Grison (‘La revuelta’): “Lo que decimos de Pablo Motos no va con maldad”
El artista reflexiona sobre su vida más allá del programa de Broncano: la familia, la educación ‘hippie’ de sus hijos, el sistema capitalista, la salud mental o los límites de la comedia: “La gente no lo sabe, pero nunca he probado las drogas duras”
Un turista le confunde por la calle con un actor de Hollywood. “Sí, justo, soy el de Thor”, bromea Marcos Martínez (Madrid, 40 años) al salir de la grabación de La revuelta. Aunque su melena larga, como la del superhéroe, es historia. Su primo le puso el mote de Grison (el investigador de CSI) por hacer muchas preguntas a la gente, pero en su pueblo siempre ha sido El Ruso. “Porque de pequeño era muy rubio, gordito y una vez mi madre me hizo un disfraz de cosaco”, recuerda ya en el bar, frente a un agua con gas. Hijo y nieto de churreros, la sonrisa se le desdibuja cuando habla de “este sistema centrado en producir” que nos roba el tiempo y la salud. Antes del programa fue profesor en una escuela de música, director de un coro de niños, comercial de instrumentos o músico callejero. Hoy, por fin, trabaja lo justo. Es, ante todo, un padre de familia.
Pregunta. ¿Qué diferencia a Grison de Marcos?
Respuesta. Nada, la clave del éxito es que La revuelta es un reality. Así soy en la vida real. Un jornalero que trata de pasárselo bien y no preocuparse mucho por los problemas. Intento ejercitar el cuerpo y la mente. Aunque en lo segundo me falta mucho porque, a veces, se me pira la olla.
P. ¿Por estrés?
R. Es que hace cuatro años, tenía el programa de lunes a jueves, hacía bolos los fines de semana y muchos eventos privados. Me dio un pico de ansiedad muy gordo y me tiré una semana sin dormir, ni una hora. Veía la cama y me mataba porque la soledad por la noche es tremenda. Se me quedó crónico y por eso empecé a hacer más deporte. Primero nadando, luego corriendo y haciendo pesas.
P. No se salta un día de gimnasio y eso que es el de los chistes de drogas.
R. ¡Porque los chistes de drogas entran muy bien! Y a mí me salen muy bien también, los hago de siempre. [Cambia el tono]. La gente no lo sabe, pero no he probado las drogas duras en mi vida. Por eso me sorprende cuando alguna vez me han ofrecido por la calle. Yo era un chaval de jugar a la play, fumar canutos y tocar la guitarra en el parque con mis colegas. Me dio un coma etílico con 13 años y le cogí miedo al alcohol. Nunca me he pillado un pedo gordísimo.
P. ¿Y si se fuma un porro?
R. Si me fumo un porro ahora me da algo. Me tienen que llevar a la UCI directamente. Al final, te das cuenta que también es una droga dura, aunque con el consumo, la vayas asimilando.
P. ¿Ha tenido crisis de los 40?
R. Para nada, la verdad. Me veo mejor ahora que con 20 años porque me cuido mucho más y como más saludable.
Si me fumo un porro ahora acabo en la UCI. Al final te das cuenta de que también es una droga dura”
P. Fue campeón del mundo de beatbox, disciplina que aprendió para diferenciarse como músico, pero antes tuvo mil curros. La historia de los millennials.
R. Sí, pero lo del beatbox es como si eres el mejor del mundo en canicas. Aunque gracias a eso me vio Ricardo Castella [director de La Revuelta] y empecé en el programa. No sé si los chavales de ahora se lo van a currar tanto como nosotros.
P. Y yo no sé si ellos opinarán lo mismo...
R. Bueno, piensa en tus abuelos y las horas a las que se levantaban. Muchos, a los 14 años, ya estaban trabajando... Creo que curro menos que mi abuelo y que mi padre. Y que mis hijos saben que no hay que trabajar tanto porque, aunque hay más competencia, hay más información.
P. ¿Tiene conciencia de clase?
R. Sí, no hay que perderla nunca por mucho dinero que ganes. Mi padre siempre ha sido muy socialista. Ahora mismo no soy tan comunista como antes, pero el empresario no puede explotar a la gente ni aprovecharse del rendimiento del trabajador.
El sistema está montado para que te penalicen si quieres prosperar o ganar más pasta”
P. ¿Vivimos demasiado enfocados al trabajo?
R. Totalmente. El sistema está montado para que te penalicen si quieres prosperar o ganar más pasta y mucha gente tiene que estar en tres o cuatro curros para tener un mínimo nivel adquisitivo. Además no se valora la conciliación familiar. Un tío de éxito es el que trabaja diez horas y ve a los niños para acostarlos en la cama.
P. ¿Es ese tipo de padre?
R. Tengo mis épocas, pero no soy el típico que no ve a sus hijos. El día que no estoy con ellos me da ansiedad. Les doy de comer, los llevo al colegio, y al final el programa no me quita tanto tiempo. Curro cuatro horas diarias y a las actuaciones me los llevo siempre. Elijo el destino y luego pillo el bolo allí. Suelen ser sitios de costa o que me apetezca que conozcan.
P. ¿Qué es lo peor de la paternidad?
R. Joder, ¡qué pregunta! [Da un sorbo al agua con gas]. Creo que el riesgo es descuidar la relación con la pareja. Las flechas que antes te tirabas con tu mujer van al niño y podéis terminar siendo socios comanditarios. Hay que ponerle más atención a la pasión, a tener comunicación, porque te puedes sentir solo en algunos momentos. Y también el tema de la logística. Antes, cuando tocaba en la calle era un hippie, me comía un bocata de chóped, y no planeaba las cosas. Ahora con los niños tengo que planificarlo todo.
