La Grecia amable de ‘Los Durrell’, la Grecia que duele
En Corfú, en cualquiera de las 2.000 islas del Jónico y del Egeo, crees que nada malo puede pasar. Pero pasa
Pocas series más recomendables para el verano, ninguna más relajante y terapéutica, que Los Durrell, sobre las peripecias de una familia británica instalada en la isla griega de Corfú en los años treinta. Todo es amable, ningún drama es para tanto, la vida es fácil, quieres ser uno de ellos y estar allí. Nada más deprimente, para quien haya gozado de los encantos griegos o sueñe con hacerlo, que ver Atenas asediada por el fuego, a la población confinada porque el humo envenena el aire abrasador, nada tan triste como esa foto de la estatua de Palas Atenea entre las llamas.
Los Durrell (las cuatro temporadas en Movistar + y Filmin) es la adaptación muy libre de Simon Nye de la Trilogía de Corfú de Gerald Durrell. Transcurre poco antes de la Segunda Guerra Mundial, pero ese conflicto es un fondo muy tenue hasta casi el final, porque en Corfú, en cualquiera de las 2.000 islas del Jónico y del Egeo, te crees que nada malo puede pasar.
Mucho ha cambiado todo desde hace 90 años. El turismo no es la rareza que era. Sigue vigente ese hedonismo austero por el cual cualquier callejón acoge cuatro mesitas donde se come y bebe muy bien, cualquier piedra cuenta historias milenarias y cualquier playa salvaje te zambulle en un vivo azul.
Crees que nada malo puede pasar, pero pasa. Grecia conoce bien la destrucción, que ha sufrido de manos de sus sucesivos conquistadores. Conoce bien la ruina, la última hace apenas una década, de la que no se había recuperado cuando llegó el azote de la pandemia. Esta vez es el clima feroz, y ya sabemos que un fenómeno extremo no se puede atribuir al calentamiento, pero su frecuencia creciente sí. A los amantes de Grecia, aunque solo la disfruten ahora a través de los ojos de los Durrell, les duele la crueldad del destino con la primera Europa.
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