‘La diplomática’ es una mirada aguda al Estado profundo
La serie de Netflix se centra en esa red de altos funcionarios que sirve al país, maneja algunos de sus hilos y que siempre sabe más de lo que dice, al revés que los políticos
El punto de partida de La diplomática, la serie del momento en Netflix, es tan creíble como actual: una crisis mundial por unos atentados contra el Reino Unido en el golfo Pérsico atribuidos a Irán, con la guerra de Rusia contra Ucrania de trasfondo. Una nueva chispa, de potencial devastador, que moviliza a los servicios exteriores y de inteligencia, que aquí parecen lo mismo. Esa gente que sabe más de lo que cuenta, en contraste con los líderes políticos que hablan más que saben y toman decisiones precipitadas mirando los sondeos.
Muy logrados los protagonistas: Keri Russell (la espía rusa de The Americans), como la embajadora de EE UU en Londres, y Rufus Sewell (un jefe nazi en The Man in the High Castle) como su marido, un diplomático de larga trayectoria dado a inmiscuirse en su labor. Diálogos chisposos, rápidos, inteligentes (marca de la casa: la directora, Debora Cahn, estuvo en el equipo de El ala oeste de la Casa Blanca). Y una visión aguda del llamado Deep State, ese concepto manoseado por ultras y conspiracionistas. Un Estado profundo que no está solo en las cloacas sino también en las moquetas, las que pisa esa red de altos funcionarios que sirve al país, y maneja algunos de sus hilos, mientras entran y salen presidentes o primeros ministros. Eso no quita que haya pasarelas: algunos de estos diplomáticos tienen ambiciones políticas. Pero su fuerza es tener más y mejores conocimientos que las autoridades electas. Una agente de la CIA (el personaje interpretado por Ali Ahn) lo dice claro: ni comparte todo lo que sabe ni cree que deba. Ella vale lo que calla.
En la realidad pasan cosas que cuesta explicar: unos drones sobre el Kremlin, gasoductos volados bajo el mar, atentados contra propagandistas. Y cosas que se entienden a la primera, como las lluvias de misiles contra edificios residenciales o mercenarios que exhiben sus cadáveres para pedir a su Gobierno más munición. Pero las filtraciones de documentos secretos, cada día más frecuentes, tampoco nos revelan nada muy chocante. Nada terriblemente oscuro.
Dice Pedro Vallín que, en contra de lo que creen los paranoicos, no estamos ciegos, sino deslumbrados. Que hoy vemos todo sobre todos; lo difícil es distinguir en qué debemos fijarnos.
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