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COLUMNA
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Lo que se critica de ‘El problema de los 3 cuerpos’ es lo que atrapa

La serie parecía gafada: enfurece a los chinos y a los lectores de las novelas, uno de sus productores fue asesinado, su coste es exagerado. Y peca de liosa. Pero sorprende, tiene personajes con tirón y alguno de sus hilos es muy actual

Jess Hong, en el mundo virtual de 'El problema de los tres cuerpos'.Foto: ED MILLER / NETFLIX
Ricardo de Querol

¿Seríamos de verdad responsables si supiéramos ya que una civilización extraterrestre vendrá a invadir la Tierra dentro de 400 años? Y, casi peor, que ya nos está vigilando. Ese es uno de los hilos de El problema de los 3 cuerpos, ambiciosa serie de ciencia ficción que parecía haber empezado con mal pie. Netflix todavía no ha confirmado la segunda temporada. Cada capítulo le cuesta la friolera de 20 millones de dólares. Y el resultado de los primeros días no parecía el esperado en crítica ni en público, pese a la etiqueta “de los creadores de Juego de Tronos. Una cancelación sería un buen fiasco, porque la primera temporada ha dejado todo abierto. Pero el riesgo se va disipando: ya es la serie de Netflix más vista en el mundo (lleva ahí tres semanas) y los jefes del proyecto (David Benioff y D.B. Weiss) dan por hecho que seguirá. Otro de sus responsables, el millonario productor chino Lin Qi, fue asesinado en 2020 y su envenenador condenado a pena de muerte poco antes del estreno, en un giro de guion de los que a veces diseña la realidad. Parecía haber un gafe.

Más problemas: la serie ha enfurecido a los chinos, al menos a los afines al régimen. Porque la trilogía de novelas original de Liu Cixin ambienta toda la trama en el gigante asiático, presentado como una superpotencia científica capaz de salvar a la humanidad. Y en esta producción hay un equipo de investigadores de distintos orígenes (los cinco de Oxford) y el escenario principal es el Reino Unido. Más globalizado todo, eso es muy Netflix. Las referencias a China están desde el principio: las primeras escenas presentan la brutal ejecución en público, a golpes, de un científico en tiempos de la Revolución Cultural. Ese periodo aparece retratado fugazmente pero en toda su crueldad, de la que los chinos de hoy saben poco. La serie no se emite en China, ni siquiera hay Netflix allí, pero sus jóvenes son hábiles con el pirateo.

Tercer problema de El problema: para los seguidores de las novelas, que son legión en todo el mundo, la adaptación es muy poco fiel. La trilogía original da más peso a lo conceptual, a la reflexión científica y filosófica, mientras la serie prefiere la acción, como suelen hacer las series. Muchos reivindican en su lugar una producción china (de 30 episodios) sobre las mismas novelas: Tres cuerpos, disponible en Rakuten Viki. Pero puede ser que lo que enfada a los lectores de las novelas y a tantos chinos sea lo que hace atractiva la serie para el público general. Aquí hay más foco en el desarrollo de personajes: estos científicos amenazados inicialmente por una serie de crímenes y que ven que las leyes de la física están siendo violadas a gran escala, lo que les obliga a pensar a lo grande. No es lo más común, ni siquiera en la ciencia ficción, que los investigadores se lleven todo el protagonismo. Entre ellos se cuelan un interesante agente de inteligencia, el gélido jefe de un organismo estatal secreto, y la hija del científico ejecutado al principio como líder de una secta.

La serie peca de enrevesada, difícil de seguir si te distraes con facilidad: será mejor que la pongas en pausa si vas a la cocina. Quizás todo pase demasiado rápido, quizás algunos personajes necesitaban más espacio, quizás el espectador agradecería un respiro. Pero la trama resulta sorprendente, su interés es creciente y da una vuelta de tuerca al debate tan actual sobre adónde nos lleva la tecnología. En este caso, como nos va a atacar los aliens, no importa nada que los avances tengan efectos indeseados, hasta se resuelven en pocos minutos los dilemas éticos que implican muchas muertes. Es la guerra. Pero la de nuestros descendientes. Y hay mucho más: nanotecnología de uso militar, distintas dimensiones, un sistema de realidad virtual más creíble que el metaverso, un culto que adora a los extraterrestres, física cuántica al servicio del espionaje interestelar. Y se habla de las cloacas de los Estados, de la guerra al terrorismo, de geopolítica, del papel de la ONU. Todo en ocho capítulos de frenesí, en vez de los 30 que hicieron en China.

La ciencia ficción, hasta la más apocalíptica, siempre habla del presente. Conecta bien este drama con el clima bélico que angustia hoy al mundo, con una escalada entre Israel e Irán que puede descontrolarse, con el ejército de Netanyahu utilizando sofisticados sistemas de inteligencia artificial para apuntar objetivos entre los parias de Gaza, y con Occidente preparándose una gran guerra en Europa ante las explícitas amenazas de Putin. Y esta ficción incluye una moraleja poco disimulada: si la humanidad está haciendo poco para frenar el cambio climático, como ha establecido la justicia europea en su condena a Suiza, y esa es una amenaza para los que ya viven, imaginemos que el apocalipsis tiene fecha fija, pero cuando ocurra habrán pasado unas 15 generaciones. No lo sufrirán nuestros nietos, bisnietos, tataranietos ni choznos. Pero serán nuestros genes, lo único que haya de nosotros, lo que quede de la especie humana. Eso si no la fastidiamos antes. Somos capaces.

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Sobre la firma

Ricardo de Querol
Es subdirector de EL PAÍS. Ha sido director de 'Cinco Días' y de 'Tribuna de Salamanca'. Licenciado en Ciencias de la Información, ejerce el periodismo desde 1988. Trabajó en 'Ya' y 'Diario 16'. En EL PAÍS ha sido redactor jefe de Sociedad, 'Babelia' y la mesa digital, además de columnista. Autor de ‘La gran fragmentación’ (Arpa).
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