‘The Kingdom: Exodus’: cuando todo está podrido en Dinamarca, y Lars von Trier lo sabe
El cineasta acaba, 25 años después de las dos primeras temporadas, con su desaforada serie a caballo entre el terror y la broma salvaje sobre un hospital maldito
No hay un cineasta comparable al danés Lars von Trier. No hay otro director europeo que haya tocado tanto y tantas veces la moral al público y a la crítica, que haya provocado tantos terremotos gracias a su talento, su sentido del humor —que no muchos entienden—, su irreverencia y su capacidad para olfatear el zeitgeist. Hipocondríaco, aerofóbico, alcohólico, ególatra, y en persona un tipo sumamente encantador, todo ese cóctel se refleja en su obra, especialmente en The Kingdom, la serie que a mediados de los noventa le permitió combinar Twin Peaks, Lovecraft, Stephen King (quien, en justa reciprocidad, lideró la versión estadounidense de 2004), extrañas relaciones sentimentales y el complejo nacional danés de inferioridad ante los suecos, con su sorna carroñera y la crítica política. The Kingdom podía haber sido un desastre en su primera temporada (1994). Triunfó. Llegada la segunda (1997), los telespectadores, que ya estaban enganchados, la encumbraron. Entre medias, el danés ya había estrenado Rompiendo las olas (1996) y presentado el movimiento Dogma 95. Estaba en su momento de gloria. Con todo, en 1998, Von Trier no pudo grabar su deseada tercera tanda: los dos intérpretes protagonistas habían muerto.
The Kingdom: Exodus arranca 25 años después. Una anciana con sonambulismo ve en su televisión justo el final de la segunda temporada, con Von Trier despidiéndose (lo hacía en cada episodio, comentando la jugada, sobre los títulos de crédito finales). Se levanta, saca el DVD del reproductor y suelta incrédula: “Pero, ¿cómo pueden vender esta mierda a medias?”. Reflexiona: “Anda, que menudo final...”. En una libreta escribe los personajes de la serie y subraya “señora Drusse”. Ese será su rol, el de la vieja que conecta con los turbios espíritus que manejan el hospital del Reino, el centro hospitalario en Copenhague donde se desarrolla la trama.
El edificio sigue siendo un cuerpo vivo con huesos, sangre, dolor, médicos que no curan, pacientes que no reciben el alta, pasillos laberínticos sin destino final... Todo es insensatez, dolor; también terror y bromas pasadas de rosca. Al protagonista, el doctor sueco que chocaba contra sus homólogos daneses, le sustituye su hijo, un neurocirujano encarnado de manera exagerada por Mikael Persbrandt. La guerra psicológica entre daneses y suecos vibra de efervescencia. Muchos personajes retornan a los pasillos del Reino; los nuevos suplen las ausencias: Lars von Trier mantiene los tonos sepias, los demoniacos títulos de créditos, el montaje estilo documental... hasta la numeración de los episodios —del noveno al decimotercero— subrayan la continuidad. En el sótano aún trabajan los dos lavaplatos filósofos, los únicos que dicen la verdad (en los noventa eran dos actores con síndrome de Down; fallecida una de ellos, el otro conversa hoy con un robot) y en el guion brotan las frases en las que el cineasta se gusta (“Creo en lo divino, pero no confío”; “Ragnarok está a salvo en el Reino”; “Siguiendo la vergonzosa tendencia de la política europea, yo daré un giro a la derecha”). Por supuesto, el Reino cobija el mal en estado puro que en los noventa se justificaba porque se erigió en unos terrenos pantanosos donde hace siglos las blanqueadoras de ropa enfermaban y morían realizando su labor. “Prepárense para enfrentarse al bien y al mal”, se escuchaba, y se escucha otra vez, en off.
Solo hay un pequeño cambio. Aquel Von Trier de 40 años que aparecía henchido al final de cada entrega se esconde en 2022 detrás del telón rojo. Solo asoman sus zapatos. El danés sufre párkinson, y se escuda, llegados “los típicos comentarios del pesado del director”, en que “el tiempo ha pasado factura; la vanidad es la verdadera asesina”. Durante lustros, The Kingdom solo la pudimos disfrutar quienes la habíamos adquirido en DVD; la plataforma Filmin, semanas antes de que estrenara esta tercera entrega, ha recuperado aquellos primeros ocho capítulos. La televisión ha cambiado, The Kingdom, no. Ha perdido su espíritu vanguardista, los recelos nacionalistas no acaban de cuajar. Sin embargo, Von Trier, maestro de la autoflagelación, posee un pulso narrativo fascinante: sus terrores, sus bofetadas a todo lo políticamente correcto, los delirantes personajes de un excepcional Willem Dafoe y un desopilante Alexander Skarsgård, y su guasa gigantesca hacen de The Kingdom otra serie disfrutona más allá del “café para los muy cafeteros”. El remate, desaforado como no podía ser menos, repleto de guiños para fans, contradice una sentencia del creador (”Lo he hecho lo mejor que he podido y aun así la gente pedirá más”). Elevándose sobre la podredumbre que asuela su Dinamarca particular, Von Trier se ha gustado.
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