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Laura Pausini: “Soy capaz de reconocer un alma buena, pero no siempre sé reconocer a una persona falsa”

La cantante se proclamó vencedora de la última edición de ‘La voz’ con uno de sus concursantes, Kelly Isaiah

Laura Pausini, en la presentación de 'La voz' el pasado 29 de enero en Madrid.
Laura Pausini, en la presentación de 'La voz' el pasado 29 de enero en Madrid.Josefina Blanco (Europa Press via Getty Images)

Laura Pausini (Faenza, Italia, 46 años) asegura que, durante muchos años, el público español la trató como si fuera una muñeca. La cantante italiana batió récords de ventas en España con su álbum debut de 1994: con más de un millón de copias, sigue siendo el disco más vendido tanto por una mujer como por un artista extranjero en nuestro país. Su estilo, heredero del romanticismo grandilocuente de los baladistas italianos (Tozzi, Mina, Celentano) pero actualizado con el pop de las divas de “chorro de voz” tan rentable en los noventa, puso de acuerdo a abuelos, padres y niños españoles durante sus viajes en coche: a falta de una Whitney Houston o una Mariah Carey patria, España optó por importar a Laura Pausini y abrazarla como suya. Pero aquellas baladas sentimentales sobre amores perdidos que la hicieron famosa (La soledad, Se fue) también la preservaron en una imagen de eterna adolescente con la que gran parte del público español la asoció durante años. Y para muchos, Pausini quedó atrapada en una cápsula del tiempo como Eros Ramazzotti y tantas otras estrellas de los noventa. Pero ella nunca dejó de trabajar ni de vender discos por millones.

Si la televisión del siglo XXI ha recuperado a varias figuras del pasado reconvirtiéndolas en jurados de concursos musicales, Laura Pausini es una de las que más ha aprovechado esta segunda vida profesional. En 2015 participó como coach en La voz en Telecinco, a pesar de llevar varios años desaparecida del radar para el gran público, gracias a que su popularidad durante los noventa fue tan ubicua que le granjeó una fama vitalicia. Este año ha regresado al programa, ahora en Antena 3, y ha ganado la edición con su protegido Kelly Isaiah. La voz ha hecho que el público español redescubra a Laura Pausini como una mujer impetuosa, espontánea e impredecible que siempre dice lo primero que se le pasa por la cabeza.

La cantante, hablando por teléfono desde Roma, empieza la conversación precisamente disculpándose por su verborrea. “Anoche me quedé despierta hasta tarde preparando stories en Instagram para la final de La voz y cuando me levanto tarde no puedo parar de hablar, así que hoy te ha tocado a ti aguantarme”, bromea. Pausini habla con un ritmo eufórico y una energía de pizzicato, pero no suena nerviosa sino entusiasta y casi, casi con la misma energía con la que los españoles suelen imitar el acento italiano. Ella es consciente de que el público cada vez la ve menos como aquella niña que esperaba a su novio Marco en La soledad. “Durante los primeros años de mi carrera yo era más tímida cuando salía en televisión, tenía mucho miedo, hablaba poco y apenas podía expresarme en castellano. Pero para participar en La voz alquilé un apartamento en el centro de Madrid y cuando iba al supermercado la gente me gritaba ‘Laura, te amo, qué simpática, qué graciosa’, y yo lo adoraba porque sentía que todo el mundo me conocía y me trataba como a su vecina. Esas osas me flipan, desde que salgo por la tele en España la gente me trata como si fuera de su familia”, asegura.

Durante aquellos primeros años de carrera Pausini iba a todas partes acompañada de su padre. Con él empezó a cantar a los ocho años en piano bares de su comarca (se crio en Solarolo, un pueblo de 3.000 habitantes al oeste de Rávena) y esa supervisión estricta fue la única condición que su madre le impuso si quería dedicarse a la música. “Teniendo en cuenta lo que he visto y he leído sobre la gente que alcanza el éxito en la música muy joven, me siento muy afortunada. Obviamente en 1993 decía ‘coño, ¿por qué tengo que ir acompañada a todas partes por mi padre?’. El primer año hasta dormíamos en la misma habitación. Yo hasta los 18 años solo podía salir de casa para ir a cantar al piano bar con mi padre, no tenía permiso para ir a las discotecas ni para cenar en un restaurante con un chico. Así que cuando fui a San Remo iba más que virgen. Iba monja”, recuerda.

Tras ganar el festival de San Remo a los 18 años, Pausini firmó un contrato según el cual recibiría el 6% de los beneficios de las ventas de sus discos. Después se enteró de que el último clasificado del certamen había negociado un 12%. “Porque era un hombre”, aclara. “Yo intento controlar mis cuentas, pero no es algo que se me dé bien. Si se te dan mal las matemáticas en la escuela te irá mal en la vida. Soy capaz de reconocer un alma buena, pero no siempre sé reconocer a una persona falsa”.

