Fernando Simón en ‘Planeta Calleja’: En los cielos y en las cuevas
El hombre más famoso de España dejó un pronóstico: en primavera estaremos mucho mejor. “No lo puedo decir al 100%”, matizó. Pero ya nada se puede decir al 100%, es algo que pertenece al mundo de ayer
Hace dos semanas tuve a amigos de izquierdas, inteligentes y perspicaces, diciéndome a la cara que si Fernando Simón fuese el director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias del Ministerio de Sanidad de un Gobierno del PP, y saliese viajando en globo y buceando en parajes impresionantes en un programa de televisión durante la segunda ola de la pandemia, con España siendo el país con más incidencia de Covid-19, también lo defenderían.
Por supuesto no lo defenderían, ni existiría el movimiento simonette de muñecos, camisetas y tatuajes porque hay cosas que la derecha no sabe hacer, por falta de fuerza o de voluntad. Lo cierto es que existe un fenómeno, discutible como todos los fenómenos que -involuntariamente- aparecen en circunstancias tan dramáticas, pero fenómeno al fin y al cabo. Y Simón, el último hombre por el que alguien se cambiaría en España (por su carga de trabajo, su responsabilidad y, sobre todo, aguantarnos a los periodistas cada día), tiene el sentido de la oportunidad averiado y su capacidad predictiva tocada tras el “algún caso, como mucho” que tendríamos en España de Covid-19, pero algo hay que reconocerle en su incursión televisiva con Jesús Calleja (que firmó una exclusiva y un programa estupendo): se vende sin artificialidades, tiene toda la pinta de ser un tipo que merece la pena y ante las cámaras consigue que eso se transmita de forma natural y atractiva, alguien ‘distinto’ en esa acepción de ‘distinto’ que se usa en el mundo del espectáculo, en el sentido de que no es un gilipollas pagado de sí mismo.
Políticamente es un activo y quizá esté actuando ya como tal. Empezó simpático (“cuando vamos por ahí mi mujer me pide que no hable; se me reconoce hasta cuando no se me ve”) y se puso serio rápidamente (“tuve vacaciones porque mi cabeza ya no funcionaba; las vacaciones deben ser obligatorias incluso cuando uno no quiera, porque corre el riesgo de cometer un error y perjudicar a los demás”). Entre vistas impactantes del Mediterráneo, viajes en lancha, buceo, bici, escalada y una visita a unas cuevas subacuáticas en las que se emocionó (“no tengo derecho a estar aquí, estoy invadiendo algo que no me pertenece”), Simón se sometió a las preguntas de Calleja, que insistió en la herida abierta: cómo no se pudo ver venir, y bromeó con sus cejas (“no me depilo el pecho ni las cejas”) y su ropa (“me pongo lo que me da la gana, la chaqueta es para las bodas”).
Durante todo el programa sobrevoló eso tan de moda que es anticipar que alguien te va a criticar (“seguro que se meten conmigo”) como si de esta manera la crítica tuviese menos valor, algo muy presente en quienes hacen algo sin tenerlas todas consigo (insistió varias veces en que eran sus vacaciones, como si alguien pudiese pensar que computaría un viaje en globo como día laboral). El momento emocionante -el suspiro que se escuchó en todas las casas, a esas horas llenas por decreto- ocurrió cuando Simón dijo que su padre psiquiatra le animó siempre a que heredase su consulta, menos este año, que dijo estar orgulloso de que su hijo eligiese la especialidad que eligió. Para el final, después de que Simón hiciese pan y despachase quesos y chorizo con Miquel Montoro, un niño influencer, el hombre más famoso de España dejó un pronóstico: en primavera estaremos mucho mejor. “No lo puedo decir al 100%”, matizó. Lo cierto es que ya nada se puede decir al 100%; el 100% es algo que pertenece al mundo de ayer.
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