Una España que nunca fue ni será
No tiene sentido añorar un país imposible que tal vez no deseamos de verdad más que cuatro gafotas


En una España alternativa, tal vez Eduardo Madina y Borja Sémper se tirarían los trastos en el Congreso, uno desde el gobierno y el otro desde la oposición, pero en la España realmente existente se conforman con charlar un ratito cada viernes en el programa de Carlos Alsina en Onda Cero, en una sección llamada La Ínsula. Lo que se perdió la política lo ganamos los oyentes.
A quienes nos sentimos extraños en medio del ruido y cada vez más solos en una sociedad que se repliega por los lados, esquinada y compacta, asistir a esas charlas matutinas nos crea una sensación de hogar. De un hogar perdido o que nunca llegó a ser. Un país donde hablar relajado sin medir cada palabra, donde poder reírte con ironía de cualquier cosa sin que nadie pida una excomunión y donde la conversación sea un fin en sí mismo y no un método de propaganda o aplastamiento del rival. Una España donde tener razón no le importase ni a quienes la tuvieran, porque lo único necesario, lo único por lo que todos estaríamos dispuestos a partirnos la cara, sería mantener abierto y vivo el café donde conversamos.
No tiene sentido añorar un país imposible que tal vez no deseamos de verdad más que cuatro gafotas a quienes nos consuela montar recreaciones cada vez que nos juntamos para charlar. Es posible que Sémper y Madina solo puedan vivir en esa patria si sus fronteras las delimita un estudio de radio. En el Congreso, aunque no quisieran, la ira les deformaría el rostro y la voz, como en aquel poema de Bertolt Brecht que algunos se emocionan al leer y otros encajamos como una oda insoportable al fanatismo. Hay cosas que solo suceden al margen, cuando no nos jugamos nada ni hablamos en nombre de otros, pero es agradable soñar lo contrario.
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