La otra figura masculina en la vida de la cantante era Alfredo Cerruti, su pareja, mánager y productor hasta 2003 cuando, según ella misma le contó a Risto Mejide, “fui a casa a darle una sorpresa y la sorpresa me la llevé yo”. Aquella ruptura coincidió con su lanzamiento en Estados Unidos, una desilusión con la que Pausini agarró por primera vez las riendas de su carrera. Cuando se dirigía en coche a una emisora de radio en Orlando para promocionar su disco en inglés, From The Inside, descubrió que su single Surrender era una remezcla dance que ella ni siquiera había escuchado antes. “El remix me gustaba, pero yo no quería sonar así porque parecía una versión pequeña de Cher. Que yo la admiro mucho, pero es que yo no soy así. Yo soy la de [cantando] ‘la soledad entre los dos’ o la de ‘no puedo dividirme ya entre tú y mil mares’. Entonces cogí un avión a Nueva York y hablé con el jefe. Además, el lanzamiento del disco coincidió con la ruptura de mi entonces novio y mánager tras 10 años de relación. Entonces me encontré sola, sin novio, sin mánager y sin nada”, recuerda.

Cuando la discográfica le indicó que todos los singles del álbum saldrían en versión dance, Pausini cogió las maletas y, tras un año viviendo en Los Ángeles, regresó a Italia, abandonando la promoción del proyecto. “El marketing no puede compararse con la dignidad y con la verdad de quien soy. Yo no quiero darme a conocer en América como una cantante dance si no lo soy en ningún otro país, no tiene sentido, no necesito tener éxito en tantos países. Yo no quería ser una cantante famosa, yo solo quería cantar en un piano bar. Si me cambias sin preguntarme me voy a mi casa”, afirma. Durante aquellos meses, la cantante se dedicó a recuperarse de sus dos decepciones, la sentimental y la profesional, y a enfrentarse a la soledad: “Esa palabra sobre la que tanto he cantado era lo que más miedo me daba. Cuando terminó aquella relación decidí no callarme nunca más. Me contaron tantas mentiras, hubo tantos secretos que decidí no ser nunca así. Yo lo digo todo”, asegura. A los 30 años Pausini encontró su propia voz y, gracias a la televisión y las redes sociales, el público español se sentó a escuchar lo que tenía que decir.

Incluso aquellos que llevan sin escuchar una canción suya desde los noventa celebran la personalidad de Laura Pausini, con episodios como cuando sacó del armario accidentalmente a Toñi Moreno en Viva la vida; cuando, al preguntarle por la relación de Malú con Albert Rivera, respondió “la chica quiere follar, ¡brava Malú!”; o cuando se viralizó en las redes sociales con un vídeo en el que el viento abría su albornoz durante un concierto en Perú y ella exclamaba “si han visto, han visto, yo lo tengo como todas”.

Cuando acudió a La resistencia, Pausini presumió de batir el récord de “invitado con más dinero en su cuenta del banco”: “Ya era hora de que alguien le quitase el primer puesto al señor Resines”, se jactó. Broncano le aclaró que Antonio Resines ya no era el invitado al programa con más ahorros, porque le habían superado Ocelote con 20 millones de euros y Mendieta con 35. “Creo que sigo siendo top uno”, zanjó ella ante la euforia del público en el plató.

Durante la final de La voz, Pausini vivió emocionada la sorpresa de que su concursante Kelly Isaiah, eliminado durante las primeras rondas, fuese repescado para la final mediante un concurso paralelo que se ha ido emitiendo en la plataforma digital Atresplayer. Lo que no le entusiasmó tanto fue tener que regresar a España a principios de la segunda ola de contagios para grabar la final en cuestión. “No fue fácil. Sinceramente, tenía mucho miedo. Ya me había acostumbrado a no salir de casa y cuando abrieron las fronteras mis amigos me aconsejaron no viajar. Hice lo posible por no grabar las finales y hacerlas en directo en diciembre, pero obviamente fue mejor hacerlo así porque aquí en Italia ahora mismo no podemos salir ni de nuestra región. Habría sido imposible poder volar a España ahora. Durante la grabación yo me echaba gel en las manos, en las piernas, en todas partes. El primer día de grabación creo que se notaba que tenía miedo, no me levantaba para abrazar a los talents ni me acercaba a [los otros tres coaches] Alejandro [Sanz], a Antonio [Orozco] y a Pablo [López]. Eva [González, la presentadora] y yo éramos las que más miedo teníamos. No tengo palabras para agradecer la profesionalidad de la gente de Antena 3 y de Boomerang. Yo quería estar, pero me sentía muy incómoda, y en cuanto llegué me hicieron sentir muy cuidada y muy querida. Por supuesto nos hicieron el tampón [en italiano se refieren a la PCR como “tampone”], sé que no se dice así y todo el mundo se ríe de mí pero nadie me explica cómo se dice”.

La encantadora sinceridad con la que Pausini bromea que quiso “matar a alguien” por haberla “obligado a venir a grabar” es lo que ha impulsado su popularidad entre la audiencia española. Ella también ha sido, en cierto modo, repescada por el público durante los últimos años: en vez de quedar fosilizada en el recuerdo, los espectadores la han redescubierto gracias a su espontaneidad sin filtros. En la final de La voz dejó otro de sus aforismos, o pausinismos, cuando tras cantar su dueto con Bebe Verdades a medias explicó que le dedicaba la canción a una persona que le había “come si dice... jodido”. “¿Fastidiado?”, sugirió Eva González. “No”, corrigió Pausini, “jodido”.

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