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Columna
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Se fueron

Acostumbraba a marear a los pacientes libreros preguntándoles cuándo iba a salir un nuevo libro de los escritores que amaba. Y me pongo triste cuando me entero de la defunción de estos

El escritor Martin Amis, en un pub de Notthing Hill, en Londres.
El escritor Martin Amis, en un pub de Notthing Hill, en Londres.Barry Lewis (Corbis via Getty Images)
Carlos Boyero

Hubo un tiempo, que ya me parece remoto, en el que pasar la tarde visitando librerías y tiendas de discos me curaba provisionalmente de todos mis males. Y si la tormenta interna era excesiva sabía que se iba a esfumar introduciéndome en un cine. Esas fórmulas milagrosas siempre funcionaban. Las tiendas de discos ya no existen, acaban de cerrar la última librería de mi barrio y los cines se clausuran con demasiada prisa. Y en los que resisten, la cartelera de los últimos años invita frecuentemente a la depresión. Es muy raro encontrarme con películas que me reafirmen en los motivos que me hicieron enamorarme del cine.

Acostumbraba a marear a los pacientes libreros preguntándoles machaconamente cuándo iba a salir un nuevo libro de los escritores que amaba. Y me pongo triste cuando me entero de la defunción de estos. Por razones egoístas. Eran personas a las que no conocía pero que con su arte me regalaron tantos momentos felices. Ya solo podré releerlos, ya no habrá nuevas entregas de su fascinante universo. Y lo peor es que no tienen fácil reemplazo, aunque las páginas culturales y los suplementos literarios se empeñen en descubrir todos los días novelas apasionantes y preferentemente firmadas por mujeres.

Rafael Chirbes ya no anda por aquí. Pero tuvo el detalle después de largarse de donarnos sus luminosos, sombríos, descarnados, honestos y hermosos Diarios. Contaba que su solitaria vida estaba muy deteriorada. Pero no era un ser acabado. Todavía le quedaba la pasión por la escritura y la lectura. También se ha largado Martin Amis. O sea: la brillantez. La elegancia, el estilo, la causticidad, el humor, la transgresión ilustrada. Cuentan que se cebó con él el mismo cáncer que acabó con su eterno y fraternal amigo Christopher Hitchens. Otro inclasificable señor que me regalaba el placer del texto, de la inteligencia, de la lucidez.

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