Yollocalli —del náhuatl, yolotl, corazón, y kalli, casa—, una iniciativa que ofrece una programación gratuita para adolescentes y jóvenes hasta los 24 años. Es el único programa para jóvenes premiado múltiples veces por la Casa Blanca.

Desde 2013 está ubicado en La Villita, barrio aledaño a Pilsen, y a día de hoy es un espacio comunitario abierto y gratuito con estudios, laboratorios, estudio de radio y una importante biblioteca de arte. Desde allí dentro se han producido unos 50 murales en toda la ciudad, como ese Quetzalcóatl —comisionado por los Chicago Bulls— que vigila el parque, y hasta se han vuelto un destino turístico en sí mismos. También se hacen podcasts donde los jóvenes —que reciben una modesta remuneración por su trabajo de comunicación— hablan de todo un poco. Yollocalli les deja claro que son lo que son, pero también que pueden ser lo que quieran ser. Pasados los años, hay exalumnos del programa regados por todos los ámbitos de la ciudad. Con ellos la huella se expande, pero todos saben dónde está su casa.

Xicágo
Uno de los murales pintados por los jóvenes del programa Yollocalli en una fachada del barrio.NATIONAL MUSEUM OF MEXICAN ART

El Museo Nacional de Arte Mexicano es más que un museo. A pesar de ser la primera institución latina en volverse miembro de la Alianza Americana de Museos —lo cual le permitió codearse con instituciones del prestigio del MoMa o, sin ir más lejos, el Art Institute of Chicago, uno de los museos más importantes del mundo—, los ojos de esta institución están fijamente posados en su comunidad. Se deben a ella y le sirven de la manera que sea. José Ochoa cuenta, por ejemplo, cómo el museo ha actuado de agente fiscal, recaudando cientos de miles de dólares para ayudar a asegurar préstamos para que los vecinos puedan comprar sus casas y no tengan que irse del barrio. “¿Por qué un museo actuaría así defendiendo el derecho a la vivienda? Pues, eso es lo que hacemos… Ante cualquier necesidad de la comunidad, sea de derechos de mujeres o niños o de migrantes, nosotros hemos estado involucrados en servicios para atenderlos. Es como que tenemos una atracción gravitacional y cuando pasa algo la gente viene acá primero y pregunta: ¿qué vamos a hacer?”, dice sin disimular su orgullo.

Xicágo museo
La historia de la música tradicional mexicana en Chicago ocupa un espacio en las salas de exhibición. Mustafa Hussain

Pero tampoco quiere quedarse ahí. Si algo define a esta institución es su ambición, su aversión a la parálisis que en ocasiones convierte a los museos más pequeños, tal vez menos glamurosos, en almacenes de polvo. Desde que recibió la batuta de la mano de Tortolero, Ochoa es consciente de que a la par de todo el trabajo con la comunidad y en educación, el museo debe crecer y estar, como siempre lo ha estado, a la vanguardia.

Como cuando en 1994 organizó la primera edición del Festival Sor Juana, un evento multidisciplinario en honor a Sor Juana Inés de la Cruz y a las mujeres artistas mexicanas a ambos lados de la frontera. En 30 años ha recibido a artistas de la talla y variedad de la actriz Angélica Aragón, las escritoras Ana Castillo y Elena Poniatowska o las músicas Julieta Venegas, y este mismo año, Silvana Estrada, entre innumerables más.

Para proyectar la luz del museo todavía más lejos, lo primero, asegura, es mejorar la financiación, que por ahora es capaz de dar estabilidad, pero no ofrece mucho margen de crecimiento. Para ilustrar, señala que mientras que el departamento de recaudación, que busca activamente donaciones y alianzas, tiene tres personas y recoge el dinero que traerían 12, el área educativa tiene unos 20 trabajadores. El área de mercadeo consiste en una persona.

Pero esto no lo desanima. Como es inevitable cuando está rodeado de la energía pujante del museo y la rebosante decoración de su oficina, Ochoa habla del futuro con mucha ilusión. En los próximos años, tienen previsto abrir una nueva sede en Valladolid, Yucatán, y llevar una exposición propia a Madrid en el año 2026. El faro alumbra más fuerte que nunca.

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Sobre la firma

Nicholas Dale Leal
Periodista en EL PAÍS América desde 2022. Máster de periodismo por la Escuela UAM-EL PAÍS, donde cubrió la información de Madrid y Deportes. Tras pasar por la Redacción de Colombia, ahora es parte del equipo que produce la versión en inglés del periódico.
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