_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Una España que nunca fue ni será

No tiene sentido añorar un país imposible que tal vez no deseamos de verdad más que cuatro gafotas

Borja Sémper.
Borja Sémper.ÁLVARO GARCÍA
Sergio del Molino

En una España alternativa, tal vez Eduardo Madina y Borja Sémper se tirarían los trastos en el Congreso, uno desde el gobierno y el otro desde la oposición, pero en la España realmente existente se conforman con charlar un ratito cada viernes en el programa de Carlos Alsina en Onda Cero, en una sección llamada La Ínsula. Lo que se perdió la política lo ganamos los oyentes.

A quienes nos sentimos extraños en medio del ruido y cada vez más solos en una sociedad que se repliega por los lados, esquinada y compacta, asistir a esas charlas matutinas nos crea una sensación de hogar. De un hogar perdido o que nunca llegó a ser. Un país donde hablar relajado sin medir cada palabra, donde poder reírte con ironía de cualquier cosa sin que nadie pida una excomunión y donde la conversación sea un fin en sí mismo y no un método de propaganda o aplastamiento del rival. Una España donde tener razón no le importase ni a quienes la tuvieran, porque lo único necesario, lo único por lo que todos estaríamos dispuestos a partirnos la cara, sería mantener abierto y vivo el café donde conversamos.

No tiene sentido añorar un país imposible que tal vez no deseamos de verdad más que cuatro gafotas a quienes nos consuela montar recreaciones cada vez que nos juntamos para charlar. Es posible que Sémper y Madina solo puedan vivir en esa patria si sus fronteras las delimita un estudio de radio. En el Congreso, aunque no quisieran, la ira les deformaría el rostro y la voz, como en aquel poema de Bertolt Brecht que algunos se emocionan al leer y otros encajamos como una oda insoportable al fanatismo. Hay cosas que solo suceden al margen, cuando no nos jugamos nada ni hablamos en nombre de otros, pero es agradable soñar lo contrario.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Sergio del Molino
Es autor de los ensayos La España vacía y Contra la España vacía. Ha ganado los premios Ojo Crítico y Tigre Juan por La hora violeta (2013) y el Espasa por Lugares fuera de sitio (2018). Entre sus novelas destacan Un tal González (2022), La piel (2020) o Lo que a nadie le importa (2014). Su último libro es Los alemanes (Premio Alfaguara 2024).

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_