Cuando tienes hijos entiendes que guardar rencor a tus padres no tiene sentido”
P. Actuó en la Puerta del Sol y se recorrió Europa en furgoneta. ¿Sacó alguna lección de tocar en la calle?
R. Que lo que funciona en la calle, funciona en un escenario. Porque la peña va a su bola con prisa y si se paran a escucharte es porque les mola de verdad. La calle es superexigente.
P. Dicen que cuando uno tiene hijos entiende cosas de sus padres.
R. Me ha pasado, sí. Les pude guardar rencores por no hacerme caso cuando lo pasaba mal en el colegio, por tener que salir por la verja de atrás... O por darme medio litro de colacao con galletas, estar toda la vida gordísimo y pensar: “¿Por qué estoy así?”. Pero era porque no me abría con ellos y por falta de información. Me han dado todo y lo han hecho lo mejor que han podido, con amor absoluto. Cuando tienes hijos entiendes que guardar rencor a tus padres no tiene sentido. Somos personas y tenemos fallos.
P. ¿Le hicieron bullying?
R. Era un poco gamberrete y me las buscaba, pero ha habido de todo, sí. Repetí cuarto de la ESO y me quedé descolgado de mis colegas. En clase, me sentaba atrás yo solo porque me veían como una mala influencia. Sin embargo, con las chicas me iba mejor porque les creaba curiosidad.
P. Su padre le ponía The Doors y Stevie Wonder, pero ahora los niños crecen escuchando reguetón.
R. Siempre ha existido la canción de La barbacoa, pero el reguetón ha eclipsado al resto de estilos musicales. Las letras son terribles. No hay una que no salga de la banalidad, del consumismo y del mundo capitalista más extremo. Mucho gym, pero solo por aparentar, no porque sea saludable.
No me gustan los chistes soeces, muy de cuñado o que dejen mal a la mujer”
P. Al principio, educó a sus dos hijos en casa. ¿Qué tal la experiencia?
R. Bien, el mayor es superespabilado. Entendía inglés con 2 añitos, chapurreando y con dibujos. Mi chica y yo nos turnábamos para darles clase, pero al final los hemos metido en un cole hippie porque no nos daba la vida. Criar es otro trabajo. Es un centro que, por ejemplo, no tiene pupitres, en el que una nativa usa un perro que solo atiende órdenes en inglés y en el que hacen muchas manualidades para mejorar la psicomotricidad.
P. ¿Por qué habiendo estudiado Magisterio no los llevó a un colegio normal?
R. Porque la enseñanza reglada hoy es un invento del siglo XIX para la revolución industrial. Un sitio para que los niños estén mientras sus padres trabajan, en el que no se gestionan emociones o cómo socializar de manera no traumática. Veo cosas en mi hijo que yo no las he tratado, como no saber decir que no o querer agradar en el grupo.
P. Uno de sus fuertes en La revuelta es soltar el chiste en el momento adecuado. ¿Tiene técnica?
R. Sí, se aprende. Cuando entré en el programa iba solo a ser guitarrista, pero empecé a meter algún chascarillo y entraban que te cagas. David, Ricardo y Jorge me animaban a decir más cosas. Y se lo agradezco porque otra gente, como hay muchos egos, me hubiese dicho que me callase.
P. ¿De verdad va siempre sin guion?
R. ¡Hoy no sabía ni quién venía al programa! Cuando pienso las bromas no tienen la misma gracia.
P. ¿Hay algún tema sobre el que no bromee?
R. No me gusta el body shaming [burlarse de alguien por su apariencia física], los chistes soeces, muy de cuñado o que dejen mal a la mujer. El límite de la comedia es no hacer pequeño al que le estás haciendo la broma, que se entienda que es un chiste. Incluso lo que decimos de Pablo Motos no va para nada con maldad. Me encantaría que entendieran los chistes y que se acercaran a nosotros.
P. Colaboró en El hormiguero, ¿no le ha escrito nunca Motos a raíz de la batalla mediática entre los dos programas?
R. No, es que nunca en la vida me ha escrito. Nunca tuve relación con él más allá de en el plató para hacer los ensayos. Sí que tengo relación con Juan y Damián y sigo queriéndoles un montón.
Nos ha venido bien que hayan intentado desprestigiarnos”
P. ¿El éxito de La revuelta ha sido justicia poética?
R. Mmm, al principio nadie sabía lo que iba a pasar. Cuando llegué a casa y vi que no habían recortado nada del primer programa, me llevé las manos a la cabeza y pensé: “¡Esto es histórico!”. Nos ha venido bien que desde ciertas cúpulas hayan intentado desprestigiarnos. La polémica siempre viene bien. Y ha sido un renacer porque estábamos bajando en motivación y popularidad. Ahora nuestro objetivo es que la gente se olvide de sus problemas ese rato. Es como droga instantánea. [Se le escapa una carcajada].
P. ¿Ha notado algún cambio desde que están en la pública?
R. Sí, a nivel personal te conocen más por la calle y tienes que ser muy cordial, pero no todos los días son buenos y, a veces, no te apetece hablar con la gente. Me gusta ir a mi bola.
P. ¿Duerme ya mejor?
R. Ahora duermo de puta madre, pero cuando tengo mucho ruido social, muchas llamadas o compromisos, peor. Todo esto forma parte de un plan para conseguir libertad financiera en el futuro porque el trabajo está sobrevalorado. Quiero dedicarme a mi familia, estar en el campo, cultivar mis alimentos, tener gallinas... Vivir en un sitio en el que no me conozcan.
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