‘Los ensayos’: el culto a la telerrealidad inquietante
La serie documental de Nathan Fielder en HBO Max encapsula el ‘unheimlich’ televisivo: extrañarnos simulando la vida hasta vaciarla de sentido
No es fácil enfrentarse a Los ensayos. No es ligera. Tampoco es divertida. Nadie la definiría como una “serie diazepam”, esa que nos anestesia para no pensar en nada más. Lejos de reconfortar, aquí reina el desconcierto y se nos dispara el cerebro: se pasa de la carcajada a la mueca y de la ternura al repelús en un momento. Para los ajenos al último fenómeno de culto en internet, este particular show semidocumental de HBO Max —mezcla de telerrealidad, teoría del simulacro y sesión de psicoanálisis— va de un creador y demiurgo, Nathan Fielder, que se ha propuesto ensayar toda interacción social posible para no sentirse un fracasado. Este canadiense, hijo de dos trabajadores sociales de Vancouver, integra junto a Sacha Baron Cohen (Borat) y John Wilson (How To with John Wilson) la denominada “nueva comedia de la realidad”, una generación de cómicos que analizan el comportamiento humano y la cultura del yo en la era del fake. Cuando ya nadie sabe qué es verdad, cuando nos escondemos entre algoritmos y nos abrazamos a los filtros, ellos muestran las costuras del absurdo que nos rodea.
¿Quién no se ha quedado angustiado en la cama de madrugada parafraseando en su cabeza todas esas conversaciones sobre todo lo que dijo y entendió mal? Convencido de que la suya es una estrategia infalible para evitar el rechazo social, y siguiendo la lógica que estableció en Nathan for you —otro programa venerado en internet que produjo y protagonizó hace unos años en Comedy Central—, Fielder ofrece a desconocidos su método de ensayos para solucionar un problema que les atormenta en relación con los demás. Y si hace falta recrear, ladrillo a ladrillo, una réplica exacta de un bar de Brooklyn dentro en una nave industrial y ensayar una conversación crucial que tendrá lugar dentro de ese espacio en unas semanas, se hace sin rechistar. El simulacro, el experimento a lo Milgram en manos de Fielder, se ofrece como salvación, pero también es el camino para la alienación del espectador.
Entre varias subtramas no menos delirantes, el argumento principal de Los ensayos presenta a Angela, una mujer que no sabe si quiere tener hijos. Para simular la experiencia de criar a un niño y así poder decidirse, Fielder la muda a una casa en el campo en Oregon y contrata a decenas de niños actores para que interpreten a su hijo desde su nacimiento a los 18 años en un transcurso de dos meses. Como los menores no pueden actuar de noche, el equipo del programa coloca muñecos prostéticos conectados a cámaras que retransmiten a bebés en su cuna, figuras de plástico que simularán su llanto en caso de que el bebé real llore. Estos niños fake no serán el único elemento desconcertante: para adaptarse a esa aceleración del tiempo, Fielder —que acabará entrando de forma voluntaria en el experimento simulando ser el padre— también creará un falso huerto en el que los vegetales no crecen, son colocados por su equipo de madrugada directamente en la tierra. Otro ardid serán los espejos de la casa, que ofrecerán imágenes alteradas con filtros digitales de envejecimiento, intentando captar el paso de los años, las arrugas y las canas, al reflejarse en ellos. Simulacros que, de alguna forma, siempre acabarán extrañándonos al evidenciar la falla del sistema. Como cuando Angela está cortando sus pimientos del huerto y aparece tímidamente una pegatina que indica su origen comercial. Pruebas de que, allí dentro, todo es una copia algo macabra de la realidad.
Si Baron Cohen es más político y Wilson ofrece una mirada antropológica, Fielder se postula en esta nueva comedia de la realidad como el rey del unheimlich televisivo o la telerrealidad que inquieta. Se podría decir que Los ensayos es lo que pasa cuando mezclas al Charlie Kaufman de Synecdoche, New York con el psicoanálisis de Sigmund Freud describiendo “lo siniestro”. Que aquí, las cosas más banales, vistas de cerca, se vuelven desconcertantes. Si Mark Fisher viviera, seguro que le hubiese dedicado a este programa una adenda en Lo raro y lo espeluznante (Alpha Decay, 2016), porque Los ensayos también beben mucho del maestro del extrañamiento, Philip K. Dick, otro obseso de los simulacros, como probaban sus continuas visitas a Disneyland o aquel Tiempo desarticulado que acabaría inspirando El show de Truman.
“Dicen que mi personalidad puede hacer que la gente se sienta incómoda”, alerta Fielder en el primer episodio, sentando precedente. De eso va esto. De exponer los límites morales de la telerrealidad, de retorcer la semántica del género y probar hasta dónde llega la voluntad de los sujetos por salir frente a una cámara —ahí está el caso de Remy, el niño que acabó creyéndose su papel—. Y de probarnos a los propios espectadores, fascinados, preguntándonos qué sacamos al ver todo esto.
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