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Columna
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‘Irma Vep’, una obsesión vampírica

Los ocho capítulos de esta serie son una inteligente reflexión sobre el cine desde la perspectiva personal de su creador

Alicia Vikander, en 'Irma Vep'.
Ángel S. Harguindey

La serie Irma Vep (HBO Max) es el resultado de una obsesión: la de Olivier Assayas con los vampiros. El realizador francés ya había dirigido un largometraje en 1996 con el mismo título que, a su vez, era su personal homenaje al serial mudo de 1915 Los vampiros, de Louis Feuillade. Serie muda, largometraje y serie sonora permiten a su creador entremezclar tiempos y técnicas en un alarde de montaje, de cine dentro del cine, sin dejar de lado un cierto punto de narcisismo de autor.

Alicia Vikander, que podría ser por su físico la hermana pequeña de Natalie Portman, decide protagonizar la serie que dirige René Duval, el alter ego de Assayas, interpretado por un extraordinario Vincent Macaigne, un realizador inseguro y neurótico que mantiene unas largas parrafadas con su psiquiatra entre crisis y crisis. Y la protagonista interviene en el proyecto porque arrastra una doble mala conciencia: la de una compleja ruptura sentimental con su novia y la de haber protagonizado una superproducción de éxito, pues al parecer el que los patios de butacas se llenen va en contra de la calidad. Mientras tanto, la protagonista se identifica cada vez más con su papel, aunque no sabemos si llegará al punto del de Bela Lugosi, enterrado con su capa de Drácula por expreso deseo familiar.

En todo caso, los ocho capítulos de Irma Vep son una inteligente reflexión sobre el cine desde la perspectiva personal de su creador, en la que se entremezclan acción y pensamiento, pasado y presente, sin dejar de lado la egolatría de su creador. Claro que sin ese punto de vanidad, tan frecuente en las artes, no podríamos contemplar, por ejemplo, Las meninas. Lo uno por lo otro.

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