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Juan Manuel Montilla, El Langui: “Mi superpoder es la paciencia”

El rapero y actor normaliza la discapacidad junto a Jesús Vidal en ‘Donde viajan dos’ sin añadirle ni quitarle hierro a sus circunstancias: “el humor ayuda, pero tengo miedo a ser una carga”

Juan Manuel Montilla, El Langui, actor y rapero
Juan Manuel Montilla, El Langui, actor y raperoB.P.
Luz Sánchez-Mellado

El rapero más célebre de Pan Bendito no vive en Pan Bendito, sino en Málaga, donde veranea desde niño y donde fantaseaba con mudarse desde siempre. Pasó allí el confinamiento con sus hijos y, esta vez sí, resolvió quedarse. Una decisión que tiene tanto que ver con “estar en plena crisis de los 40 y saber que el momento es ahora”, como con su determinación desde crío por hacer que las cosas sucedan, a pesar de sus circunstancias. Quedamos en el hotel de Madrid en el que se hospeda, frente a la estación de Atocha, donde va a coger un tren en breve. Llega al bar conduciendo con sus manos laxas su moto adaptada, se levanta, se sienta trabajosamente en una silla y se dispone a atizarse una tortilla, un café y un zumo que, al final, deja intactos de tanto raja que te raja sin mirar siquiera el reloj del móvil. Sufro porque acabe perdiendo el tren, pero él controla, dice. Lleva 40 años haciéndolo.

¿Siempre desayuna así de fuerte, o es por aprovechar el bufé del hotel?

Hoy es una excepción. Casi nunca desayuno. Me acostumbré a ayunar por el trabajo. Tardo mucho en arreglarme y no me da tiempo.

¿Más que yo? Lo dudo.

Tardo más que cualquier tía. Hora y media mínimo. Tú no sabes lo que es ponerme un calcetín. Y eso dependiendo de cómo tenga el día.

¿En lo suyo también hay días?

Claro, buenos y malos, y también depende del entorno. En casa lo tengo controlado. Pero salir es la guerra. Desde niño, cuando entro en una habitación, una tienda, una calle, un bus, un tren, los escaneo al segundo y veo dónde puedo apoyarme y dónde caerme. Soy un Terminator por pura supervivencia.

¿Y a la gente la escanea igual?

Pues sí, y los ambientes. Pero no tiene mérito, es que desde chiquito he pasado mucho tiempo sentado, observando. Han sido muchos meses de recuperación de operaciones, muchos recreos viendo jugar a los otros desde mi silla. Aprendí a observar, a pensar y a tener paciencia. La paciencia es mi superpoder. Caerme solo en medio de una calle y saber que iba a estar una hora en el suelo arrastrándome como una rata para llegar al bordillo, pero que iba a llegar y levantarme. Eso es paciencia. Y la tengo.

LA EXCEPCIÓN

Así llamó Juan Manuel Moreno Montilla (Madrid, 40 años) al grupo de rap que fundo con 20 años con el Gitano Antón, uno de sus amigos de niño de su barrio, Pan Bendito, en el sur obrero de Madrid. "Íbamos contracorriente, éramos distintos, la excepción de la regla en muchos sentidos", explica. Y él, al menos, lo sigue siendo. Ganador de dos Goyas, uno como actor y uno como músico, Montilla, que adoptó para sí el mote de un vecino de su barriada, trata de vivir con normalidad sus excepcionales circunstancias y pide que el resto la mire con los mismos ojos. En su Instagram, posa feliz junto a sus dos hijos preadolescentes, la madre de los niños, y sus respectivas y actuales parejas con la naturalidad de una familia extensa. "Esa es mi gran obra. Lo otro es adaptación al medio", presume.

¿No tiene hermanos?

No, soy hijo único. A mi madre le entró miedo. Entonces, lo mío conllevaba mucha lucha y mucho miedo.

¿La entiende, ahora que es padre?

Claro. Mis padres son los auténticos guerreros de mi historia: se volcaron conmigo, no me encerraron, me llevaron a todos lados. Pusieron el 100% en mí y dijeron que con uno que vale por diez, bastaba.

Da conferencias a empresarios. ¿Qué puedo aprender de usted si voy a una?

Te aseguro que si vienes de bajón vas a salir como cuando ves una Paraolimpiada. ¿Qué piensas al ver competir a un paraolímpico?

Que me quejo de vicio.

