Magos del cine
Una docuserie explica la historia de la Industrial Light and Magic, la compañía de efectos visuales que George Lucas creó en los setenta para acometer ‘La guerra de las galaxias’
Dos imágenes separadas por 15 años sintetizan el impacto y la evolución que ha tenido en el mundo del cine la Industrial Light and Magic (ILM), la empresa de efectos especiales que George Lucas puso en marcha en los setenta al no encontrar ninguna compañía que pudiera acometer los trucajes que requería La guerra de las galaxias. La primera, el plano inicial de ese fundacional Episodio IV de la saga, en el que una gigantesca nave espacial irrumpe por la parte superior de la pantalla y acaba por inundarla entera, para asombro de los espectadores que vieron el filme en los cines cuando se estrenó, en 1977. La segunda, la primera prueba para ver cómo quedaba en pantalla el T-Rex completamente generado por ordenador en el que el departamento de animación CGI de la compañía había estado trabajando para Jurassic Park (1993), unos segundos en los que el dinosaurio avanza hacia el público tan decidido como lo hacía el tren de los Lumière en los albores del cine. Steven Spielberg no salió despavorido, como cuentan que hacían los espectadores de aquel corto de 1896, pero vivió la breve proyección como “una epifanía”, porque entendió que a partir de entonces la imagen digital todo lo haría posible. Así lo cuenta en Light & Magic: Un sueño no tan lejano, la docuserie que Disney ha consagrado a la historia de la compañía, ganadora de 16 Oscar y nominada a otros 46; lugar de nacimiento de Pixar y el programa de tratamiento de imágenes Photoshop, y punta de lanza que permitió a Lucas ejecutar su plan de digitalizar todo el proceso cinematográfico, desde la filmación de la película hasta su proyección, pasando por el montaje y el diseño de sonido.
Los seis capítulos, con los que, 19 años después de su último largometraje presenta sus credenciales como documentalista Lawrence Kasdan —que antes de debutar tras la cámara empezó como guionista de El Imperio contraataca (1980) y En busca del Arca Perdida (1981), ambas producidas por Lucas y con efectos especiales de la ILM—, repasan a buen ritmo esa trayectoria, relatada por los propios protagonistas. O, lo que es lo mismo, constituye un rutilante desfile de muchos de los más brillantes ilusionistas que se han encargado de diseñar, a veces con sofisticadísimos ejercicios de ingeniería, los trucos más eficaces y, valga la redundancia, ingeniosos, de eso que se ha dado en llamar la magia del cine: John Dykstra, Dennis Muren, Phil Tippett, Ken Ralston o Richard Edlund, tipos a los que Lucas recurrió cuando eran unos jóvenes e ilustres desconocidos y que hoy son leyendas, coleccionistas de Oscar, maestros de lo suyo, desde las pinturas mate, esos trampantojos con los que el cine nos ha engañado haciéndonos creer que eran decorados o parajes reales desde mucho antes de que existieran los cromas, a las puntillosas, detalladísimas maquetas, pasando por la stop-motion (la animación imagen por imagen) e incluso el diseño de cámaras específicas para optimizar la filmación de los trucajes. Las docenas de testimonios se enganzan además con sustanciosas imágenes de archivo que muestran el envés del sentido de la maravilla, las tramoyas de, por ejemplo, la saga de Star Wars desde sus inicios.
Hay pegas. El documental se olvida absolutamente del fallecido John Stears, el más veterano —y el único que ya había ganado un Oscar— de los fichajes iniciales de Lucas para La guerra de las galaxias. Y arrastra limitaciones derivadas de su condición de producto de autopromoción, ya que la ILM pertenece a Disney desde que esta le compró a Lucas su empresa matriz, Lucasfilm, lo que se traduce en limar las aristas de la historia y pasar de puntillas, por ejemplo, por el desencuentro entre el propio Lucas y Dykstra, el primer jefe de la compañía, y del que prescindió tras la primera película. Y, pese a que muestra cómo en los setenta ya se trabajaba contra reloj, no explica que el acelerado avance de la tecnología no solo no ha frenado esta tendencia sino que los profesionales de los efectos visuales trabajan cada vez con más presión y plazos más cortos, como varios de ellos denunciaban el mes pasado —en un artículo publicado en el sitio web especializado en tecnología Gizmodo— que sucede en las producciones de Marvel, también propiedad de Disney.
Pero incluso con esas carencias, Light & Magic, disponible en Disney+, es iluminadora. El material de archivo, esos fragmentos de making of llenos de detalles, por momentos transmite una sensación de inmediatez parecida a la que lograba Get Back, el asombroso documental de Peter Jackson sobre los Beatles, y también la emoción que emana de ver unas imágenes que muestran a un grupo de gente brillante, amigos en muchos casos, metida en faena, haciendo lo que mejor sabe hacer, trabajando codo con codo para crear algo único. Kasdan además parece querer aplicar la consigna que repiten sus protagonistas: que los efectos visuales deben estar al servicio del guion, y no al revés.
Así que sí, vemos cómo se hace la magia, pero sobre todo hay una buena historia llena de personajes ricos y bien perfilados. El más conmovedor, Tippett, el gran maestro de la stop-motion aquejado de bipolaridad que tras décadas dedicándose a un trabajo que otros considerarían aburrido pero que él reconoce no solo que le entusiasma sino que le salvó del suicidio, descubre al ver el T-Rex digital que, ante el poderío del CGI, su arte está obsoleto. “Me siento extinto”, le dijo en shock a Spielberg. “Es una gran frase, la meteré en la película”, respondió el director. Y luego, le ayudo a reciclarse. A sus 71 años, Tippett sigue trabajando.
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