_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La venganza de los niños estabulados

Llevan décadas siendo los últimos y ahora les ha tocado ser los primeros en salir

Varios niños salen a la calle el domingo en Valencia.
Varios niños salen a la calle el domingo en Valencia.Mònica Torres
Sergio del Molino

Lo primero que vi el domingo fueron niños que revoloteaban por el bulevar. Eran pajarillos que animaban la mañana como una bandada de mirlos cantarines, por eso algunos estiraron el símil al extremo y, en lugar de una alegría fugaz en esta primavera robada, vieron una secuencia de Los pájaros y temieron que todos esos niños arrasaran todo. Tal vez les pesaba el recuerdo reciente de una peli que emitieron hace poco, aprovechando el cuarenta aniversario de la muerte de Hitchcock.

Los demás nos dejamos llevar por esa justicia poética de que los niños sean los primeros en recuperar un trocito de calle. Por un rato al día y con mil limitaciones que hacen del paseo un sucedáneo de tal, pero reyes absolutos de unas ciudades que no están diseñadas para ellos, como casi nada de aquel mundo que construimos y que hemos dejado que se llene de hierbajos y telarañas en nuestro repliegue domiciliario.

Uno de los rasgos de la sociedad occidental de las últimas décadas es su empeño por estabular la infancia lejos de nuestras vidas. Cualquier persona de cuarenta o más recuerda haber jugado en la calle y recuerda unas calles tomadas por niños, con rayuelas y campos de fútbol pintados con tiza en las baldosas. Hoy juegan solo en zonas acotadas y homologadas y no frecuentan ningún espacio público: no visitan a sus padres en el trabajo, no se asoman a los bares y no se mezclan con los adultos en ningún sitio. Hasta la tele los expulsó, creando un gueto de canales infantiles (segregados, a su vez, por edades), para prevenir cualquier experiencia compartida entre generaciones.

Llevan décadas siendo los últimos, y ahora les ha tocado ser los primeros en salir. Se nos olvidará pronto, pero la catarsis ha sido tan poderosa que confío en que deje algún poso.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Sergio del Molino
Es autor de los ensayos La España vacía y Contra la España vacía. Ha ganado los premios Ojo Crítico y Tigre Juan por La hora violeta (2013) y el Espasa por Lugares fuera de sitio (2018). Entre sus novelas destacan Un tal González (2022), La piel (2020) o Lo que a nadie le importa (2014). Su último libro es Los alemanes (Premio Alfaguara 2024).

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_