La hostia
Los análisis e informaciones extenuantes en las televisiones sobre los comicios se alternan con el apasionante universo de una señora llamada Tamara, marquesa de no sé que o de no sé dónde


La claque era un antiguo trabajo de aplaudidores profesionales. Consistía en distribuirse estratégicamente en teatros y otros espectáculos para ovacionar en momentos puntuales lo que ocurría en el escenario, para contagiar con su entusiasmo al público. Y lógicamente cobraban un dinero por ello. Me pregunto si esa actividad también funciona en los mítines políticos, arropando a esa gente en innegociable posesión de la verdad que van a hacer felices a su público si salen elegidos. Pero observo el gesto orgásmico de los feligreses ante el discurso de sus pastores y deduzco que no hay comercio en ello, que solo es una cuestión de fe. Como yo no poseo ninguna, los envidio. Sin embargo, comprendo que al recibir 100 euros el personal se apunte al negocio gansteril de los votos por correo en la ciudad de Melilla. Trato de imaginar el pastón que van a pillar los golfos de siempre a cambio de las migajas que ofrecían a sus electores.
Escucho en la tele a Rita Maestre, candidata a alcaldesa de Madrid o algo parecido, que si ganan sus pérfidos rivales el más perjudicado será el orgullo gay. Como no poseo ningún tipo de orgullo no puedo opinar de tema tan inaplazable, pero sospecho que también pueden ser otras las preocupaciones vitales de esa abstracción llamada gente.
Los análisis e informaciones extenuantes en las televisiones sobre los comicios se alternan con el apasionante universo de una señora llamada Tamara, marquesa de no sé que o de no sé dónde, ya que ha roto con las diseñadoras de su futuro traje de novia. No es una broma. Al parecer medio país está apasionado con asunto tan transcendente. Y me cuentan que hay carteles en la campaña política de Más Madrid con este lema entre surrealista y punk de: “Madrid es la hostia”. ¿La hostia de qué?, pregunto. ¿Es bueno o malo?
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