_
_
_
_

‘How To with John Wilson’: Algo supuestamente divertido que la gente siempre vuelve a hacer

El más peculiar director de documentales de Nueva York estrena en HBO España una serie de pequeños ensayos sobre conectar con otros seres humanos

Trailer de 'How To with John Wilson’.
Laura Fernández

El año 1997, el totémico y malogrado escritor David Foster Wallace publicó un descacharrante reportaje sobre la clase de pesadilla que podía constituir un crucero por el Caribe cuando no eras el tipo de cliente al que ese crucero se dirigía. El delirante ensayo, que llevó por título Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer, es el tipo de padre sesudo a la par que ingenioso, barroco y rupturista, con el que soñaría un experimento como el brillante How To with John Wilson (HBO), una suerte de, a la vez, tutorial para inadaptados, crónica social decidida a dispararse en cualquier dirección y reality callejero. Esta serie, cuyos capítulos HBO España estrena cada semana, sería el tipo de hijo díscolo y absurdamente inteligente y descuidadamente empático, que el texto podría haber tenido.

La cosa no va más allá, aparentemente, de soltar a un tipo, el marciano cineasta John Wilson, a recorrer Nueva York, su ciudad, y tratar de grabar vídeos que tratan sobre cómo hacer determinada cosa. Pero el truco está en que John Wilson no es cualquier documentalista al uso. Ni un actor –o cómico– al uso. Es un tipo que realmente lleva años documentando todo lo que hace: fue detective privado antes que cineasta. Y desde que se licenció en una escuela de cine, en 2008, videograba todo el tiempo. Además, como muestra en un escalofriante momento del tercer episodio de la serie de, por el momento, seis mini documentales –de alrededor de 27 minutos–, documenta en pequeñas libretitas lo que hace cada día.

No, no son un diario, esas libretitas. Reúnen hechos aislados. Datos. “Me compré una ensalada y se me cayó en mitad de la calle”. “Me corté el pelo en tal barbería”. Ni siquiera apunta cómo lo quedó o lo que hizo antes o después. Todo parece aleatorio. Apunta a la hora en que se levantó (“las ocho de la mañana”), y cuántas tiras de bacon se comió (“cuatro”), y quizá dos cosas más, en un día concreto. “Así, cuando abro esa libreta, viajo en el tiempo a ese día en concreto, pero ¿qué pasaría si la perdiera?”, se pregunta en un momento dado del episodio en cuestión, titulado Cómo mejorar tu memoria, atendiendo al doble sentido de esta, y alcanzando los recuerdos y su confusa condición de espejismo pasado.

Las piezas están concebidas desde el absurdo. Los temas a tratar, en los que Wilson intenta introducir al espectador, parten de una autocrítica feroz que, inevitablemente, salpica al mundo que nos rodea, que puede ser experimentado como el plató de una comedia o el de una tragedia, eligiendo sabiamente lo primero. Estas piezas están, además, compuestas de muchas otras –entrevistas a la gente con la que se topa por la calle, observación de lo que ocurre a su alrededor, intencionados actos kamikazes que le colocan en todo tipo de aprietos–. Cada capítulo tiene así la estructura de cualquier episodio de Los Simpson. Parte de algo presumiblemente anecdótico y acaban en un lugar delirante e insospechado. ¿Su intención? Conectar con el mundo.

Observemos de cerca un episodio dedicado a los andamios. Sí, hay un episodio dedicado a la plaga de andamios en Nueva York. Empieza siendo algo anecdótico. Parece divertido lo que vemos que la gente hace bajo los andamios. La misma idea absurda de que un andamio lleve 20 años en una calle de Harlem se lo parece a un chaval que ha crecido con él. Pero por el camino se descubre que los andamios generan unos 8.000 millones de dólares anuales desde que Nueva York obligó a revisar fachadas cada cinco años, o que hay 450 kilómetros de esas abominables cosas en la ciudad. Y se acaba en una convención de andamiaje en Nueva Orleans.

En esa convención descubre Wilson que el tipo que ha inventado un cepillo gigante para limpiar fachadas de edificios lo ha hecho porque su mejor amigo murió cayéndose de quién sabe cuántos pisos mientras limpiaba una fachada.

Y he aquí lo importante de How To with John Wilson. Su neurótico deambular solo tiene el asidero de las pequeñas islas que representa cada persona con la que Wilson y su cámara se cruzan. Y cada persona es una historia, un pequeño planeta fascinante cuya existencia desconocíamos hasta el momento.

El primer episodio es quizá el mejor ejemplo de hasta qué punto la no ficción puede convertirse en una especie de ficción desarticulada. Wilson quiere enseñarnos a tener pequeñas charlas sin importancia y repasa los tópicos que pueden ponerlas en marcha, los lugares en los que pueden darse, y explora sus consecuencias. Al hacerlo, descubre, por ejemplo, a un cazador de pederastas y le acompaña en una de sus cacerías virtuales. El tipo se hace pasar por chavales de 15 años y propone sexo a adultos. Es a lo que dedica su tiempo libre.

Otro ejemplo. Wilson se queda con la alfombra con enormes manchas de sangre que un particular ofrece gratuitamente en un mercadillo virtual. Cuando le conoce, se asoma durante minutos al abismo de un matrimonio roto quién sabe en qué condiciones. Y cuando viaja a Cancún para pasar unos días en un resort y poner en práctica lo indicado, da primero con la grabación de un multitudinario programa de televisión, y luego con Chris, un chaval que no encaja en aquella extraña bacanal porque no está allí por eso, aunque por su aspecto y lo mucho que bebe podría parecer que sí, sino porque quería alejarse del suicidio de su mejor amigo.

Así es cómo How To with John Wilson rompe la barrera de lo anecdóticamente cómico sin dejar de resultar anecdóticamente cómico y divertídismo. Aproximándose sin filtros al mundo ahí fuera, y construyendo un peculiar Vida en Nueva York, (delirantes) instrucciones de uso que convierte al espectador en un acumulador de historias, dejando muy claro de qué forma la vida está escribiéndose y reescribiéndose contínuamente, y cómo las ciudades podrían leerse como se leen las novelas que avanzan en todas direcciones y en todas a la vez. La vida, y la ciudad, como espectáculo. Uno que experimentamos a diario sin ser del todo conscientes de que lo hacemos.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Laura Fernández
Laura Fernández es escritora. Su última novela, 'La señora Potter no es exactamente Santa Claus' (Random House), mereció, entre otros, el Ojo Crítico de Narrativa y el Premio Finestres 2021. Es también periodista y crítica literaria y musical, y una apasionada entrevistadora de escritores y analista de series de televisión.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_