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COLUMNA
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Sabina

Existe el rotundo calificativo de fascista por parte de la jauría que se autodenomina progresista para marcar a los herejes

Fernando León y Joaquín Sabina, en una imagen del documental 'Sintiéndolo mucho'.
Fernando León y Joaquín Sabina, en una imagen del documental 'Sintiéndolo mucho'.
Carlos Boyero

Asegura la sabiduría que el fanatismo se retroalimenta. Y dan temblores cuando este va unido a la desvergüenza y a la idiotez. Provocaba rubor que un cualificado asesino, zar de la gran mafia rusa, llamado Putin, afirmara que había invadido Ucrania para desnazificarla, equiparando los motivos de esa salvajada con la batalla que libró Rusia contra Hitler. Hubiera sido más comprensible que afirmara: “He iniciado una guerra porque soy más fuerte, o simplemente porque me sale de los genitales”.

Y existen otros fanatismos, muchos de sus integrantes y compañeros de viaje imagino que por fin han encontrado un trabajo bien pagado y con posibilidad de ascenso, que no derraman sangre, pero si atentan burdamente contra los que no se identifican con sus aguerridas memeces. Son las florecientes cazadoras de brujos. Y al parecer, cada vez somos más los endemoniados, aunque algunos portaran la conveniente máscara de izquierdistas. El último proscrito, y me cuentan que le atacan con furor a través de las redes sociales, responde al glorioso nombre de Joaquín Sabina. Ese señor ha escrito con arte y vida multitud de canciones que conmueven, alegran y entristecen a gente muy variada. Sabina, que jamás ha tenido pelos en su deslenguada boca, ha declarado en una entrevista: “Ya no soy tan de izquierdas porque tengo ojos y oídos para ver lo que está pasando”.

No es único en esa amarga certidumbre. Y existe el rotundo calificativo de fascista por parte de la jauría que se autodenomina progresista para marcar a los herejes. Imagino que a Sabina se la suda la policía del pensamiento. Hoy también condenarían a la hoguera redentora a Brassens, Ferré y Cohen. Por ácratas, por lúcidos, por descreídos.

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