Todo el mundo cree que conoce a Matthew Perry
Se ha proyectado en el actor un repertorio de tópicos sobre las propiedades corrosivas de la fama. Es impresionante la cantidad de gente que se siente autorizada para emitir juicios taxativos sobre él a partir de datos parciales

De todo el barullo que se ha armado con lo de Friends (que si cuánto bótox, que vaya cuento con lo de que Jennifer Aniston y David Schwimmer se hacían tilín, que qué diablos pintaba Lady Gaga robándole el trueno, que dicen los americanos, a Phoebe-Kudrow cantando Smelly Cat…), me quedo con los ríos de megabites que ha causado la intervención de Matthew Perry. Salió apagadillo, sin hacer chistes, como atontado. Dado su historial de drogas y alcoholismo y el hecho de que vende saludos personalizados por internet a mil dólares la unidad —lo que lo deja a un par de escalones de disfrazarse de sí mismo y hacerse fotos con los turistas en la Puerta del Sol—, se ha especulado sin tasa sobre su decadencia.
Qué comadreo tan hiriente y tierno a la vez. Más allá del morbo, muchos de los artículos y piezas periodísticas revelan una preocupación casi maternal por un personaje que se percibe descarriado. De todo el elenco de la serie, es el único que parece haber tenido un mal viaje con la fama y haberse roto como los juguetes de antes.
Lo cierto y verdad es que no sabemos nada y que se ha proyectado en el pobre Perry un repertorio de tópicos sobre las propiedades corrosivas de la fama. Es impresionante la cantidad de gente que cree conocerlo y se siente autorizada para emitir juicios taxativos sobre él a partir de tres datos parciales y unos indicios que podrían interpretarse de mil maneras. Son ese tipo de sobreentendidos los que trituran a los personajes expuestos a la fama, y es paradójicamente hermoso que quienes se compadecen de la supuesta ruina personal de Perry no reparen en que, si esa ruina es tal, se debe en buena medida a los juicios desinformados de toda esa gente que veía Friends y creía conocerlo.
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