Los creadores de ‘La casa del dragón’: “Nos conformamos con que guste el 30% que ‘Juego de tronos”
El guionista Ryan Condal y el director Miguel Sapochnik, con el respaldo de George R. R. Martin, son los máximos responsables de la primera precuela de la serie de HBO
Unos 200 años antes de que los Lannister, Stark, Baratheon, Greyjoy y demás casas lucharan por el poder, antes de que Bran Stark fuera arrojado desde lo alto de una torre, antes de que los caminantes blancos llegaran a las puertas de Invernalia, la paz reinaba en Poniente. Los Targaryen y sus legendarios dragones mantenían el orden en ese mundo surgido de la mente de George R. R. Martin y cuyo mapa conocen millones de personas en todo el planeta gracias, primero, a las novelas de Canción de hielo y fuego y, después y de forma masiva, a la serie Juego de tronos. Pero cuando se mira de cerca, se descubre que los Targaryen ya eran una familia en guerra dos siglos antes de todo eso. Sus rencillas internas son la base de La casa del dragón, la primera serie derivada del éxito de Juego de tronos y que HBO busca convertir en la primera piedra de una franquicia en torno al universo de Poniente.
En los primeros compases del episodio inaugural de la serie (este lunes 22 en HBO Max) ya se pueden contemplar algunos de los 17 dragones diferentes que se verán en 10 capítulos que apelan directamente a la serie madre en aspectos como la representación de la violencia y el sexo o su banda sonora. En La casa del dragón, la amenaza para sus protagonistas no viene de Más Allá del Muro ni de un territorio vecino, sino de su propia familia. La búsqueda de sucesor del rey Viserys (Paddy Considine) en una sociedad machista y patriarcal será el detonante de una partida que tiene entre sus jugadores a la hija de Viserys, la princesa Rhaenyra (Milly Alcock en su versión joven, Emma D’Arcy en la adulta); el príncipe Daemon, el inestable y violento hermano pequeño del rey (Matt Smith); Alicent Hightower, amiga de la princesa e hija de la Mano del Rey (Emily Carey de joven, Olivia Cooke de adulta); e incluso a Rhaenys (Eve Best), prima mayor del soberano y quien realmente debería haber reinado de no haber sido una mujer, la reina que no reinó.
Detrás de La casa del dragón están dos buenos conocedores de la serie original y del universo literario de George R. R. Martin, Ryan Condal y Miguel Sapochnik. Condal sigue al novelista desde que lo conoció en una firma de libros hace más de tres lustros, cuando el guionista aún no había alcanzado su sueño de triunfar en la televisión. Ambos mantuvieron el contacto y, cuando en 2018 HBO buscaba ideas de precuelas para continuar con el universo de Juego de tronos, Martin ofreció a su amigo colaborar en una de ellas. Sapochnik había dirigido algunos de los episodios más emblemáticos de Juego de tronos, como Casa Austera, La batalla de los bastardos o La larga noche. Condal y Sapochnik se conocían de un proyecto anterior que no salió adelante. Era el tándem perfecto para la osadía de recuperar el universo de una de las series que más repercusión ha tenido en la historia de la televisión.
El reto no es sencillo: el recuerdo de Juego de tronos está muy fresco en la memoria. Después de que HBO hubiera desechado varias propuestas de precuelas, se habían decantado por la que parecía más continuista y por la que George R. R. Martin había apostado más. Pero al mismo tiempo, deberá convencer al espectador de que no está viendo otra temporada más de Juego de tronos, sino una serie diferente. “Lo más importante para nosotros era empezar manteniéndonos fieles a ese universo, y luego no puedes evitar poner tu propia identidad”, cuenta Miguel Sapochnick en una entrevista por videollamada. “Mucho de nuestro esfuerzo mental estuvo puesto en no romper el patrón que había establecido Juego de tronos, dar al mismo tiempo algo que fuera nuevo y lo mismo, pero que tuviera su propia personalidad. El reto como serie sucesora era honrar el Poniente que crearon David y Dan [David Benioff y Dan B. Weiss, máximos responsables de Juego de tronos], aquellos paisajes, el tono, la voz propia de la serie, pero al mismo tiempo, trasladar que son 200 años antes, mucho antes. Creo que al final no era tanto que Miguel y yo hiciéramos algo diferente como intentar hacer lo mismo pero darle su propia identidad”, explica Ryan Condal en otra ventana de la videollamada.
La implicación de George R. R. Martin era esencial, y en ello insistió el novelista desde los primeros pasos de la serie. “Estuvo muy involucrado sobre todo durante el primer año de desarrollo, cuando trabajábamos en el primer capítulo y la arquitectura de la serie. Luego, a George en realidad solo le gusta saber lo que está pasando y que le mantengan al corriente. Pero es un hombre muy ocupado, con mucho que escribir e involucrado en un millón de cosas, es un hombre del Renacimiento. El camino para lograr la felicidad de George es mantenerle involucrado con la información básica”, explica Condal sobre la participación de Martin, cocreador (junto a Condal) y productor ejecutivo de la nueva serie.
