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Columna
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Cine

Mis queridos niños pensarían alarmados que he vuelto a darle al trago o intentarían ingresarme en un frenopático si un día decidiera que vieran películas como ‘Todo a la vez en todas partes’ y ‘Jeanne Dielman’

Joe E. Brown y Jack Lemmon, en la secuencia final de 'Con faldas y a lo loco'.
Joe E. Brown y Jack Lemmon, en la secuencia final de 'Con faldas y a lo loco'.
Carlos Boyero

Me identificaba en plan masoca con un poema que empezaba así: “Cuando ya nada se espera personalmente exaltante”. Es mentira. Desde hace unos años, mi ahijado y su hermano, adolescentes afortunadamente normales, listos, buenas personas, me convencieron para ver juntos una película cada vez que voy a su casa. Y practicamos ese ritual con gozo compartido. Estaba acojonado ante mi responsabilidad al elegirlas. Pero respiro cuando se parten de risa ante Con faldas y a lo loco, perciben que El apartamento es divertida pero también triste, se estremecen de inquietud y de miedo con Psicosis, desearían que El Padrino no terminara nunca. Incluso me atrevo a que sean testigos de la perversa Las amistades peligrosas y también les seduce ese juego tan sofisticado. Hasta ahora no me he equivocado. Les estoy contando lo que significa el cine para mí. Me siento orgulloso del grato descubrimiento que supone para ellos.

Mis queridos niños pensarían alarmados que he vuelto a darle al trago, retornado a las sustancias prohibidas, o intentarían ingresarme en un frenopático si un día decidiera que vieran películas como Todo a la vez en todas partes y Jeanne Dielman. Dudo que resistieran más de 10 minutos. Después les aseguraría que no me he vuelto repentinamente loco. Que lo hago para que comprendan las barbaridades que se pueden cometer en nombre del cine. Les revelaría que Todo a la vez en todas partes, esa idiotez sobre el metaverso, ha recibido este año siete Oscar. Y que la tal Jeanne Dielman, esa nadería interminable, ha sido declarada como la mejor película de la historia del cine, según el docto criterio de 1.700 críticos, académicos y estudiosos, encuestados por la revista Sight and Sound. Mis pequeños cinéfilos no entenderían nada. Yo tampoco. Pero es mejor reír que alucinar.

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