‘Tamara Falcó: La marquesa’, un cuento de hadas que esconde algo más
Parece tener la vida muy encarrilada, pero nada como dejarla en manos de un buen equipo de televisión para que hagan de ella una nueva historia. Así es la serie documental de Netflix sobre Tamara Falcó
Cuando comenzó su relación con Isabel Preysler, Mario Vargas Llosa no sabía quién era Jimmy Choo. No pasa nada. Es más, es bastante probable que Jimmy Choo no sepa quién es Mario Vargas Llosa. Esta confidencia es una de las que revela Tamara Falcó en su nuevo docurreality, Tamara Falcó: La marquesa, estrenado este jueves en Netflix y producido por Komodo Studios.
El sentido común dicta que el carisma del protagonista de un programa de este corte y su manera de encarar sus circunstancias son los responsables de su éxito. Esto es condición necesaria, pero no suficiente. La prueba perfecta de que un docurreality es mucho más que su protagonista es que We love Tamara (Cosmopolitan), el que ella protagonizó en 2013, fue un fracaso y Tamara Falcó: La marquesa toca todas las teclas para ser un éxito.
De aquel 2013 a hoy las circunstancias de Tamara han dado un giro que cualquier despistado en geometría diría de 360 grados. Descubrió su vocación culinaria gracias a su victorioso paso por MasterChef Celebrity en 2019; perdió a su padre, Carlos Falcó, fallecido a causa del covid en marzo de 2020; comenzó su relación sentimental con Íñigo Onieva, su actual novio, y se diplomó en Le Cordon Bleu en 2021. Pero no hay que quitar ningún mérito al trabajo que han hecho en Komodo Studios (productora que también alumbró el otro gran éxito de Netflix en el género, Soy Georgina) con el material con el que parten. Su experiencia viene de atrás: Juan Pablo Cofré, director de La marquesa y también director de Soy Georgina, fue productor ejecutivo de algunos de los mejores exponentes del género como Quién quiere casarse con mi hijo o Mujeres ricas. De atrás y de ahora: su guionista Nerea Crespo acaba de pasar por LOL: Si te ríes, pierdes y Drag Race. Un equipo que ha logrado algo muy difícil: mirar a los ojos a un personaje desdeñado por esa intelligentsia que se jactaría de no saber quién es Jimmy Choo y halagado hasta lo cursi por cierta prensa acostumbrada a vivir de dar jabón.
Cuando hablamos de cuentos de hadas, cualquiera piensa en el final feliz con perdices a la mesa, pero la estructura narrativa clásica que tantos estudiosos han trabajado, de Aristóteles a Lévi-Strauss, pasando por Propp, Campbell o Barthes, esconde un viaje del héroe. Así ocurre en La marquesa, que no solo no oculta sus intenciones, sino que se sirve de ellas para potenciar a su protagonista. Comienza con el 40 cumpleaños de Tamara y su llamada a la acción —a abrir un restaurante pop up en el palacio El Rincón, que ha heredado, junto a su título nobiliario, de su padre—, sigue con sus obstáculos —el estado del palacio, la poca fe inicial de su madre, Isabel Preysler— a la vez que se nutre de sus ayudadores —su novio y su amigo el diseñador Juan Avellaneda, entre otros—.
Gracias al motor de la trama, que entronca con su vocación y con su historia personal, van entrando de forma natural personajes tan diversos como Carolina Herrera, Martín Berasategui o el papa Francisco, todo esto trufado con vídeos caseros de su infancia y exhibiciones de poderío —que no necesariamente de lujo— de realities de este tipo. Y así, sin darse cuenta, uno acaba sonriendo cuando a Vargas Llosa le ponen encima una primera edición de la traducción al inglés de Salambó y ella exclama: “¡Madre mía, Flaubert, tu favorito!”; identificándose con la relación maternofilial entre esa madre sobreprotectora que es Isabel Preysler y ella, y aguantando la risa frente a rótulos como “Fernando Verdasco, tenista y cuñado” o ante las muecas a cámara de Tamara, que tiene tan controlada cada escena que se puede permitir el lujo de ser espontánea. “En casa la llamábamos ‘la actriz’. Contaba todo lo que no debía contar”, explica Preysler.
Y tanto, Vargas Llosa y Jimmy Choo lo saben bien. La marquesa deja abierta la puerta a la segunda temporada —lo raro sería que no la hubiera—. Tamara parece tener la vida muy aburridamente encarrilada, pero nada como dejarla en manos de un buen equipo de televisión para que hagan de ella una nueva historia. En la suya lo único claro es que si hay perdices, las cocinará ella.
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