La casa del dragón está inspirada en la novela Fuego y sangre (Plaza & Janes, 2018), en la que Martin se centra en la dinastía de los Targaryen. “Prometimos a George una adaptación muy fiel desde el principio. Fue sencillo por la propia naturaleza del libro”, explica Condal. “Está escrito como un libro de historia, con múltiples puntos de vista, por lo que deja un montón de libertad creativa. Nuestra primera temporada creo que está basada en aproximadamente 70 páginas del libro. Ahí tenemos el mapa, los principales puntos de ruta, como que esta persona fue coronada tal día, esta otra muere, esta guerra ocurre por esto… Pero no sabes nada de la política interna que lleva a eso o las conversaciones que tienen lugar en las dependencias del rey durante horas”.
A Sapochnick le costó aceptar ponerse al frente de La casa del dragón. “No es que estuviera harto de Juego de tronos, pero cuando has estado haciendo algo durante mucho tiempo…”, se justifica. “Pero según fuimos hablando del proyecto, empecé a ver una forma de enfocar la historia desde una perspectiva femenina que me pareció muy interesante y original”, explica. Además de ejercer como showrunner, Sapochnnick dirige tres episodios de la temporada inaugural, incluido el primero.
Para Condal, el vértigo se lo provocó la dimensión de la producción. Su anterior trabajo fue como creador de la serie de ciencia ficción Colony (2016-2018), que emitió el canal de pago USA Network y cuyo presupuesto ni se aproxima al de La casa del dragón. “Me impresionó la cantidad de libertad y flexibilidad que te da una producción como esta para hacer cambios y ajustes, especialmente de forma digital, que te permite solucionar problemas que en mi anterior serie tendrías que elegir entre vivir con ellos o cortarlos. Rodar es tiempo y el tiempo es dinero, y cuanto más tiempo tienes, mayor será la calidad del producto. Pero al mismo tiempo, ese fue el mayor reto, porque tienes todo ese tiempo, un camino muy largo por delante. Es como una maratón, tienes que poner el foco en el siguiente kilómetro delante de ti y no pensar en terminar la carrera porque eso te consumiría”. “Lo que Ryan trata de explicar es que tenía demasiadas opciones donde elegir y a él le habría gustado tener menos opciones y menos días para rodar”, completa, irónico, Sapochnick. “Quería un menú del día, no un buffet libre”, le sigue la broma Condal.
La serie, que se grabó durante 10 meses en Reino Unido, Portugal y España —las calles de Cáceres y Trujillo son reconocibles en algunos de sus planos, así como el castillo de La Calahorra, en Granada, que se convirtió en Pentos, una de las ciudades libres del mundo de ficción—, tendrá otro reto extra: ganarse a los fans de Juego de tronos que quedaron desencantados con los últimos capítulos de la historia original. Condal y Sapochnick tratan de que las expectativas de los fans no sean una presión extra para ellos. “Si piensas en esas cosas, empiezas a dudar de tus propias decisiones. Nosotros tenemos una visión general de dónde están las trampas y dónde la serie original fue más fuerte. Pero solo nos centramos en lo que tenemos delante, porque de otra manera empiezas a estar a la defensiva creativamente”, dice Sapochnick. “Yo además me aproximo a la serie como un fan e intento escribir y hacer una serie con la que estaría contento como fan. Pero está claro que es imposible satisfacer a todo el mundo todo el tiempo”, añade Condal.
En una serie que se titula La casa del dragón, es evidente que estos animales mitológicos tenían que ocupar un puesto fundamental. Una de las obsesiones de sus creadores era que cada uno de los 17 dragones que aparecen en la primera temporada tuvieran su propia personalidad y se les pudiera diferenciar por su color, tamaño o edad. “Ha sido un trabajo muy divertido y emocionante. Teníamos dos reuniones a la semana con los diseñadores. Fue increíble ver cómo hay un montón de reglas que no sabíamos que existían a la hora de crear un dragón. Y mucho de eso nos remitía al diseño de Drogon [uno de los dragones de Daenerys Targaryen en la serie original]. Hay algo profundamente satisfactorio en Drogon, y cada vez que nos alejábamos de él, se notaba, empezaba a parecer un dragón de mentira”, recuerda Sapochnick.
Guionista y director son conscientes de que sobre ellos recae buena parte de la responsabilidad de mantener el legado de Juego de tronos. De momento, prefieren rebajar las expectativas. “Juego de tronos fue un evento generacional”, dice Condal. “No creo que haya habido nada a ese nivel en la última década. Se podría comparar, en su impacto cultural, con Star Wars: Una nueva esperanza. Me siento honrado, y sé que Miguel también, de estar implicado en llevarlo al siguiente capítulo. Espero que a los fans les guste aunque solo sea un 60% de lo que les gustó la original”. “Nos conformamos con que les guste un 30%. Con eso lo habríamos hecho muy bien. Si les gusta un 60% tendríamos medalla de oro y si les gusta un 100%, no volverás a saber de nosotros”, añade Sapochnick. Aunque antes parece que aún les queda trabajo, porque ambos confirman que hay planes para más temporadas de La casa del dragón. “Sí hay planes para más”, dice Sapochnick, midiendo sus palabras. “Habrá más, pero el número exacto está todavía en juego”, explica.
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