Porque se les permite
Algunos actores que, a fuerza de interpretar personajes, creen que tienen la capacidad no solo de encarnarlos, sino de tomar decisiones relativas a todo lo que les rodea
El chiste sexista rezaba: “Érase una actriz tan tonta que se acostó con el guionista”. Hoy podríamos acuñar: “Érase un actor que se creía tan listo que tachaba parte de su guion antes de estudiárselo”. En un encuentro de algunos de los artífices de Reina roja con el público, Hovik Keuchkerian se despachó con vehemencia sobre su manera de enfrentarse a un guion. “En un guion hay un papel, no hay un personaje”, sentenció. “Tú me das a mí un guion para arrancar y lo primero que hago es quitar todas las acotaciones. Porque me condiciona, ni tono, ni hostias (…)”. Continuó con un ejemplo: “‘Michael entra triste al bar y se encuentra con Amaia Muruzábal’. ¿Y por qué cojones entra triste? Entonces tacho. ‘Michael entra al bar’. Porque yo no sé qué pasa en ese bar. Lo voy a saber a medida que vaya trabajando”.
Es fácil rebatir a Hovik: tú no sabes qué pasa en ese bar, pero el guionista que ha escrito el guion, sí. Y al parecer, sabe algo más que tú desconoces y quizá te vendría bien entender: las acotaciones son tan guion como las líneas de diálogo. Y claro que te condicionan, están ahí, entre otros motivos, para eso.
La anécdota refleja el talante de algunos actores que, a fuerza de encarnar personajes, creen que tienen la capacidad de tomar decisiones relativas a todo lo que les rodea. Mi personaje no hablaría así, mi personaje no se vestiría así, mi personaje no tendría esos cojines. Pero tú sí tienes, con perdón, los cojones de ir a enmendarle la plana a las personas cuyo trabajo consiste en decidir cómo habla tu personaje, cómo se viste y cómo decora su casa.
Esa potestad de la que se revisten ciertos actores es fruto, en primer lugar, de un sistema que les permite menospreciar el trabajo ajeno sobre el que se apoya el suyo propio. Cualquiera que haya trabajado en un rodaje sabe que a las tareas propias de su oficio tiene que añadir la de complacerlos —y algunos cogen el brazo cuando se les da la mano–, algo que nunca ocurre a la inversa.
La actriz del chiste rancio era un estereotipo equivocado, pero en algo acertaba la gracieta: pese a construir la piedra angular de cualquier serie, un guionista tiene muy poco poder. Tacharle líneas por sistema no es hacer mejor tu trabajo, es echar por la borda el suyo.
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