Pues eso pienso yo cuando oigo o veo a Pablo Pineda, por ejemplo, maestro en todos los sentidos, con su síndrome de Down. Que soy un gilipollas y me quejo de vicio. Pineda no se queja, actúa. Y eso que ahora se queja más porque su amigo el Langui le ha enseñado a eso y a decir que no.

¿Cuándo cree que un actor como usted podría interpretar al presidente del Gobierno?

Bueno, yo ya hacía de líder de la oposición en Cuerpo de élite.

Usted me entiende: ¿qué siente al ver a Pablo Echenique en su silla de ruedas en el Congreso?

Que no es un paso, es un pasazo. Te guste o no ideológicamente, ver a un tío como él es superimportante y a la vez te hace ver lo mal que está todo. Que tenga que estar abajo y no a la misma altura del resto porque el Congreso no está adaptado es una vergüenza.

¿Seguirá bloqueando buses si no le dejen subir con su silla?

Estoy indignado y a la vez zen. La política me importa, pero ¿le importo yo a la política? Sé que hay gente que está peor que yo, en una cama, terminal. Pero, en la parte que me toca salto porque esa una jodienda. Yo puedo pagar un taxi, pero quien no, qué hace, ¿pudrirse en casa? ¿Por qué el resto de la gente tiene más derechos? Yo no soy un discapacitado, no me defino por mis circunstancias, soy una persona. Yo también soy gente, y pago impuestos. Pedimos derechos, no favores.

¿Quién o qué le ofende?

No me ofenden las palabras, sino cómo se dicen. Las palabras pueden ser joyas o balas, pero depende cómo las dispares. Si vas a dar, haces daño. Soy el primero en usar las palabras, soy un hijo de puta, tengo mucho humor negro y me río de mi sombra. Puedo llamar mongólico a Pineda, o tú a mí tullido, si me lo dices en la confianza que yo te he dado. Es todo más fácil, nos complicamos mucho y nos gusta hacer daño.

Habla más rápido que anda.

Ahí le has dado. En algo tenía que compensar, ¿no? Sí, el humor es la clave. Tienes que ponerte delante del espejo y aprender a reírte de ti mismo. Cuando eso pasa, has aprendido muchísimo. Cuando lo logré, ya no podían reírse de mí. Les decía ¿que estoy contrahecho? Eso ya lo sé, cúrratelo más, sácame un buen vacile, sé ingenioso. Sé cómo soy, que tengo estos andares. Pero a la gente le cuesta mucho aceptarse. Tiene muchos complejos. Yo los tuve. Ahora no me veo tan mal. Dentro de mis 40 años me siento un jovenzuelo.

Sus hijos son preadolescentes. ¿Han empezado ya a brearle?

Eso ya ha sucedido. Claro que se chotean de mí. Y me hacen aguadillas en la piscina, los cabrones. Pero desde la normalidad. Para ellos soy normal, y eso es lo más grande. No soy su héroe, pero sí aspiro a ser su referente. Yo no los tuve, mis padres no los tuvieron. No había referentes de la discapacidad, e íbamos a ciegas.

¿Conoce la crisis de los 40?

Hostia, sí. Estoy muy rayado con la muerte. Aún no he tenido ninguna pérdida cercana y no quiero hacerme viejo, me gusta ver bien y disfrutar a los que más quiero. Uno de mis miedos es cómo voy a estar con 50 o 60 años. Todos perdemos agilidad, pero nosotros mucha más. ¿Voy a poder seguir dando conciertos? ¿Van a tener que cuidarme? ¿Voy a poder levantarme de la silla? Me da miedo ser una carga.

¿Qué es bajarse de la silla?

Realidad, cansancio, impotencia, rabia, a veces. Es poner los pies en el suelo, nunca mejor dicho. Pero a la vez es la prueba de que aún me tengo en pie. Puede parecer difícil de entender, pero así es.

¿Habla de todo eso con el psicólogo?

No voy. He tenido alguna conversación informal, pero ir de ir, no. ¿Voy a ir a tumbarme en un diván después de pasarme el día sentado? Ni loco.


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Sobre la firma

Luz Sánchez-Mellado
Luz Sánchez-Mellado, reportera, entrevistadora y columnista, es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense y publica en EL PAÍS desde estudiante. Autora de ‘Ciudadano Cortés’ y ‘Estereotipas’ (Plaza y Janés), centra su interés en la trastienda de las tendencias sociales, culturales y políticas y el acercamiento a sus protagonistas.

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