Estos polis no son como los de antes
‘La unidad’ pisa charcos que la ficción española casi siempre ha rodeado de puntillitas. No teme la incomodidad ni que algún espectador frunza el ceño, y eso la convierte en algo muy valioso
La silla de Fernando, de Luis Alegre y David Trueba, es el Antiguo Testamento del cine español, por lo que tiene tanto de testamento personal como de palabra revelada de Fernán-Gómez, que a esas alturas de su vida era todo un Moisés. Por eso muchos recurrimos a las citas de ese documental, como un imán echa mano de los suras del Corán.
Una de las más repetidas es la que afirma que a los españoles no se nos da bien hacer cine. Que lo hemos intentado durante décadas, con mucho empeño, pero que no hemos sido capaces ni de crear un estándar. Teníamos, eso sí, talentos geniales, como el del propio Fernando, pero nos faltaba una industria. Ahora tenemos industria (si la pandemia la respeta) pero no titanes como él. Quizá porque ambas cosas son incompatibles: los genios crecen en la anarquía y en los eriales, y se agostan en los huertos fértiles, ahogados por la espesura.
La prueba del algodón de que una industria audiovisual ha alcanzado un estándar alto es que sea capaz de producir buenos policiales. El cine español ya había consolidado una tradición, pero faltaba una cumbre en la tele, que es donde los polis brillan más. Ha habido varios intentos y algún ejemplo mucho más que digno, pero La unidad, que se estrena este viernes, es un hito que refuta ya del todo las palabras sagradas de Fernán-Gómez.
Seis capítulos de cincuenta minutos (un formato muy agradecido que se va imponiendo), precisos, espectaculares, trepidantes, con malos redondos y buenos con huecos oscuros. Y también valientes, por manido que suene. La unidad pisa charcos que la ficción española casi siempre ha rodeado de puntillitas. No teme la incomodidad ni que algún espectador frunza el ceño, y eso la convierte en algo muy valioso.
Ojito con estos maderos, que no son como los de antes.
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