‘Intimidad’, violadores y mucho más
La lista de asuntos que se bocetan con pequeñas pinceladas en forma de secuencias en la serie de Netflix es larga. Hay manuales docentes de valores y ética con mucho menos contenido
El sexting es un anglicismo nacido en 2005 que se refiere al intercambio de contenidos sexualmente explícitos o sugerentes. Pero es solo un término moderno para una práctica que existe desde que la humanidad comenzó a dominar el arte digital (el de pintar con los dedos, no el informático) y a modelar barro. Hay ejemplos en todas las culturas y tiempos y algunas obras ocupan hoy las estanterías y salas principales de las bibliotecas y los museos del mundo.
Así que el sexting es consustancial a la naturaleza humana. Que nadie se lleve las manos a la cabeza. Lo reprochable, ilegal y asqueante es la violación de este acto de comunicación personal, la ruptura de los límites de lo privado. Intimidad, la serie creada por Verónica Fernández y Laura Sarmiento y disponible en Netflix, parte de la difusión viral y no consentida de las imágenes de unas relaciones sexuales que dinamitan las vidas de dos de sus protagonistas (Malen y Ane, interpretadas por Itziar Ituño y Verónica Echegui, respectivamente) y de quienes les rodean. Los cimientos de Intimidad son los violadores de esta. Pero no solo eso, que ya da para siete series.
Esas violaciones son solo el primer hilo de una densa trama que, sin el recurso fácil del giro inesperado, inevitable e intencionadamente trae a la memoria casos como el de la exconcejal Olvido Hormigos y de la extrabajadora de Iveco Verónica. Sin embargo, los ocho capítulos abren decenas de puertas, con diálogos precisos, a otras tantas cuestiones cotidianas: el machismo (masculino y femenino), el acoso laboral, el escolar, el suicidio, la educación de los hijos, la adolescencia, la homofobia, la salud mental, las zonas oscuras de nuestros seres más queridos, el papel de los padres y de las madres, las relaciones de pareja, la ley y la justicia, que no siempre confluyen… La lista de asuntos que se bocetan con pinceladas en forma de secuencias es larga. Hay manuales docentes de valores y ética con mucho menos contenido.
Netflix advierte en sus etiquetas que se recomienda para mayores de 16 años por sus “referencias a violencia sexual, sexo, desnudez y suicidio”. Nada que no hayan visto los adolescentes ya, por lo que es una serie para digerir despacio, parando en cada puerta que abren, en familia y, por qué no, en clase. La única premisa es la que define tajante la investigadora de violencia en las redes y psicóloga de la Universidad de Sevilla Virginia Sánchez-Jiménez: “Que quede claro que la responsabilidad de la agresión es del agresor. Que no se atribuya a la víctima”.
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