Cuando éramos adultos
'Seinfeld’ hoy no ganaría Emmys porque no consuela ni da mimitos ni nos hace mejores personas. Es una serie del pasado
Avergonzado por mi ignorancia y abrumado por el carretón de Emmys que le cayó encima, me apoltroné, busqué la serie Schitt’s Creek en Movistar (hasta ahora desconocida por mí) y le di al play, dispuesto a embriagarme con su talento y genialidad. Cuatro episodios después, empecé a notar los párpados resentidos, y los ojos, resecos de no parpadear: los tenía tan abiertos del asombro que se me estaba formando una hernia ocular. Cuatro episodios son muchos episodios para que no se cuele una pizquita de ingenio entre tanto lugar común. Si hasta los relojes parados dan bien la hora dos veces al día, hasta los peores guionistas escriben una frase buena cada cien folios.
Leyendo a Natalia Marcos me enteré de que Schitt’s Creek es una serie de maduración lenta que requiere mucha calma, pero yo soy un espectador impaciente con poca esperanza de vida. También me enteré en la crónica de Natalia de que la serie se enmarca en la tendencia llamada comfort tv, que debe de ser el equivalente catódico a la música de ascensor.
Me pasé, pues, a la telecomedia retro, la que no conforta y solo quiere divertirte. Rebusqué en los cajones de saldos de Amazon y me puse a ver Seinfeld. En dos gags, volví a parpadear, los ojos recuperaron su humedad y el tórax se me tonificó con varias carcajadas incontenibles. Caí en la cuarta temporada, absurda y metadiscursiva, en la que Jerry y George proponen a la NBC hacer una serie sobre nada, sin tramas, con personajes normales que no tienen por qué caer bien, como la vida misma. Proponen hacer, claro, la serie que estamos viendo. Una serie que hoy no ganaría Emmys porque no consuela ni da mimitos ni nos hace mejores personas. Es una serie del pasado, de cuando éramos adultos y nos gustaba ser tratados como tales.
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