El candidato de ManchurIA y el libre albedrío
No deja de sorprenderme la facilidad con la que entregamos nuestros datos a organismos ignotos sin cuestionarnos las sombras de una tecnología que, por facilitarnos la vida, pretende suprimir elementos tan humanos como la duda, el libre albedrío o la espera


Este verano he leído dos libros de terror que ríanse ustedes de Stephen King. ¿Ética o ideología de la inteligencia artificial?, de Adela Cortina, y Te siguen, de Belén Gopegui Durán, que también va de IA, en concreto de los algoritmos, las intenciones de quienes los programan y la escasa resistencia que encuentra su alegre implantación en la vida cotidiana. El último ejemplo nos lo acaba de dar Netflix integrando la IA generativa en su buscador. Y digo terror porque, aun apreciando el grado de bienestar que estos avances nos proporcionan, no deja de sorprenderme la facilidad con la que entregamos datos a organismos ignotos sin cuestionarnos las sombras de una tecnología que, por facilitarnos la vida, pretende suprimir elementos tan humanos como la duda, el libre albedrío o la espera.
Habrá quien se alegre, pero yo no paro de verle las costuras. Como cuando hace unos días alguien escribió irónicamente en X “con Franco vivíamos mejor” sobre la foto de una familia española humildísima durante la posguerra. La ultraderecha negó su veracidad, ¿cómo iba a haber pobres en la gloriosa España de Franco? Le ayudó Grok, chatbot de IA de X, que la situó en la Gran Depresión estadounidense, a pesar de las evidencias que le mostraban que se había realizado en Málaga. Le hizo reconocer su error la tenacidad de una humana, la profesora Rosa Puig, una heroína moderna, y no lo digo con guasa, porque contra las máquinas no vamos a necesitar rabia, sino cordura. No piensen que hay una conspiración en la respuesta de Grok; es más sencillo: hay sesgo. Pocas palabras me dan más miedo ahora mismo.
También me asusta leer que, de cara a las próximas elecciones legislativas estadounidenses, las grandes tecnológicas dedicarán sus ilimitados recursos económicos a financiar a los candidatos pro IA. Un titular que me ha recordado una de mis películas favoritas, El mensajero del miedo —el chiripitiflautico título que recibió en España El candidato de Manchuria—, film pavoroso sobre un complot contra la democracia. La magistral es la de John Frankenheimer, pero la que se ajusta a este ejemplo es la versión moderna de Jonathan Demme. En ella, la cosa ya no va de comunistas o macartistas; el malo es una gran corporación que trata de imponer un candidato a la presidencia mediante sofisticadas estrategias de control mental. El presente demuestra que no será necesario; entregaremos la democracia de manera voluntaria a cambio de no tener que decidir por nosotros mismos qué película queremos ver en Netflix.
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