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COLUMNA
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‘El silencio’ y ‘A ambos lados del abismo’ o la fascinación por la maldad

Una cosa está clara: la vileza parece ser uno de los valores más constantes, y rentables, de la industria televisiva

Arón Piper, en un instante del primer episodio de 'El silencio'.
Ángel S. Harguindey

Tras contemplar El silencio y A ambos lados del abismo una cosa está clara: la fascinación por la maldad parece ser uno de los valores más constantes, y rentables, de la industria televisiva. Dicho de una manera más prosaica: la amplia oferta del género es consecuencia de la gran demanda, y en el caso concreto de las dos series mencionadas hay que señalar que les une el talento de sus creadores.

El silencio (Netflix) es la última creación de Aitor Gabilondo, responsable de series como El príncipe, Entrevías o la adaptación de Patria, la novela de Fernando Aramburu, entre otras: un currículo que garantiza el buen hacer. Su nueva propuesta es un thriller turbio, inquietante y con una progresiva capacidad de atracción que encuentra en la fotografía de Octavio Arias y Curro Ferreira su mejor aliado al crear una atmósfera visual impecable y coherente con la historia de un psicópata. Pocas veces se ha retratado mejor Bilbao, la ciudad donde transcurren los hechos.

La alemana A ambos lados del abismo (HBO Max), de Kristin Derfler, es una vuelta de tuerca en el género policíaco, una oscura y perturbadora trama de dos venganzas encadenadas: la de una mujer policía obsesionada por encontrar al asesino de su hija, que goza de una libertad condicional injustificada, y la del asesino que quiere saldar cuentas con quienes le maltrataron cruelmente en su infancia. Historias duras que se entremezclan con grupos neonazis y en las que las fronteras entre el bien y el mal se diluyen con el paso de los seis capítulos de una excelente serie. En realidad, la dureza de las dos ficciones es acorde con los tiempos que vivimos: basta hojear los diarios o contemplar los telediarios.

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