‘Ramona’: cine sencillo, elegante y bonito
El primer largometraje de Andrea Bagney solo quiere ser cine
He visto una película independiente por el mismo motivo que casi todo el mundo tiene para ver una película independiente: sale una amiga. Mi amiga fue, antes de ser amiga, actriz en un corto que dirigí. La vi sin saber nada más. Si le dedico una columna no es por amistad (de hecho la amistad es el motivo por el que suelo no hablar de las series que se estrenan, por miedo a no ser objetiva), sino por la agradable sorpresa que ha supuesto. Por eso, y porque el viernes se estrenó en Filmin. Ramona (así se llama la película) es una cápsula del tiempo. Es una película de la época en la que las películas no iban de nada, no contaban nada trascendente, y hablaban de la gente de a pie. Como Todo es mentira (el debut de Fernández Armero) o la olvidada Buscando un beso a medianoche. También tiene la austeridad técnica del cine low cost en el que tantos nos refugiamos en aquellos famélicos primeros años de la década pasada.
Los personajes no pueden ser más antipáticos: un director enamoradizo (excelente Bruno Lastra) y una treintañera que quiere ser actriz (Lourdes Hernández) pero tampoco mucho. Les une (precisamente) un rodaje que, de ser real, generaría una de esas películas que estrenaban de tapadillo en los Cines Luchana (aquel cementerio de películas al margen del mercado) y que sólo veían los espectadores más aventureros.
De Ramona me gusta todo: el guion, la dirección, los actores, la fotografía, el sonido, el montaje. Todo me parece sencillo, elegante, y bonito. Este año también se ha estrenado Voy a pasármelo bien, que tiene estas mismas virtudes. Ver películas que sólo quieren ser películas (y no panfletos, anuncios) me da la misma sensación que tuve al quitarme la mascarilla por la calle: fue agradable respirar hondo otra vez. Y mi amiga, por cierto, se llama Rocío Cela.
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