El ‘prime time’ ha muerto, viva el ‘access prime time’

Todo español que se precie, además de un entrenador de fútbol y un presidente del Gobierno, desde hace unas semanas lleva dentro un analista de audiencias. Lo explicaba muy bien el domingo Sergio del Molino en su columna. Al otro lado de los aspirantes a tertuliano de ascensor, estamos los aspirantes a vivir de la tele. Las personas que muchas noches no hemos pegado ojo a la espera del dato que nos confirmase si esa mañana iríamos a plató a seguir trabajando o a recoger nuestras pertenencias. Y también los periodistas que llevan muchos años dedicados al estudio de estas cifras. Unos y otros nos hemos tenido que ir haciendo conocedores, por pura necesidad, de unos datos no tan fáciles de leer y sí, a tenor de lo escrito en algunos periódicos en estas últimas semanas, muy fáciles de manosear.

Natalia Marcos publicó la semana pasada un excelente artículo en el que se analizaban en profundidad los datos de La Revuelta desde su estreno. Al leerlo terminé de constatar algo que llevamos comprobando a diario desde hace tiempo quienes leemos estas cifras: el access prime time ha fagocitado al prime time. Estamos construyendo una casa cuyo recibidor es más grande que el salón. No es que los espectadores nos hayamos vuelto más tempraneros, es que la televisión se ha vuelto más tardía. Cuando los access empezaron –pensemos en El Informal, por ejemplo–, ocupaban la franja de 21:30 a 22:00, hasta que comenzaba la serie o el programa estrella de la noche (de 22:00 a 22:30 es cuando más espectadores ven la tele). Ahora son ellos el programa estrella de la noche, que dura hasta las 23:00. Si después uno quiere ver la siguiente emisión, lo hace sabiendo que al día siguiente llegará al trabajo con las ojeras por los tobillos.

Tener de lunes a jueves el mismo formato en horario de máxima audiencia es algo que ahora mismo hacen casi todas las cadenas generalistas en España. Les sale muy rentable, claro. Pero que el prime time pierda fuste no es buena noticia para los formatos destinados a esa franja, cuya inversión se irá abaratando inexorablemente. Lo único bueno de esto es que si conseguimos que se siga retrasando su comienzo, tal vez cuando nos despertemos, en lugar de desayunar con las audiencias y el miedo a perder el empleo, empezaremos a hacerlo, yo qué sé, viendo en directo quién gana Gran Hermano.