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Columna
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Llanto

Aunque no nos conociéramos y en alguna ocasión nos embistiéramos, sentí una punzada honda y triste con la muerte de Javier Marías

El escritor Javier Marías.
El escritor Javier Marías.Samuel Sanchez
Carlos Boyero

Es inevitable que recuerde aquel grito lírico de Léo Ferré en una canción afirmando —“Mozart murió solo, acompañado a la fosa común por un perro y sus fantasmas”— cuando constato en los medios de incomunicación que hay colas de ocho kilómetros para despedir a la difunta reina de Inglaterra. Y me pregunto estupefacto por las razones de sus llorosos súbditos para ese amor torrencial hacia ella. Se me escapan. Deben de estar relacionadas con la magia, o el absurdo, o el culto a los dioses de los feligreses.

Ese llanto, esa adoración, esa sensación desolada de pérdida, me parece natural y lógico cuando mueren tus seres cercanos y queridos, familiares, amigos y amores. También con desconocidos que nos han regalado arte y belleza imperdurables. O investigaciones y hallazgos para hacer mejor la vida de sus semejantes. Imagino la eterna gratitud de tantos y tantos ante la desaparición de personas como Shakespeare, Billy Wilder, Velázquez, Bach, John Coltrane, Einstein, Isaac Newton, Alexander Fleming, Marie Curie, genios que otorgaron luz al cuerpo y al alma de la gente. También en otros que dedicaron su existencia y su conocimiento a aliviar la intemperie de los más desfavorecidos del planeta.

Y aunque no nos conociéramos y en alguna ocasión nos embistiéramos, sentí una punzada honda y triste con la muerte de Javier Marías. Se me han oscurecido aún más los domingos sin sus impagables columnas. Además de infalibles e implacables detectoras de la gilipollez, eran el pensamiento lúcido y admirablemente expresado de alguien tan inteligente como libre. Y no abundan.

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