‘Bronca’: estamos odiando por encima de nuestras posibilidades
La serie de Netflix, premiada en los Emmy, muestra una espiral de rencor entre dos desconocidos. Una inmersión en la oscuridad de la mente humana, una historia universal que no depende del contexto, aunque lo tenga en tiempos de rabia social
Todos los personajes retratados en Bronca, la comedia negra que se ha llevado cinco de los premios Emmy, pertenecen a la comunidad asiática de Estados Unidos, que cada vez cobra más protagonismo en el sector audiovisual. Pero podrían ser de cualquier otro origen y nada cambiaría mucho. No espere sumergirse en la sociología de la que algunos dicen minoría modelo (lo dicen para criminalizar a otras minorías).
Los dos personajes que se juran odio eterno en Bronca, producción de Netflix de 10 capítulos de media hora, pertenecen a distintas clases sociales: uno malvive haciendo chapuzas y reside con su hermano en un pequeño piso, la otra es una empresaria que se mueve en la alta sociedad y trata de cerrar un acuerdo millonario. Eso da igual: no hay aquí una sátira del capitalismo competitivo ni una denuncia de la desigualdad como en Parásitos o El juego del calamar. Esta lucha no es de clases.
Lo mejor de Bronca, Beef en inglés, es que apela a emociones universales del ser humano, que no dependen del tiempo ni del lugar, ni siquiera del contexto social y cultural aunque lo tenga. Un incidente de tráfico muy menor entre dos vehículos, de los que hay cientos cada día en Los Ángeles y en cualquier ciudad, cruza las vidas de dos seres que no tendrían por qué haberse cruzado. Se obsesionarán con el rencor y entrarán en una espiral de venganzas. Y no se darán cuenta de que sus vidas ya eran complicadas antes, que de alguna manera ya se estaban desmoronando. Que no necesitaban más problemas. Pero nada puede detenerles.
Veremos también que las personalidades de estos desdichados no eran tan distintas. Que se detestan porque se parecen. Sí hay una reflexión sobre la soledad en el mundo contemporáneo, sobre las relaciones disfuncionales, la de dos hermanos humildes y la de un matrimonio adinerado. Se habla de mucho más (de Instagram, de las criptomonedas, del mercado del arte, de la vida en la urbanización) a través de los personajes, pero nada es aquí tan central como la incorregible imperfección humana.
Es muy creíble, dentro del disparate, la interpretación de los protagonistas: Ali Wong (conocida por sus monólogos de humor, californiana hija de vietnamita y chino) y Steven Yeun (visto en Minari o en The Walking Dead, nacido en Seúl). Y funcionan los secundiarios: el hermano, el marido, la suegra, la amiga, una inversora muy prepotente. El creador y director es un debutante: Lee Sung Jin, también de origen coreano, del equipo de guionistas de Undone o Silicon Valley, y que ya ha fichado por Netflix para varios años tras esta exhibición de talento. Esta historia tiene principio y fin, un fin impactante, pero el director no descarta una continuidad de Bronca en forma de antología, es decir, con nuevas tramas y personajes en cada temporada.
Todos conocemos a gente pacífica que se transforma al volante ante cualquiera que no ceda el paso cuando debe. No pasa solo al volante. Hay quienes cuidan de los suyos y son amables con los extraños, pero enfurecen ante gente a la que solo conocen por la tele. O, peor aún, los que odian a colectivos enteros, deshumanizados sin respetar su individualidad. El odio es hoy un buen negocio: que se lo digan a las redes sociales, que hacen más dinero contigo si consiguen enfadarte, para lo que han entrenado a sus algoritmos. Que se lo digan a los líderes políticos demagogos que se benefician de la rabia social. Demasiada ira inducida.
No esperes de Bronca una moralina, ni un mensaje de autoayuda, ni un retrato social, ni una posición política. Sí hay un afán de adentrarse en lo más oscuro de la mente humana. En cierto modo, estas dos almas extraviadas se odian porque así se sienten vivas.
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