‘El simpatizante’, o Park Chan-wook reescribiendo, a ritmo de comedido humor negro, la guerra de Vietnam
El director de ‘Oldboy’ se estrena como ‘showrunner’ dirigiendo una miniserie basada en un reciente Premio Pulitzer que muestra el otro lado de la archificcionada contienda que marcó la década de los setenta en Estados Unidos
Entre 1955 y 1975, el gobierno comunista de Vietnam del Norte y sus aliados en Vietnam del Sur, conocidos como el Viet Cong —y apoyados por China y la Unión Soviética—, combatieron contra el gobierno del Vietnam del Sur, cuyo principal aliado era Estados Unidos. La caída de Saigón —la capital de Vietnam del Sur— en 1975 puso fin a una guerra que, si se estudia en las universidades de Periodismo, es porque fue la primera en la que la opinión pública jugó un papel esencial. La sociedad estadounidense se alzó, en la distancia, contra la participación de su país en el conflicto —inevitable, en plena Guerra Fría—, incapaz de creer todo lo que leía y veía sobre lo que allí ocurría. A finales de los años sesenta, cuando el movimiento hippie estalló, la guerra de Vietnam tenía los días contados. Sobre todo, gracias a él, pero no únicamente.
El desgaste de una guerra que fue desde el principio una guerra de guerrillas le valió a Estados Unidos una derrota que el país vivió, sin embargo, como una victoria, o, al menos, eso hizo la opinión pública estadounidense, que se había enfrentado al sinsentido de que sus chavales viajasen al otro extremo del mundo para morir en una guerra que nada, se decían, tenía que ver con ellos. La cantidad de ficciones que se han escrito y filmado sobre ella después es abrumadora. La primera, Apocalypse Now, de Francis Ford Coppola, se estrenó tan solo cuatro años después de que la guerra acabara. Y la sensación era la de que el mundo le había dado a la ficción norteamericana, aún sin historia, un mito sobre el que volver una y otra vez, y, como en el mundo real, jugar a ser el bueno y el malo a la vez. Y hacerlo desde un único punto de vista.
Por eso el estreno de la miniserie El simpatizante (HBO Max), la primera producción para televisión de Park Chan-wook, el director y guionista de Oldboy, la película que puso de moda el cine coreano casi dos décadas antes de que el mundo descubriera a Bong Joon-ho y a sus Parásitos, importa tanto. Porque he aquí que por primera vez, el relato, como en un espejo, se vuelve del revés. Y lo que se ve es, por una vez, Vietnam. Y la vida no en los arrozales, eso de lo que ha abusado el tópico casi industrial del cine de Hollywood, sino en las ciudades. Ciudades con sus cines, y sus estrenos en los cines, y sus bares, y las cervezas que se toman en terrazas atestadas el mismo día de la caída de Saigón porque por fin todo va a acabarse. Es decir, una parte de la realidad que no había existido para la ficción jamás. Y que, afortunadamente, ahora existe.
Basada en la novela homónima de Viet Thanh Nguyen que ganó Pulitzer en 2016, El simpatizante, la miniserie —que dirige Park Chan-wook y escribe junto al canadiense Don McKellar—, sigue los pasos de un narrador nada fiable, un agente comunista encubierto ripleyiano —un alguien aparentemente inofensivo, sumiso y encantador— que, mientras ayuda a escapar al General pronorteamericano de Saigón —el día de la caída de la ciudad, en un único avión repleto de familiares y conocidos rabiosos por dejar en tierra a casi todo el mundo—, se escribe con un alto cargo del Viet Cong para informar de hasta el último ridículo movimiento del General, y, por extensión, de Estados Unidos. Y en su periplo se construye otro escenario en el que la Guerra de Vietnam es la Guerra de Estados Unidos —así era conocida allí—, y en el que el mundo que se detiene no es el de los acomodados asistentes a Woodstock sino aquel que está siendo atacado.
El tono es de una comedida comedia negra poco macabra —tratándose, como se trata, de Chan-wook, el tipo que convirtió el martillo en un instrumento gore y que retorció la idea del thriller hasta lo artístico en aquel Oldboy, y lo que siguió—, tan al estilo de Joseph Heller —el autor del clásico bélico Trampa 22, un monumento al absurdo de la guerra— que casi parece que Yossarian, el piloto protagonista, estuviese dictándole líneas de guion a Hoa Xuande, el espía infiltrado, el narrador (conocido como el Capitán), que, y he aquí lo interesante en más de un aspecto, está escribiendo la historia en una celda horrible, en un futuro en el que ha sido descubierto. Esto hace aún más evidente de qué manera la historia se reescribe todo el tiempo, y cómo aquel que la escribe decide qué importa y qué no, y en qué sentido los detalles construyen, a veces, cortinas de humo.
Hay una visión de Estados Unidos única, que empieza con el desierto y sigue con un motel, y se instala en los suburbios, y hasta tras el mostrador de una licorería, porque es una licorería lo que monta el General en Los Ángeles. Es una visión basada en la mitificación, una mitificación que no tarda en revelarse de cartón piedra —puro escenario vacío—, lo que, en manos de Chan-wook —cuyo pulso está aquí atenuado, a ratos irreconocible, tan centrado en el retrato que se obstruye a sí mismo—, lo vuelve de lo más incisivamente interesante. Porque ahí está el sueño, aquello por lo que se ha luchado, a oscuras, sin verlo, en Vietnam, hecho realidad, y no tiene el mismo aspecto, por supuesto, ni siquiera, a ratos, se le parece lo más mínimo.
La aparición estelar de Sandra Oh —irreconocible y magistral en su papel de secretaria a la que el racista de su jefe considera japonesa por su aspecto, pese a que ella insiste en decirle que es tan de California como él, lo que pone de manifiesto el gran problema de Estados Unidos— y de Robert Downey Jr. —en una pequeña y maravillosa cantidad de papeles absurdos: atentos a lo camaleónico de su aspecto, está siempre donde menos de lo esperas— acaba de catapultar el artefacto a, si no pieza de culto —pues hay algo en su mecanismo que no le permite acabar de brillar, y es esa cierta rigidez en tanto pieza inexistente y necesaria, es el peso de la responsabilidad—, sí disfrutable otro lado especialmente apto para los amantes del espionaje, y el absurdo.
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